Preparémonos para lo peor
El desabasto de medicamentos oncológicos para niños no encuentra en Palacio Nacional un proceso de toma de decisiones racional. Nos encontramos –en plural porque afecta a todos, gobierno y sociedad– en el terreno de las emociones, que es el eje de la forma como Andrés Manuel López Obrador gestiona la Presidencia. López Obrador parece rebasar en algunos momentos la tozudez, envuelto en una ideología extraña, con prejuicios muy profundos y categorías de análisis tan simples, que por lo que significan para su toma de decisiones, llegan a resultar potencialmente peligrosas y dañinas para la población. Rechaza la evidencia, niega los datos, ignora las pruebas. Para él, la conspiración internacional y la colusión con viejos gobiernos y grupos de interés están por encima de la razón.
Es cierto, puede pensar, qué es lo nuevo en ello. Sin embargo, su mecánica de la mente y su cosmogonía, que no muestra inconsistencias ni incongruencias, son un recordatorio permanente, o una enseñanza para quienes aún no han calibrado al Presidente, de que carecemos de un líder que tenga la capacidad para llevarnos a puerto seguro, porque sigue atrapado en él mismo sin escuchar a sus colaboradores, dejándose alimentar por quienes, o son aduladores o comparten las mismas ofuscaciones.
López Obrador, quien desde hace varios meses ha sugerido en algunas reuniones de gabinete que el desabasto de medicamentos es uno de los más grandes déficits de su gestión y le ha generado negativos, ha sido resiliente a entrar a ese tema de fondo con sus colaboradores, porque sigue pensando que la información que existe es falsa o manipulada por los laboratorios farmacéuticos que antes distribuían medicinas. Ni siquiera un estudio de su equipo que le entregó el coordinador de asesores presidencial, Lázaro Cárdenas, lo hizo cambiar de opinión. Minimizó los resultados que le mostró sobre el desabasto, y soslayó la argumentación sobre los errores de la estrategia de la Secretaría de Salud –cada vez más convertida en una dependencia de yerros fatales– en la adquisición y distribución de los medicamentos oncológicos.
Lo importante para él es la narrativa, y para reforzarlo tiene en su vocero, Jesús Ramírez Cuevas, a su mayor apoyo. Ante el diagnóstico de Cárdenas, la contrapropuesta, no de análisis sino de acción, no llegó de la Secretaría de Salud, sino de Ramírez Cuevas, quien recomendó al Presidente reconocer sibilinamente el desabasto, y montarse en el mismo discurso de que todo es culpa de la corrupción que había en el sector y que no falta mucho para terminar de erradicarla. Es la política contra la salud, lo contrario a lo que el Presidente públicamente pide, el no politizar temas donde la vida de personas está en juego.
Pero siempre es más fácil hablar del pasado que del presente. Siempre piensan el Presidente y los suyos que es más redituable encontrar en los errores de anteriores gobiernos la justificación para una mala gestión –que no reconoce López Obrador jamás, ni siquiera en privado–. Ayer fue uno de esos días, y por quién sabe cuántas veces más, el presidente Andrés Manuel López Obrador repitió que el problema del desabasto de los medicamentos no es nuevo, sino que fue heredado, y que ya se tienen garantizadas las medicinas, en particular para el cáncer, aunque no dejó de insistir en que hay infiltrados entre los padres de familia coludidos con grupos de interés que quieren perjudicarlo.
El eco de Palacio Nacional volvió a replicar. “Estaba muy mal el abasto de medicamentos, heredamos un desastre en todo lo relacionado con el abasto de medicamentos”, dijo el Presidente. La verdad es que no se había visto un desabasto de medicinas tan brutal como durante sus tres primeros años de gobierno. “No sólo no había medicamentos para enfermos de cáncer, sino los adulteraban, tenemos casos donde fallecieron personas por la aplicación de medicamentos adulterados” agregó. El caso al que se refiere lo denunció el entonces gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes, quien aseguró que durante la administración de su antecesor Javier Duarte, niños con cáncer recibieron agua destilada en lugar de las medicinas para sus quimioterapias.
Sin embargo, una búsqueda rápida en Google sobre medicamentos adulterados, arroja en sus primeras páginas de resultados sólo los medicamentos contaminados que se dieron a enfermos de insuficiencia renal en el hospital de Pemex en Villahermosa el año pasado, donde murieron ocho personas y no hubo descabezamientos en los puestos directivos de la empresa. A eso no se refería el Presidente, que continuó su perorata: “Había muchos intereses, porque se robaban el dinero de los medicamentos, estamos hablando de una compra de 100 mil millones de pesos al año y no estaban participando ni siquiera farmacéuticas sino intermediarios que tenían el negocio. Esos grupos de interés creados, que son políticos y medios de comunicación, han aprovechado también la escasez de medicamentos para lanzar una campaña en contra nuestra”.
El argumento de la corrupción en la distribución de medicinas y el ahorro de recursos, fue la razón por la cual se consolidó la compra de medicamentos desde 2019, con las consecuencias que hemos experimentado. La corrupción existente en el sector no produjo consignaciones y menos aún sentencias. Las carpetas de investigación sobre algunos distribuidores, en particular a uno consentido por el presidente Enrique Peña Nieto y su exesposa Angélica Rivera, están congeladas en la Fiscalía General.
Las autoridades presumen lo que dicen han ahorrado, como lo hizo ayer el secretario de Salud, Jorge Alcocer. La realidad es que si no se compra, no se gasta. Coloquialmente le han llamado el “austericidio”, que molesta al Presidente porque cree, auténticamente, que es una calumnia. La palabra presidencial se ha desgastado pero a él no le importa. En público y en privado piensa y dice lo mismo. Sin embargo, su estrategia pendenciera cada vez pierde más fuerza frente a la realidad, como en el caso de los medicamentos oncológicos, que mientras no lleguen a las farmacias la crisis del desabasto continuará.