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DÍA CON DÍA

Algo sobre el futurismo mexicano

Llamamos futurismo al chismoso deporte mexicano de especular sobre quién será el próximo presidente del país.

Es una costumbre especulativa sembrada en las épocas de la hegemonía del PRI, cuando era imposible pensar que sería presidente quien no fuera candidato del PRI, al cual elegía solitariamente el presidente de la República.

La hegemonía del PRI se fue hace 20 años, pero la costumbre del futurismo sigue intacta y hemos entrado de frente en ella apenas al dar la vuelta de la elección del 6 de junio.

Hay dichos fundadores del futurismo mexicano. Uno de ellos es el acuñado por el eterno líder obrero del siglo pasado, Fidel Velázquez: “El que se mueve no sale en la foto”.

Se trata de una de las más exitosas verdades para inocentes sobre la sucesión presidencial, a saber: que quienes se mostraban ansiosos y activos haciendo política en favor de su candidatura eran echados del juego por el presidente.

¿Por qué? Porque ofendían al presidente tratando de influirlo, sin respetar su facultad suprema de decidir, solitario y mayestático, por quien le diera la gana.

El que quisiera ser ungido por el dedo índice del presidente debía quedarse quieto, no moverse, probar por anticipado su lealtad y su obediencia al mandato supremo.

Nadie se estaba quieto, desde luego, entre los aspirantes presidenciales. Dedicaban buena parte de sus energías a poner trampas a sus competidores y reflectores a sus propios logros, pero el dicho era ley. Ley mexicana: nadie la cumplía.

El otro dicho clave lo acuñó un tiranosáurico gobernador de Guerrero llamado Rubén Figueroa, quien dijo alguna vez, ante los posibles sucesores que había en el gabinete de Luis Echeverría: “La caballada está flaca”.

Quería decir: comparados con la talla del presidente, todos sus posibles sucesores parecían una broma.

El futurismo de hoy extiende sus adivinaciones sucesorias a los enigmas de un sistema político de siete partidos, donde todos se mueven.

Conserva, sin embargo, uno de sus rasgos fundacionales: es materia dominante de columnas y corrillos durante la segunda mitad del sexenio, y tiene como infatigable numen tutelar al chisme, que es la clave morse de la política en general, y de la política sucesoria en particular.

hector.aguilarcamin@milenio.com

Ámbito: 
Nacional