"¿Qué bolá, Cuba?". Con ese tuit de jerga urbana saludó ayer Barack Obama a los cubanos tras aterrizar en La Habana decidido hacer historia -es la primera visita de Estado de un Mandatario estadounidense en 88 años- y está empeñado en ganarse a los isleños. A éstos hasta les regaló un aguacero en medio de la sequía, para todos aquellos amantes de los simbolismos. "Esta es una visita histórica y es una oportunidad histórica para conectar con el pueblo cubano", dijo Obama tras reunirse con personal de la recién bautizada Embajada estadounidense. Y es que en el caso del Presidente estadounidense, principal enemigo durante más de medio siglo, la Revolución atiende cautelosamente al invitado. A los pies del Air Force One no se presentaron ni Raúl Castro -con quien Obama sostendrá hoy un encuentro a puertas cerradas- ni, por supuesto, Fidel. Estuvieron el Canciller, Bruno Rodríguez, una de las caras más amables del régimen, y Josefina Vidal, encargada de Estados Unidos del Ministerio de Relaciones Exteriores y una de las negociadoras del deshielo. Obama acudió más tarde a su cita con el Cardenal católico Jaime Ortega, principal interlocutor político de Raúl y también figura clave en el reacercamiento, en la Catedral de La Habana. Y lo hizo con pocos espectadores: La Habana Vieja ofrecía un aspecto desolador, poco habitual, a excepción de los elementos de seguridad. Aunque las personas que sí estaban ahí no dudaron en soltar sus gritos de "USA", el Gobierno no quería concentraciones de gente. Evidenciado tres horas antes de que aterrizara Obama con su familia y una delegación de funcionarios, empresarios e invitados, cuando fueron detenidos varios disidentes durante el habitual paseo dominical de las Damas de Blanco. "¡Fue brutal, nos dieron con todo!", clamó el activista Antonio González Rodiles tras la acción represiva. La acción de la Seguridad del Estado dificulta aún más los contactos diplomáticos que mantiene Washington con los opositores, divididos hoy entre los pro Obama y los más recelosos.
