Ya votó Peña por Hillary
Desde Washington, el presidente Enrique Peña Nieto envió un mensaje directo, sin mencionarlo, a Donald Trump. No importa quien resulte ganador en la elección presidencial de noviembre, trabajará constructivamente, con diálogo abierto y franco, con quien ocupe la Casa Blanca. La oferta fue para que la escuchara el candidato republicano, a quien ha comparado con Adolfo Hitler y Benito Mussolini, pues en realidad lo que hizo fue votar por Hillary Clinton, quien el jueves será nominada candidata demócrata a la Presidencia de Estados Unidos. Peña Nieto apostó por los demócratas, como el presidente Carlos Salinas lo hizo por los republicanos en 1992. En aquél entonces, el costo que ganaran los demócratas fue muy elevado para el gobierno; hoy, a seis meses de la elección, el resultado es impredecible.
Peña Nieto se ha alineado con los demócratas de manera clara. El viernes pasado se reunió con el presidente Barack Obama en la Oficina Oval durante 25 minutos, tiempo insuficiente para tocar cosas a fondo. Pero el encuentro, en sí mismo, es lo que habla del fondo, al darse en circunstancias muy particulares. En la víspera, Trump había aceptado la nominación para la Presidencia al final de la Convención Republicana, donde México, su migración y comercio, fue tema recurrente.
La xenofobia antimexicana fue una constante del circo republicano, pero consistente con el discurso que desde hace 13 meses, cuando anunció su candidatura, ha mantenido Trump. En las elecciones primarias lo vincularon ideológicamente con el demócrata Bernie Sanders, que con la misma retórica aislacionista, obligaron a Hillary Clinton a correrse a su extremo de la geometría política, en la que se está ubicando el electorado estadounidense.
El contexto no sólo es importante. En este caso puede ser todo lo que defina la relación bilateral con Estados Unidos, de cuya economía México es dependiente. El presidente Peña Nieto y su equipo no dejan de decir en público que la relación con Obama y Washington está en su mejor nivel. En realidad está muy dañada. La decisión de Peña Nieto de modificar la forma como el presidente Felipe Calderón la manejó, lo llevó al extremo de ir de la colaboración plena con las agencias de inteligencia estadounidenses, a la alianza, inopinadamente o no, con los enemigos en el sexenio anterior: los cárteles de la droga. El cerrojazo que se le dio a las agencias con la llamada “ventanilla única” instaurada por el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, contribuyó a la desconfianza y a la irritación.
El cambio en la forma como se llevaría la relación tuvo un costo, hasta ahora secreto, pero doloroso. Cuando en enero pasado fue una delegación mexicana del más alto nivel a Washington y se programó un encuentro de la comitiva de Peña Nieto con Obama en la Oficina Oval, la condición fue que el secretario de Gobernación no estuviera presente. Peña Nieto accedió. Osorio Chong, se informó, estaba en una reunión en el Departamento de Seguridad Territorial, con lo que se ocultó el desaire. Pero no hay que equivocarse. Si el secretario propuso la “ventanilla única” y el cambio en la relación con Estados Unidos, fue el Presidente quien lo autorizó.
Secuelas de la ríspida relación, que se hizo explícita cuando el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, literalmente regañó a Peña Nieto durante su visita en febrero, se aprecian en los últimos párrafos de la hoja de datos que difundió el viernes la Casa Blanca, donde se ven dos de las concesiones que tuvo que hacer: la aceptación de capacitación de agentes migratorios para identificar y entrevistar a “poblaciones vulnerables” –eufemismo de terroristas–, con lo que trasladan a México el primer control de seguridad para esa nación; y un nuevo plan que involucra a Estados Unidos, para la erradicación de cultivos de opio y el combate a la producción de heroína en territorio mexicano, supervisado por un nuevo grupo bilateral que coordine la lucha contra las drogas, el tiro de gracia de la “ventanilla única”.
Peña Nieto no ha terminado de entender la relación con Estados Unidos. Ir a Washington en el momento de su coronación republicana, no va a ser ignorado por Trump. En contextos similares, este tipo de reuniones han sido dañinas. Trump, en el momento actual, no parece estar en condiciones reales de poder ganarle a Clinton en la elección de noviembre, como sucedía en 1992, cuando Bill Clinton, involucrado en escándalos sobre sus relaciones extramaritales, no parecía estar en condiciones de competencia frente al exitoso presidente George H.W. Bush, que buscaba la reelección.
Salinas aceptó una invitación de Bush en febrero de ese año a San Antonio, para un tema relacionado con la entrega de equipo para el combate al narcotráfico. Esa visita de un día efectivo le costó a su gobierno 18 meses de cabildeo con el gobierno de Bill Clinton para que pudieran encarrilar nuevamente las relaciones, y aceptar enmiendas al Tratado de Libre Comercio para que lo ayudara a conseguir su aprobación en el Capitolio con el voto demócrata. Peña Nieto optó ahora por el partido contrario y enfrentarse, en los hechos a Trump. Hoy no ganaría la elección, pero si para el 8 de noviembre las cosas cambiaron y vence, Peña Nieto pagará ante él todos los agravios cometidos y aceptar todo lo que le pida. Así le sucedió con Obama, y existe la posibilidad, remota actualmente, de que lo repita con Trump.
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