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México evita agitar las tensiones con España y reivindica la resistencia indígena frente a Cortés

El Gobierno de López Obrador conmemora el quinto centenario de la caída de Tenochtitlan y mantiene vigentes las exigencias de perdón

La maqueta se levanta en el Zócalo, el corazón de Ciudad de México, entre el Palacio Nacional, la sede del Gobierno local y la catedral metropolitana. Más de 15 metros de altura, con escaleras y dos capillas para rendir homenaje a las deidades de la guerra y de la lluvia. El Templo Mayor fue el eje simbólico del universo para los mexicas y este viernes la reproducción del lugar de culto se iluminará con ocasión del quinto centenario de la caída de Tenochtitlan, capital de la civilización azteca. La reconstrucción ha sido impulsada por las autoridades mexicanas como un hito de reafirmación de las raíces indígenas frente a Hernán Cortés y “el exterminio que significó la conquista”.

Así se refirió esta semana el presidente, Andrés Manuel López Obrador, a la toma de la ciudad, aunque evitó agitar abiertamente las tensiones con España. Aseguró que recordarán lo sucedido “con dolor, con pesar”. “Solo la toma de Tenochtitlan, de acuerdo con el parte de Cortés enviado al rey, un día antes, el 12 de agosto de 1521.... Le dice Cortés al rey que se habían asesinado o aprehendido a 40.000 indígenas mexicas”, agregó el mandatario. Este año su Gobierno reunió tres celebraciones históricas: los 700 años de la fundación, los cinco siglos de la invasión y los 200 años de la independencia de México, cuyos actos culminarán el próximo 27 de septiembre.

La historia es un resorte con el que el presidente opina sobre los conflictos del mundo contemporáneo y hace política, dentro y fuera del país. Lo hizo para alimentar tensiones con España desde 2019, a los pocos meses de tomar posesión. Entonces envió una carta a Felipe VI y al papa Francisco para solicitar el perdón por los desmanes de la conquista. Hace semanas recordó aquella petición al Rey. “Envié una carta [...] y no tienen ni siquiera la delicadeza de responderla. La filtran y empiezan los ataques a mi persona y al Gobierno, de autoridades, de intelectuales promonárquicos”. Habló de “arrogancia” y zanjó: “Les faltó humildad, se olvidan de que el poder es humildad”.

López Obrador suele utilizar estos argumentos, que sus críticos consideran desfasados con los retos y problemas de la sociedad mexicana actual, también para apuntalar su discurso económico. Prácticamente a diario, desde sus conferencias de prensa matutinas, hace alusión a una supuesta “conquista de nueva cuenta” que atribuye a las empresas extranjeras, sobre todo españolas y del sector energético como Iberdrola, y que suele vincular sin pruebas al trabajo de la prensa internacional, encabezando sus ataques con críticas a EL PAÍS.

Todo es un reflejo de su idea de soberanía nacional, que vertebra polémicas reformas con la del sistema eléctrico, un plan devolver la prioridad del suministro a una empresa estatal, la Comisión Federal de Electricidad (CFE), hoy paralizado en los tribunales. Sin embargo, en vísperas de la conmemoración de la toma de Tenochtitlan, el mandatario mantuvo públicamente un perfil bajo y no volvió a alentar las fricciones diplomáticas con España.

El Gobierno mexicano invitó hace meses a la entonces ministra de Exteriores, Arancha González Laya, a los actos previstos para septiembre con ocasión del bicentenario de la independencia. La intención era aceptar la invitación, aunque en julio el jefe del Ejecutivo español, Pedro Sánchez, remodeló su Gabinete y nombró al frente de la diplomacia a José Manuel Albares, quien todavía está definiendo su agenda. En los últimos tiempos, España ha optado por mantener una actitud discreta ante las insinuaciones de López Obrador, huyendo siempre del el conflicto. En cualquier caso, ambos países descartaron celebrar de momento la llamada Comisión Binacional, un marco de colaboración diplomática creado en 1977 que reunía a varios ministros de ambos Gobiernos. La última se convocó bajo el mandato de Enrique Peña Nieto, del Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Mientras tanto, la cuarta transformación, el proyecto político de López Obrador, se prepara para reivindicar la este viernes resistencia indígena como alternativa al recuerdo de lo que las autoridades mexicanas definen a menudo como la “mal llamada conquista”. Y a mostrar esos episodios como una herida abierta que está lejos de cicatrizar. El presidente ha hecho de las palabras las células de una suerte de batalla cultural y se ha volcado en la resignificación de los términos y la narrativa de la historiografía oficial.

Ocurrió, por ejemplo, el pasado mes de marzo. “Uno de los colonizadores quiso tomar Champotón [en el Estado de Campeche] y el pueblo, los mayas no lo permitieron. Hubo una batalla y fueron derrotados los invasores españoles de aquel tiempo”, manifestó en referencia a Francisco Hernández de Córdoba, a quien los historiadores atribuyen la colonización de la península de Yucatán. El nombre de ese acontecimientos que acabó en los manuales fue el “batalla de la mala pelea”. “Los de Champotón, Campeche, México podríamos decir la batalla de la buena pelea”, continuó el presidente. “Es como la noche triste o la noche alegre, depende de cómo se vean las cosas”, a propósito de la derrota de Cortés antes de la caída de Tenochtitlan.

En cualquier caso, la conmemoración de la toma estará rodeada de la idea del perdón y, aun de forma implícita, los reclamos de la Administración mexicana a España. El Gobierno ha escenificado este año perdón hacia los pueblos indígenas yaquis y por la masacre de la comunidad china en Torreón. Lo hizo, afirmó, también para dar ejemplo. Aun así, el pasado le ha servido hasta ahora sobre todo para reafirmar su proyecto político.

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Nacional
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