La masacre de Rucias Negras
Nada vincula a las 11 víctimas con algún grupo delictivo. La intención de los sicarios era ejecutar, con la mayor saña posible, al grupo
Acababan de cobrar su “raya”, bebían cervezas de lata frente a la casa del contratista, sentados en un banquetón de cemento de la calle Rucias Negras, en la colonia La Jauja, en Tonalá, Jalisco.
En la camioneta pick up que estaba junto a ellos se hallaban todavía las palas, los marros, los instrumentos de trabajo que habían empleado durante la jornada.
Esa tarde de sábado los oyeron reír por última vez. Una camioneta oscura se acercó por la calle. Los vecinos que atestiguaron aquello no le abren la puerta a la policía, pero se cree que al menos cuatro hombres armados llegaron a bordo de una camioneta oscura y tiraron sobre ellos como si en lugar de a un grupo de albañiles bebiendo le estuvieran tirando a los miembros de un grupo rival.
Más de 150 tiros de AK-47 y algunos otros de calibre .40 quedaron en la calle.
Las fotos que circularon esa tarde son de una violencia indecible. Once trabajadores de la construcción, de entre 17 y 60 años de edad, quedaron partidos por las balas, tumbados sobre los charcos donde se confundió su sangre.
Hubo reportes de una persecución, y de vehículos que huyeron hacia Zapotlanejo: se buscó incluso desde un helicóptero, pero las autoridades no pudieron detectar nada.
La calle en la que los sicarios tiraron estaba convertida en un infierno de gritos, llantos, histeria.
Tonalá vuelve una y otra vez a los encabezados. En octubre de 2018 el hallazgo de nueve fosas clandestinas en la colonia Agua Escondida explotó en los medios. Se trataba de un predio en obra negra en el que al menos ocho personas fueron secuestradas, torturadas, desmembradas.
Los investigadores de la fiscalía recogieron versiones sobre camionetas y autos de modelo reciente que llegaban de noche a aquel sitio, y de gritos “que una vez espantaron hasta a la visita”, según declaró una mujer.
Nueve meses (julio de 2019) más tarde en una finca abandonada de la colonia Santa Cruz de las Huertas fueron hallados 21 cuerpos. Tres estaban sepultados en una recámara; otros ocho se hallaban repartidos en once bolsas de plástico; el resto, enterrados en un patio de 200 metros cuadrados.
En enero del año siguiente, otro predio ubicado en el camino a Matlatlán arrojó el hallazgo de 26 bolsas con cuerpos humanos. Uno de estos correspondía al de un estudiante de la UdeG, de solo 18 años, desaparecido nueve meses atrás.
Tonalá fue el municipio de Jalisco con más homicidios de policías en 2019. A fines de ese año se reportó que algunas de sus colonias figuraban entre las más peligrosas de la zona metropolitana de Guadalajara, y tras robos y asesinatos sufridos por varios choferes, empresas como Uber y Didi suspendieron sus servicios en la zona.
No son raras las masacres, los multihomicidios. Como en el resto del estado, el 90 por ciento de los asesinatos están asociados con el crimen organizado.
Las autoridades no encuentran hasta el momento nada que vincule a las once víctimas de Rucias Negras con las actividades de algún grupo delictivo.
Tras los hechos del sábado se desató un rumor sobre la posibilidad de que los albañiles hubiesen trabajado en la apertura de fosas clandestinas.
En septiembre de 2008, 24 albañiles fueron hallados descalzos, atados de pies y manos, con señales de tortura y tiro de gracia en Ocoyoacac, en las cercanías de La Marquesa.
Las investigaciones señalaron que provenían de Puebla, Oaxaca, Hidalgo y Veracruz: alguien los había contactado para ofrecerles trabajo en la ciudad de México.
Un operador de los Beltrán Leyva, Raúl Villa Ortega, conocido como El R o El Rule, los había sacado de una vivienda en Huixquilucan, con apoyo de un comandante de la policía llamado Antonio Ramírez Cervantes.
Los rumores fueron idénticos: que los habían usado en la construcción de túneles y escondites dentro de casas de seguridad, en una zona en la que entonces operaban Edgar Valdez Villarreal, La Barbie, y José Gerardo Álvarez Vázquez, El Indio.
Tiempo después, al ser detenido Alfredo Castillo, entonces procurador del Edomex, el sanguinario Óscar Osvaldo García Montoya —alias El Compayito o La Mano con Ojos—, reveló que los albañiles eran inocentes: que lo que firmó su sentencia de muerte fue que “habían visto caras”.
La calle donde los albañiles fueron acribillados está hoy cubierta de veladoras. Los muros parecen un paredón. De acuerdo con la evidencia recabada en la colonia La Jauja, fuentes de la fiscalía aseguran que los sicarios no iban en busca de una persona en específico. La intención era ejecutar, con la mayor saña posible, al grupo.
¿Por qué? Eso no se sabe. Al día de hoy, esta es otra historia de ese México que solo entrega sangre, y ninguna respuesta.