Discurso histórico
Cuando Ultimiano regresó de la luna de miel sus amigos le preguntaron cómo le había ido. "No muy bien -respondió él, sombrío-. Al terminar el primer acto de amor me dejé llevar por mis costumbres de soltero y le di a mi novia un billete de mil pesos". "Vamos, vamos -lo tranquilizó uno de los amigos-. Eso es para tomarse a risa". "A risa lo tomé -contestó, hosco, el recién casado-, pero se me quitó cuando ella me dio 500 pesos de cambio"... Decía Capronio: "Espero que Dios no sea mujer. Me mandaría al infierno, y ni siquiera sabría yo por qué"... Es facilón el juego de palabras entre "histórico" e "histérico", y sin embargo no resisto la tentación de usarlo. (Casi ninguna tentación suelo resistir. ¿Para qué son las tentaciones si no es para caer en ellas?). El discurso de Michelle Obama en la Convención Nacional del Partido Demócrata bien puede calificarse de histórico por su profundidad, belleza y emoción, y contrasta con el histérico -y larguísimo- discurso de Trump. Las palabras, preciado bien que distingue a los humanos del resto de las criaturas animales, deben servir para unir y no para separar; han de ser instrumento de amor, no de odio. Trump, forrado por fuera de dinero, está por dentro lleno de malos sentimientos. Con él va la soberbia, y va también la ignorancia. Esos dos desvalores lo harían ser sólo uno más entre los muchos tontos que van por el mundo con su dinero a cuestas como el asno cargado de oro de la fábula. Lo malo es que Trump lleva también consigo un talante autoritario: piensa que por tenerlo todo puede hacerlo todo él solo y sin atender otro criterio más que el suyo. En un país como Estados Unidos, que ha hecho notables contribuciones a la democracia y a la libertad no cabe un discurso como el de Trump, excluyente, intolerante y con oscuros tintes de fascismo. El hecho de que el Partido Republicano lo haya nominado como su candidato no habla muy bien de ese partido y de sus partidarios, que parecen en esta ocasión haber extraviado el rumbo. Lo peor es que no puedo ir yo a orientarlos, porque hice la promesa de no pisar suelo americano mientras ese individuo, que tanto ha agraviado a México y a los mexicanos, sea candidato, y con mayor razón si llega a Presidente. Mis artículos aparecen en diversos medios del país del norte. Exhorto a mis paisanos, con el mayor respeto para su libertad de decidir, a no entregar su voto a Trump. No pretendo inclinar la balanza de la elección -con humildad reconozco que el poder de mi pluma quizá no llega a tanto-, pero quiero aportar mi granito de arena, si me es permitido el uso de esa expresión inédita, para que no llegue a la Presidencia ese hombre que haría mucho daño a los mexicanos que viven allá, y también a los que vivimos acá. La nominación de Hillary Clinton y el voto de los electores conscientes son ahora nuestra esperanza de disipar esa pesadilla... El cuento que pone fin a esta columnejilla es de la categoría que los franceses llaman "risque", o sea arriesgado. Bajo su propio riesgo lo leerán mis cuatro lectores... Noche de bodas. Los flamantes desposados estaban ya en el tálamo donde iban a consumar sus nupcias. La novia le dijo a su anheloso maridito: "Antes de empezar quiero que sepas que no todo lo que parece mío es mío". Así diciendo se despojó de la peluca rubia que lucía; se sacó un ojo de vidrio; se quitó la dentadura postiza que usaba y apartó los rellenos de gutapercha con que daba atractivas redondeces a su magro tetamen y a su exigua parte posterior. El novio se levantó del lecho. Ella le preguntó con inquietud: "¿Vas a dejarme?" "No -replicó el galán-. Voy a revisar mis correos. Cuando llegues a aquello me lo avientas"... FIN.