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La pandemia es una resbaladilla que iguala carencias

Hacia finales de 2020 aumentó el número de personas que no tienen para pagar la canasta básica de alimentos.

La pobreza más extrema se mide por la brecha que hay entre el gasto que una persona requiere celebrar para alimentarse de manera adecuada y el ingreso con el que cuenta para sufragar ese gasto.

Según el Consejo Nacional de Política del Desarrollo Social (Coneval), hacia diciembre del año pasado cuatro de cada 10 habitantes del país se encontraban en esta penosa circunstancia.

La económica derivada del coronavirus provocó dos fenómenos coincidentes: de un lado, que las personas más pobres no pudieran abandonar el piso de la construcción social donde hay más miseria y, del otro, que a ese mismo piso se mudaran otras personas cuyo ingreso el año anterior los protegía.

Durante 2020, mientras la escalera de ascenso social quedó bloqueada, la que se usa para descender vio pasar por sus escalones a un tropel de individuos.

Para explicar mejor lo ocurrido imaginemos que toda la sociedad mexicana viviera en un edificio de cinco pisos, y que en cada uno de ellos habitaran, en promedio, 9.6 millones de familias.

Según datos oficiales, las familias que viven en el primero y el segundo piso son las que se truenan los dedos diariamente para llevar comida a la mesa. Las que viven en el primer nivel, no cuentan con ingresos para comprar 70 por ciento de la canasta básica y las que viven en el segundo les hace falta, en promedio, alrededor de 40 por ciento.

Así era el retrato de la miseria alimentaria mexicana en diciembre de 2019. ¿Qué pasó con este retrato en 2020?

Sucedió, por una parte, que los habitantes del primer piso se quedaron atrapados. A pesar de los apoyos sociales del gobierno federal, para la mayoría su situación no mejoró debido a la crisis económica. Por otra parte, ocurrió que un contingente muy numeroso de personas que antes habitaban en los pisos dos, tres y cuatro se vieron forzadas a descender hacia el piso uno.

Esto quiere decir que se igualaron en la carencia con sus nuevos vecinos: si antes tenían para comer, a partir de su nueva situación solo pueden adquirir el 30 por ciento de la canasta básica.

De acuerdo con el 4º Boletín de Movilidad Social en el mercado de trabajo publicado esta semana por el Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY), poco más de 4 millones 800 mil familias se vieron forzados a abandonar los pisos intermedios de la construcción social mexicana para aterrizar en la planta baja.

Se trata de 13 millones de individuos cuya realidad pasó a ser miserable por obra de la pandemia.

Quienes descendieron no contaron durante 2020 con ningún apoyo gubernamental.

Cabe recordar que el gobierno federal repartió más de 300 mil millones de pesos en transferencias directas, a través de 12 programas distintos. Pero las familias de los niveles intermedios no tuvieron acceso a esos apoyos.

El gobierno federal repartió más de 300 mil mdp en transferencias directas, a través de 12 programas distintos.

Se añade como agravante que la jefa o el jefe de esas familias fueran, en su mayoría, empleados o trabajadores por cuenta propia que no contaban con ninguna prestación social.

Seis de cada 10 no tenían acceso al Seguro Social, no contaban con pensión para la vejez ni tenían seguro de desempleo. Además, mayoritariamente no cuentan con acceso al crédito, porque la banca comercial no los considera clientes confiables, o bien porque el costo de un crédito ofrecido a estas personas es francamente impagable.

En resumen, casi 5 millones de familias que cayeron a la planta baja lo hicieron sin red ni paracaídas.

Mientras México decidió apoyar primero y solamente a los pobres, en otras naciones se apoyó con recursos importantes, no solo a los primeros pisos, sino también a los intermedios.

De acuerdo con datos de la última Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) y los análisis de movilidad social del CEEY, el resultado neto de esta crisis, y de las decisiones económicas tomadas por el gobierno, fue que en 2020 la pobreza alimentaria no disminuyó, sino que, por el contrario, creció su número porque familias enteras que antes libraban el hambre vieron disminuir seriamente sus ingresos.

Antes de esta crisis las puertas que conectaban los pisos uno y dos, así como al cuarto con el quinto nivel, permanecían cerradas para la inmensa mayoría: era tan difícil ascender como descender.

La pandemia modificó esta circunstancia en una sola cosa: sigue siendo tan difícil como antes ascender en la construcción social, pero se volvió infinitamente más fácil el descenso. Mientras los escalones que llevan a la parte superior están rotos, la pandemia instaló resbaladillas para que la gente bajara con velocidad.

Concluye el boletín del CEEY con una advertencia pertinente: “Para reducir la proporción de trabajadores que caen en pobreza a lo largo de cada año, se requiere establecer un esquema que rompa con la dualidad del mercado laboral y universalice la protección social, de tal manera que los avances en combate a la pobreza laboral se sostengan en el tiempo”.

En otras palabras, las transferencias para los más pobres son necesarias, pero no suficientes para lograr que las familias que hoy no alcanzan a cubrir sus necesidades alimentarias salgan de la trampa a la que están condenadas.

Ricardo Raphael

@ricardomraphael

Ámbito: 
Nacional