En la cama con Biden
¿Sabrá el Presidente lo que hizo su canciller en Washington la semana pasada? ¿Le habrá informado Marcelo Ebrard los detalles de lo acordado en el Diálogo Económico de Alto Nivel? ¿Aprobó Andrés Manuel López Obrador lo que suscribieron en su nombre? Si no está enterado o no fue debidamente informado, le va a pasar lo que sucedió durante la negociación del gobierno de Donald Trump para que los demócratas aprobaran el acuerdo comercial norteamericano, cuando cedieron tanto que los negociadores estadounidenses pensaron que se trataba de una trampa, porque les habían dado todo lo que querían, sin anteponer, como con anteriores gobiernos, el interés de México.
Lo que sucedió de fondo en Washington no salió en la conferencia de prensa que encabezó Ebrard poco después de concluida la reunión. Lo que informó con un spin positivo fueron reveses para la agenda de López Obrador. Ni se concretó la cumbre con el presidente Joe Biden el 23 de septiembre, ni se abrirá la frontera para tráfico no esencial, ni le hicieron caso a su propuesta para que inunden Centroamérica con árboles. Pero de lo que ni siquiera esbozó es lo fundamental, porque crea un nuevo marco estratégico para la relación bilateral.
De acuerdo con el documento básico de trabajo que dio a conocer la Casa Blanca, son cuatro los “pilares” de este rediseño de la relación bilateral, tres de ellos establecidos desde la creación del diálogo por los presidentes Barack Obama y Enrique Peña Nieto en 2013, pero el que revolucionará las relaciones está contenido en el Pilar III, cuyo objetivo es garantizar “las herramientas para una prosperidad futura”. ¿A qué se refiere la Casa Blanca? A construir una alianza estratégica de apoyo a Estados Unidos para su lucha de largo plazo contra China y Rusia.
López Obrador ya había empezado a levantar muros frente a China después de haberle abierto los brazos, y propuso a líderes latinoamericanos impedir que el poder económico de Pekín avance, proponiendo aliarse comercialmente con Estados Unidos. Tras la reunión del jueves, esa alianza táctica se convirtió en estratégica, por cuanto a México se trata. El Pilar III señala que los dos países “apoyarán una compatibilidad regulatoria y la mitigación de riesgos en temas relacionados con las tecnologías de información y comunicación, redes, ciberseguridad, telecomunicaciones e infraestructura, entre otras”. Estas 26 palabras pueden no decir mucho para muchos, pero su contexto muestra la profundidad de lo que se acordó.
El segundo inciso de ese pilar propone “mejorar los flujos de datos transfronterizos y la interoperabilidad entre Estados Unidos y México”. Esta propuesta tiene que ver con China, dentro de la lucha de Estados Unidos por la supremacía mundial, donde se ha enfrascado en una guerra tecnológica. En abril del año pasado, el todavía procurador general William Barr, advirtió que la dominancia de las cadenas de telecomunicaciones con tecnología 5G –la telefonía móvil de quinta generación– es una de las más grandes amenazas para la seguridad y la economía de Estados Unidos, ante el riesgo de que China, una potencia en el campo, pueda monitorear y vigilar a sus adversarios. “Nuestro futuro económico está en riesgo”, dijo Barr. “El riesgo de perder la lucha de la 5G con China supera ampliamente otras consideraciones”.
El 40% de la infraestructura del mercado de 5G, apuntó Barr, lo controlan los dos gigantes de telecomunicaciones chinos, Huawei y ZTE, las plataformas por donde circularán millones y millones de dólares de la economía digital global, alterarán la correlación de poder, inclinándose en este momento hacia Pekín. Estados Unidos y varios de sus aliados han estado tratando de contener a Huawei mediante sanciones, como la que le impuso Washington este año, que le produjeron pérdidas por 50 mil millones de dólares al perder parte de su mercado.
Los gigantes tecnológicos chinos son una de las pesadillas de Estados Unidos, y desde 2015 el mensaje de Washington a México es que no tienen problema alguno con inversiones de China, salvo en este tema. Otras tecnologías también representan los riesgos y amenazas que mencionó Barr, como la inteligencia artificial y la computación cuántica, capaz de descifrar códigos de data y meterse en cualquier sistema que se desee. Esta preocupación la sugiere el primer inciso del Pilar III, que habla de “desarrollar oportunidades para fortalecer las protecciones en ciberseguridad en las cadenas de suministro global”, a las que se refirió vagamente Ebrard en la conferencia de prensa.
Es un tema de gran calado. En el primer semestre de este año, hackers rusos atacaron la empresa US Colonial Pipeline, y pararon el oleoducto más grande en Estados Unidos mediante el robo de una contraseña, con lo cual provocaron la escasez en el suministro de energía a toda la costa del Atlántico. También atacaron la corporación JBS, el gigante en procesamiento de carne, interrumpiendo sus operaciones en Estados Unidos, Canadá y Australia. En diciembre pasado los hackers atacaron la empresa SolarWinds, afectando las cadenas de suministro de software en el mundo, que dejó al descubierto la vulnerabilidad en los sistemas de defensa cibernética en Estados Unidos.
El diálogo, según el documento de la Casa Blanca, “fortalecerá nuestra sociedad para garantizar de la mejor manera que Estados Unidos y México enfrenten los desafíos de nuestro tiempo y aseguren que nuestros pueblos prosperen”. Las líneas generales tendrán que desdoblarse en políticas en cada uno de los países, compatibles y transfronterizas, en una redefinición estratégica de la relación bilateral, que implica que en estos tiempos donde hay una nueva guerra fría, pero digital, México tomó partido. ¿El compromiso de Ebrard contó con la autorización del Presidente que piensa diferente? No se sabe, pero es un cambio profundo que implica el realineamiento político y estratégico con Estados Unidos, propio de tiempos de guerra, no de paz.
Nota: en la columna del viernes pasado se identificó el libro La tercera ola de Samuel Huntington, como el que mostró conflictos por razones religiosas y culturales. El libro que debió haberse referido es El choque de las civilizaciones; el primero narra la última oleada de democratización.