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DÍA CON DÍA

Tres años después

Ha quedado razonablemente claro en estos años que la palabra “transformación” que rige el discurso gubernamental es un sucedáneo de la palabra “revolución”, es decir: el propósito radical de cambiarlo todo, de refundar la historia.

La retórica de la “transformación” ha hecho todo lo que hace la retórica revolucionaria: se ha inventado un “antiguo régimen” opresor, la “era neoliberal”; ha ofrecido un futuro reparador e igualitario, y se ha dado la tarea de destruir los cimientos del pasado oprobioso, para traer al mundo su utopía, su nuevo orden prometido.

Los historiadores saben que ni siquiera las verdaderas revoluciones, las que toman el poder por las armas, pueden cambiarlo todo.

Con el tiempo, el pasado que se pretendió destruir vuelve por sus fueros: el absolutismo de los reyes de Francia se transmuta en el absolutismo de Napoleón Bonaparte, el despotismo de los zares en el despotismo de Lenin y Stalin, la dictadura de Batista en la de Fidel Castro, y la de Somoza en la de Daniel Ortega.

Una trasmutación similar se da en la Revolución mexicana que se alza contra la dictadura de Díaz, pero con el tiempo da paso a los gobiernos dictatoriales del PRI, eso que José Vasconcelos describió, con humor, como un “porfirismo colectivo”.

Está claro también en la historia que las verdaderas revoluciones estuvieron muy lejos de cumplir sus promesas.

Antes de asentarse en el tiempo y corregir sus excesos, trajeron a sus pueblos sangrías y opresiones mayores que las que buscaban erradicar.

El problema con la “revolución pacífica” que se esconde en los pliegues de la “cuarta transformación” es que no viene de una revolución, sino de una elección democrática, materia por definición gradual y reformista, ajena por completo al espíritu de una revolución.

Hay un error histórico en creer que un triunfo democrático vale como un mandato para hacer una revolución.

Un gobierno que confunde su triunfo electoral con un mandato revolucionario puede destruir en su prisa muchas cosas del supuesto antiguo régimen, sin cambiarlo realmente y sin mejorar sus resultados. Puede simplemente destruir sin transformar. Es lo que ha sucedido en México en estos tres años. _

Héctor Aguilar Camín

hector.aguilarcamin@milenio.com

Ámbito: 
Nacional