Los expertos dudan de que la derecha radical pueda tener una proyección electoral significativa pese a la larga historia de los movimientos extremistas mexicanos
Una reunión, una fotografía y se abrió la caja de Pandora. El líder del partido ultraderechista español Vox, Santiago Abascal, aterrizó hace diez días en Ciudad de México, donde se reunió con senadores del Partido Acción Nacional (PAN) e incluso dos políticos del Partido Revolucionario Institucional (PRI). La cita desató un vendaval en las dos formaciones opositoras al Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. La primera apartó al operador político que organizó el acto y la segunda se desvinculó por completo de cualquier acuerdo con Vox. Abascal llegó buscando adhesiones a la llamada Carta de Madrid, una suerte de manifiesto “en defensa de la libertad en la Iberosfera”. Es decir, el germen de una guerra cultural, una cruzada que pretenden librar en la región agitando el espantajo de una supuesta amenaza comunista.
El PAN es una organización conservadora que integra algunas voces y sectores radicales, pero en su conjunto los expertos no lo consideran asimilable a Vox, fundado en 2013 precisamente como escisión de una fuerza neoliberal con ideario más amplio, el Partido Popular, con el que después, sin embargo, pactó. La pregunta es si en el México de López Obrador hay espacio electoral para la extrema derecha y el discurso autoritario más allá de manifestaciones anecdóticas. Y quién puede encarnar esa retórica, que casi siempre ha ido de la mano del fanatismo religioso o el ultracatolicismo. Francisco Abundis, director de la firma de análisis de opinión Parametría, ve al país reacio a esta tendencia. “Política y religión no se suelen mezclar. De entrada al mexicano no le gusta unir las dos cosas”, afirma. Además, los datos indican que, aun en el caso de ciudadanos creyentes y practicantes, el porcentaje que de votantes dispuesto a seguir las instrucciones de un párroco es reducido. Esa predisposición es menor, al menos entre los católicos, señala Abundis.
FRENA, el Frente Nacional anti-AMLO
Eso no significa que la extrema derecha no exista en la sociedad mexicana. “Claro que existe, y no solo es una expresión de corte político, sino que está expuesta en lo político, en lo económico y en lo social. También hay un cuarto rubro que es el intelectual”, mantiene Luis Ángel Hurtado, consultor y académico en la facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. “El movimiento más visible en la actualidad, aunque no es el único, es FRENA”. El llamado Frente Nacional Anti-AMLO acaparó protagonismo hace un año al improvisar un campamento en el Zócalo de la Ciudad de México para protestar contra el Gobierno. Se definen como un “movimiento ciudadano y pacífico que desea actuar ya para quitar” a López Obrador, dicen recurrir a “herramientas jurídicas, de presión social y de medios” y su líder, Gilberto Lozano, empresario y expresidente del club Rayados de Monterrey, está volcado en una campaña por la revocación del mandato del presidente. En línea con el discurso de Santiago Abascal, sin embargo, creen que hay en marcha un plan auspiciado por el Foro de São Paulo para implantar el comunismo en México pasando por el control de la población y la redistribución de las riquezas.
Hurtado recuerda que esta organización también se enmarca en la tradición de la ultraderecha mexicana, que es el corte católico y el vínculo religioso en general. Al mismo tiempo, se diferencia de ellas al ser un movimiento público, al contrario de sociedades reservadas como Los Tecos -inicialmente vinculados a los jesuitas hasta que la orden se desvinculó debido a un ataque a mano armada-, Los Conejos, que tuvieron nexos con los lasallistas, o El Yunque. “Eran agrupaciones juramentadas y en el juramento prometían guardar secreto. Este elemento en FRENA no es característico. Busca que renuncie López Obrador y guarda diferencias con otras agrupaciones de ultraderecha, el FUA [Frente Universitario Anticomunista] y El Muro, que se expresaban de forma violenta y más radical. En el caso de FRENA no es así”, continúa.
El Yunque, el sinarquismo y las conspiraciones
Existe un hilo rojo que une pasado y presente en la historia de la ultraderecha en México. Sucedió hace casi un siglo con el presidente Lázaro Cárdenas y después con Adolfo López Mateos. “Es muy interesante ver cómo siempre sale la amenaza del comunismo, y hay gente que se lo cree aunque no sea verdad”, apunta Fernando González, académico de la UNAM que lleva décadas estudiando este fenómeno y las consecuencias de lo que llama “catolicismo conspirativo”.
En el mapa de la extrema derecha son importantes dos universidades y dos ciudades, Guadalajara y Puebla. Bajo el mandato de Cárdenas se funda en Jalisco la Universidad de Occidente, que después pasará a llamarse Universidad Autónoma de Guadalajara, el primer centro privado del país. Ese, afirma, fue “un nido de tecos” y de ahí también salen algunos de los fundadores del PAN en ese Estado. Casi veinte años después, prosigue, entre 1953 y 1955, se funda El Yunque en Puebla de la mano de Manuel Díaz Cid, histórico ideólogo de la ultraderecha, y Ramón Plata Moreno, asesinado en 1979 al salir de la misa de Navidad. En 1965, recuerda el investigador para entender el alcance de las delirantes aspiraciones de este movimiento, la cúpula de la organización celebró una reunión en la que “sostienen que el papa Pablo VI es un judío askenazi y van a declarar la plaza vacante”. González mantiene que “a partir de los sesenta El Yunque ya estaba en la patronal Coparmex y entre el 77 y el 78 deciden infiltrar el PAN”.
Pero antes que El Yunque echó a andar en Guanajuato otra organización nacionalista con posiciones de extrema derecha, la Unión Nacional Sinarquista. Y vinculados a ella hubo un apellido que -por casualidad onomástica- coincide con el del líder de Vox. Adalberto Abascal, padre de Salvador Abascal, uno de los fundadores del sinarquismo, quien a su vez fue padre de Carlos Abascal, hoy fallecido, secretario de Trabajo y Gobernación de Vicente Fox. Fernando González lo sitúa en su momento como dirigente de El Yunque.
La estrategia de Vox
Las conexiones personales o incluso de sectores no convierten, sin embargo, al PAN en un partido orgánicamente de extrema derecha. Hurtado considera que se trata de una “cuestión mediática, porque el PAN no es de ultraderecha, hay miembros que están jugando a las elecciones de 2024 y quieren hacer ruido”. “Estos años estamos viendo a un PAN muy diferente a partidos de ultraderecha que han existido en México, que eran un ala del movimiento sinarquista”. Es una formación amplia e incluso López Obrador, en las antípodas ideológicas del PAN, invitó este domingo al gobernador saliente de Nayarit, de ese partido, a formar parte de la administración federal.
EL PAÍS conversó la semana pasada con la periodista y ensayista estadounidense Anne Applebaum, experta en organizaciones ultraderechistas y el declive de las democracias liberales, sobre la estrategia de Vox, que además registró su marca en México. Es su opinión, se trata de un plan de internacionalización. “Están muy interesados en tener alianzas internacionales que ayuden a ese tipo de partidos a nacer en otros lugares”, afirma. Más en una región que ha sufrido la deriva de proyectos autodenominados de izquierdas. Pero está por ver, como subraya Francisco Abundis, que una figura política pueda recoger el guante de Santiago Abascal en México con aspiraciones electorales realistas, más allá quizá de la proyección de la derecha en Estados como Guanajuato, Querétaro o incluso Jalisco.