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SERPIENTES Y ESCALERAS

¿Juzgar o avanzar?

Morelos se ha convertido en tierra de impunidad; los gobernantes roban y nunca pasa nada.

Las autoridades electas, salvo quienes se refrendaron el cargo, tienen frente al proceso de entrega recepción una muy interesante decisión que tomar. En algunos casos las administraciones salientes están de cabeza, con múltiples conflictos y deudas ocultas para que le revienten al gobierno entrante; en otros se trata de autoridades señaladas por malos manejos, sujetas a procesos judiciales y consideradas corruptas. El tiempo es un factor clave en este proceso y los nuevos representantes populares deberán decidir entre voltear al pasado o ver al futuro; pocos serán capaces de hacer ambas cosas. La decisión que tomen es clave para el futuro.

Tanto en el congreso estatal como en los ayuntamientos existen razones suficientes para suponer que las autoridades electas revisarán las acciones y las cuentas de las administraciones salientes; la decisión es lógica porque este proceso forma parte de un mecanismo natural de gobierno y de la obvia revisión que debe hacerse cada vez que concluye un periodo de gobierno.

En muchas ocasiones este proceso no es bien entendido ni atendido por los nuevos gobernantes, algunas veces vemos que la investigación se convierte en desquite o en el peor de los casos, que en el camino hay acuerdos para que la impunidad se prolongue y todo quede como está.

Pocas veces en los últimos tiempos hemos visto un proceso de entrega-recepción que vaya más allá de la entrega administrativa de las instituciones; muchas veces escuchamos expresiones críticas respecto al trabajo del gobierno saliente o incluso señalamientos directos por actos de corrupción cometidos por los titulares, como sucedió con el gobierno de Marco Adame y luego con el de Graco Ramírez, pero casi nunca pasa nada.

A pesar de que el discurso crítico ha sido constante, hasta ahora son pocos los casos en los que los exfuncionarios pagan por sus excesos o por las conductas irregulares que cometieron. Digámoslo como es: Graco Ramírez acusó de narcotraficante a Marco Adame, pero nunca probó sus dichos; luego Cuauhtémoc Blanco dijo que metería a la cárcel a Graco Ramírez y hasta ahora nada ha pasado.

Estas situaciones también se ven en los municipios: en Jiutepec, por ejemplo, el alcalde Rafael Reyes ha dicho de manera reiterada que su antecesor Manuel Agüero Tovar malversó recursos públicos y violó la ley, pero tres años después su antecesor sigue libre e incluso se atrevió a volver a competir por el cargo.

Entender esta situación no es sencilla, porque va más allá del deseo de una autoridad. Cuauhtémoc Blanco y Rafael Reyes, por mencionar a dos actores políticos, han interpuesto cualquier cantidad de denuncias en contra de varios exfuncionarios, pero cada una de las querellas presentadas han topado con pared porque: a) Las carpetas no han sido integradas de manera correcta o b) Los señalados gozan de protección judicial.

Los primeros doce meses de gobierno son sumamente complicados para cualquier autoridad, es el periodo de aprendizaje, de conocer el funcionamiento interno de los gobiernos y en el que se encuentran con muchos problemas administrativos que no fueron reportados por sus predecesores. Esta etapa además de compleja es sumamente absorbente, porque se mezcla con la llamada “luna de miel” y es el momento en el que los nuevos gobernantes están ensimismados con su triunfo.

Ningún gobierno que recuerde ha podido avanzar de manera correcta en este tema: o pasan por altos los errores de sus antecesores o se meten a un laberinto de problemas judiciales que nunca terminan bien. En todos los casos se escuchan acusaciones y amenazas, pero al final solo son algunos funcionarios menores los que resultan sujetos a procesos.

La clave en esta historia puede ser trazar una buena estrategia desde el principio con dos equipos que tengan objetivos concretos y no se crucen en el camino; digámoslo de esta manera: un equipo que se dedique a la revisión de lo que hizo el gobierno saliente y, en caso de ser necesario, que se ocupe de presentar las denuncias correspondientes y darles seguimiento hasta su cumplimiento. Y otro que se dedique a trabajar hacia adelante, que no se distraiga con el pasado y cuyos objetivos sean volver realidad las propuestas del nuevo gobierno.

Esto no es nuevo, ya lo han hecho algunas administraciones en otros estados y ahí sí se han logrado resultados para adelante y para atrás, es decir: se avanza en el nuevo gobierno y se castigan los pegados del pasado.

La clave es no mezclar equipos.

posdata

El alcalde electo de Cuernavaca y el alcalde en funciones sostuvieron una reunión al iniciar la semana; el encuentro fue cordial, acorde a la personalidad de José Luis Urióstegui y a las necesidades de Antonio Villalobos: el primero es un hombre decente que no cometería un acto imprudente ni le haría una majadería a nadie; el segundo está urgido de una tabla de salvación que le ayude a sortear el cierre de su administración sin ir a la cárcel. Desde ningún ángulo las cosas podían ser diferentes.

Aunque el equipo de Villalobos se encargó de promocionar las imágenes de su sonriente jefe como si del desayuno hubieran salido acuerdos institucionales, en la realidad lo único que dejó esa primera reunión es el deseo de Urióstegui de que el proceso de entrega recepción se lleve a cabo conforme a derecho. El abogado expresó su buena voluntad, pero en ningún momento avaló el trabajo del gobierno en funciones.

Tengamos claridad de algo: los problemas que hay en el gobierno de la capital son enormes, empiezan por los malos servicios que presta la ciudad, los adeudos millonarios contraídos durante este periodo, las múltiples demandas por despidos injustificados, las redes de corrupción que prevalece entre los inspectores, el Sapac y los funcionarios cercanos al alcalde y alcanza al propio edil, contra quien existen varias denuncias vivas por actos irregulares.

Los aplaudidores de Antonio Villalobos pueden imaginar que como su familia conoce a José Luis Urióstegui desde hace años (como muchos) ello le abre la puerta a un acuerdo de complicidad que le ayuda a librar las responsabilidades legales, administrativas y financieras que derivan de las decisiones que tomó como presidente municipal. Si así sucediera, el alcalde electo asumiría legalmente la responsabilidad de todos los problemas que deje su antecesor, lo cual además implicaría un costo social y político que minaría su gobierno y muy probablemente lo dejaría fuera de combate para la contienda del 2024.

José Luis Urióstegui Salgado es abogado y sabe las consecuencias de sus decisiones; evidentemente no es el político más avezado, ni tampoco un personaje con gran experiencia en administración pública, pero cualquiera con dos dedos de frente entiende que perdonar las tropelías cometidas en la administración de Villalobos traería graves consecuencias para el nuevo gobierno.

La política es un ejercicio sumamente complejo que rebasa los conocimientos académicos; hay muchos casos de profesionistas exitosos que fracasan en la administración pública porque no pudieron equilibrar la aplicación de la ley con la sensibilidad social.

Hoy de manera particular en Morelos la política es un deporte extremo no apto para aficionados, ni para gente torpe; políticos experimentados como Graco Ramírez o personas sumamente prudentes como Marco Adame fracasaron en su encargo porque no supieron armar un equipo eficiente, ni tuvieron la sensibilidad para entender lo que ocurría a su alrededor.

Gobernar nunca ha sido sencillo, pero en estos tiempos es más difícil que nunca.

Nota

El presidente Andrés Manuel López Obrador recibió ayer a Cuauhtémoc Blanco; independientemente de los acuerdos tomados por ambas autoridades en materia de desarrollo e infraestructura, el jefe de la nación refrendó su apoyo personal al gobernador de Morelos.

El encuentro fue formal, pero la charla, cuentan quienes la presenciaron, fue cordial y alegre; en privado como lo ha hecho varias veces en lo público, el presidente de México reiteró su aprecio y respaldo al exseleccionado nacional; más allá de cuestiones políticas, Andrés Manuel López Obrador simpatiza con Cuauhtémoc Blanco. Hasta su hijo menor es americanista.

Independientemente de filias o fobias partidistas, la buena relación del mandatario estatal con la federación ha sido sustantiva para el estado y ejemplo de ello es el apoyo que ha tenido Morelos en el programa nacional de vacunación contra el covid. Después de la Ciudad de México, la tierra de Zapata es una de las entidades que más dosis han recibido del biológico. Este tipo de apoyos, dígase lo que se diga, significa vidas.

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¿Qué pensarán ahora los candidatos que en campaña presumían arrastre y simpatía colectiva, los que se hacían acompañar de numerosos grupos de personas para sentirse arropados? ¿Cómo andarán los estrategas de las campañas que alardeaban con sus estructuras y fuerza de movilización, que elaboraban programas digitalizados en donde mostraban como se movería voto a partir de la promoción que habían hecho? ¿Qué se escuchará en la mente del alcalde capitalino (además del silbar de grillos) al darse cuenta que todo lo que vio y vivió en su primera y seguramente única campaña electoral fue falso?

Lo ocurrido en la contienda pasada tendría que hacer entender a los actores políticos que las elecciones han cambiado en muchos sentidos, que las estructuras, la movilización y la promoción del voto han perdido efectividad porque la gente es más inteligente de lo que ellos creen. A todos los candidatos les fue bien en las calles, en la campaña más modesta hubo aplausos y hasta los personajes más bizarros, como Gerardo Borbolla, tuvieron momentos buenos con la gente.

El ciudadano ya entendió de que se tratan las campañas y sabe que nada gana confrontándose con los políticos; más aún: antes eran los candidatos los que mentían y engañaban al electorado, pero ahora es el votante el que se burla de los políticos y de sus partidos: les aplaude, les recibe todo y al final votan como quieren.

Esta circunstancia no es nueva, ni distinta a lo que pasa desde hace años; Rodrigo Gayosso, por ejemplo, construyó una enorme estructura electoral con gente de todo el estado, repartió apoyos, dio sueldos, pagó dinero, entregó despensas y regaló miles de utilitarios; calculó que aún perdiendo la mitad de la gente promovida los números le alcanzarían para ganar la elección. Y perdió.

Ese mismo esquema, incluso con los mismos operadores, fue el que le vendieron a Jorge Argüelles en Cuernavaca; no le cambiaron nada, salvo la presentación digitalizada. Por lo demás la estructura de campaña del hijastro incómodo y la del diputado federal fueron exactamente iguales y terminaron de la misma manera.

Este es solo un ejemplo de muchos que ocurrieron en esta elección; la gran equivocación de los estrategas fue no advertir el pulso social y suponer que todo se podría resolver con dinero o con falsos liderazgos.

Otro caso representativo es el de Antonio Villalobos: el alcalde de Cuernavaca confió en su hermano, en sus empleados y en los consejos de su estratega Manuel Martínez Garrigós. Aquí las cosas fueron peores: el lobito obligó a los trabajadores del ayuntamiento a que se sumaran a su campaña, amenazó con despedir a quienes no acudieran a sus giras y diseñó una campaña ególatra en torno a su apodo que nunca prendió, porque no tenía nada de atractivo para el electorado. El Lobito nunca supo gobernar, ni entendió de qué se trataba una campaña.

Al final lo que quedan son experiencias dignas de análisis para entender el comportamiento ciudadano y conocer la forma como han evolucionado las campañas. La política es cambiante y aquellos estrategas que insisten en aplicar las mismas fórmulas del pasado terminan fracasado estrepitosamente.

redes sociales

¿Cómo será el proceso de entrega recepción en Cuernavaca? ¿El gobierno electo se enterará de las cosas solo por lo que oficialmente les entreguen o buscarán distintos canales para conocer el estado de las cosas?

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