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POLÍTICA ZOOM

Ciudad morada

Entre jacaranda y jacaranda transcurrió un año larguísimo. Aquella imagen que hizo estallar las redes sociales de color malva, gracias a los drones del fotógrafo Santiago Arau, fijó para siempre la complicidad de esos árboles con la causa de las mujeres.

Esas ramas altas, que solo florean por esta época, se sumaron definitivamente a la protesta.

El domingo 8 de marzo de 2020, Arau capturó, desde las alturas, el estado de ánimo de una sociedad agraviada por las escandalosas cifras del feminicidio, por el acoso que no cede, el abuso sexual silenciado y la indolencia del poder cuando se trata de reconocer el mandato patriarcal.

El próximo lunes, de nuevo, Ciudad de México mezclará sus jacarandas y, desde las azoteas, las calles se verán vestidas otra vez de malva.

Sin embargo, las imágenes de Arau serán distintas. Unos muros plomizos y gigantescos impedirán que el agravio se manifieste con la misma libertad.

Las imágenes que esta vez tomará el artista reflejarán al país herido, apartado, envilecido.

La barricada no fue puesta para evitar que el glitter pintara los monumentos históricos, sino para dictar los límites que merece, según el gobernante, el movimiento feminista.

Se equivoca quien crea que esos muros ignoran la protesta, o que han sido colocados para apartarla de los oídos del poder.

El gobernante está convencido de que el movimiento ha sido cooptado, que un titiritero perverso ondea los pañuelos alzados, que la denuncia contra la violencia de género tiene un origen siniestramente conservador.

Entre jacaranda y jacaranda, el tránsito de 2020 a 2021 pareciera no haber ocurrido. La pandemia contuvo las movilizaciones y el poder contó, al parecer, con harto tiempo para prepararse frente a la resistencia.

Ahora que la enfermedad comienza a ceder, se edificó otro contenedor para dejar en claro que la negación continúa igual de robusta, la polémica más rijosa y la fractura de la conversación aún más grande.

El poder está convencido de que el feminismo es una expresión clasemediera que no interesa a la mayoría. Un lujo burgués que solo unas cuantas ciudades conjugan en voz alta.

El poder cree que las jacarandas exageran su notoriedad y calcula también que el viento se encargará de desnudar de nuevo las ramas. El apoyo sin condiciones al candidato acusado de violación y el muro que supera los tres metros son dos acciones cuyo contenido se parece.

El poder da por sentado que hay falta de sinceridad en las denuncias contra el aspirante a gobernador y asume igual posición respecto de las demandas que se rubrican sobre los objetos galvanizados de la patria.

Para el poder, ellas y sus causas desmerecen. Sus consignas son menores, pequeñas, sin sustancia. ¿Qué tan importante puede ser “romper el pacto patriarcal” si el poder ya rompió el único pacto que importaba: el “pacto neoliberal,” expresado en el “Pacto por México”?

No hay concesiones, consideración ni aprecio hacia la persona, demanda o causa que se atreva a poner en duda la dignidad y trascendencia de la gran transformación.

El muro gris y plomo no protege los monumentos, sino la obra monumental del poder. Aparta las causas que supone nobles de las erradas, opone a la gente buena de los perversos conspiradores, separa a la revolución feminista de la verdadera revolución.

El poderoso disfruta la polémica, goza con la provocación, se burla cuanto puede; con actitud de gallo recién levantado atiza el agravio. El poderoso no alcanza a comprender la fuerza que impulsa a este movimiento. No tiene oídos ni ojos que le permitan descifrar la capacidad transformadora que hay detrás de las demandas de género.

Entre jacaranda y jacaranda no se dio el tiempo para meditar sobre el desafío que significan las mujeres para la política del porvenir. Cuando el poder se haya ido, las flores y los pañuelos morados continuarán vistiendo a la ciudad para recordar los tiempos de la cerrazón y el desprecio.

@ricardomraphael

Ámbito: 
Nacional