Lo brindo a ustedes, amables lectores
Por falta de espacio no concluí aquí, la semana pasada, el relato de la confrontación que tuvimos hace casi dos décadas López Obrador y yo. Ahora lo hago para dejar en claro el suceso y para enfrentar sus nuevas infamias. Los medios de la época (por el mes de abril de 2003) consignaron aquella disputa; usted puede constatarlo.
Fue así:
Hace 18 años publiqué una carta dirigida a López Obrador, entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal. En ella le reclamé haber afirmado que yo litigaba en contra de su gobierno y que “traficaba con influencias” en agravio “de los habitantes más pobres del Distrito Federal”; más aún, ofreció a los periodistas entregarles las pruebas dentro de las 48 horas siguientes. Por supuesto, no cumplió. Huyó reptando a su hábitat, y en su fuga dijo: “que investiguen los medios”. Así ha sido siempre de hipócrita y falso.
Negué las imputaciones y lo señalé como “un hombre que miente, que desprecia el Estado de derecho, que amenaza a jueces y tribunales, además de difamar y calumniar cobardemente”. Así lo describí y califiqué ¡desde hace 18 años! Hoy es el mismo.
Le recordé que el tráfico de influencias es un delito tipificado en el Código Penal y que no denunciarlo lo haría reo de encubrimiento. Lo conminé a formular la denuncia correspondiente, advirtiéndole que, de no hacerla, la haría yo. Como guardó silencio, denuncié ante la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal los hechos que me imputaba, para que se investigaran y se resolviera conforme a derecho. Su titular era el maestro Bernardo Bátiz, persona siempre cercana a López Obrador. Poco tiempo después se decretó en mi favor el No Ejercicio de la Acción Penal, porque no se halló delito que perseguir. Como advertí que no se había tomado declaración al acusador ni requerido para que entregara las pruebas, me inconformé con el referido No Ejercicio, a fin de que se integrara debidamente la indagatoria. Finalmente, sin más trámite, se archivó el expediente.
Ya como “Presidente de todos los mexicanos” vuelve a sus andadas: miente, difama, barbota todo tipo de ocurrencias y estupideces para distraer al “pueblo bueno” (más empobrecido) y no rendirle cuentas de los destrozos que impunemente viene cometiendo. Ahora me imputa un delito del año 2000, que no cometí, y afirma tener las pruebas que sustentan su dicho, porque el ¡AY NANITA! no miente.
Les brindo a ustedes, amables lectores, el desenlace que tendrá esta confrontación, que ya es del dominio público.
PD. Hace dos días, López Obrador dijo que ya está chocheando. Eso significa, según el diccionario: que tiene debilitadas sus facultades mentales, que actúa alelado y que padece demencia senil. Los miembros de su gabinete no pueden eludir su responsabilidad volteando a otro lado, quesque porque la Virgen les habla.
Diego Fernández de Cevallos