El PRI se va, se va…
La iniciativa de reforma eléctrica del Presidente López Obrador partió en dos al PRI.
La disyuntiva planteada por el mandatario; o son el PRI cardenista, nacionalista y revolucionario (el de López Mateos también) o son el PRI salinista, tecnócrata, neoliberal y corrupto, sacó a flote que en el otrora partidazo hay de todo.
Los diputados del PRI detentan hoy el poder nominal, Alejandro Alito Moreno, despacha a dos manos, líder formal y diputado federal; Rubén Moreira coordina al rebaño tricolor, su esposa, Carolina Viggiano Austria, es la secretaria general del CEN.
Hace un par de días Alito movió la estructura de enlaces con el Legislativo y otras representaciones del partido; los damnificados fueron los cercanos a la bancada priista en el Senado, comenzando por Miguel Osorio Chong. Los hilos de poder que les fueron arrebatados avisan cómo se corrió el centro de gravedad del partido fundado por Plutarco Elías Calles.
La reforma eléctrica fue el punto de apoyo para que AMLO colocara al PRI contra las cuerdas; su apoyo en la Cámara de Diputados es indispensable; el Presidente López Obrador insiste en que no hay moneda de cambio sino un llamado a la reflexión en favor del bien popular.
Las inferencias sobre si Alito y compañía acompañan a Morena y aliados para aprobar la reforma constitucional, las investigaciones a la cuenta pública de Campeche serán light o densas si descarrilan la voluntad presidencial, no es más que una de las varias especulaciones que caben cuando los partidos borran ideario e ideología a favor del pragmatismo que huye del ámbito penal.
Los gobernadores tricolores, tercera pata de una mesa a punto de caer se alinean con Palacio Nacional y desde sus feudos llaman a la reflexión, a no decir nunca digas nunca por si se ofrece. En las mismas, los representantes populares que no salen a atender una sola entrevista, por algo será.
En San Lázaro y en las ínsulas estatales de la fracción parlamentaria se presagia de nueva cuenta que habrá PRI-Mor a pesar de los llamados, serenos o estridentes, de sus hasta ahora aliados PAN y PRD que amenazan con disolver la coalición Va por México. O es electoral y legislativa o no es insiste el pastor azul Jorge Romero.
Los priistas, que no aparecen en medios, por algo será insisto, declaran que nada ni nadie los presiona. Se presionan solitos. Preparan la escenografía para el cambio de cachucha, foros. Foros de discusión que los lleven a darse cuenta, luego de siete años, que la reforma eléctrica peñista que varios de ellos impulsaron y aplaudieron, es un desastre, que la buena es la nueva.
Sin embargo, en el Senado hay otro PRI. Uno con 12 apóstoles que no niegan la cruz de su pasado reciente y por tanto, rechazan la reforma desde ya, antes de que toque al Senado procesarla. Primero fue Claudia Ruiz Massieu y después Osorio Chong. No van, a ellos, a pesar de la especie de colas largas lista para jalarse desde la FGR autónoma que coincide constantemente con la voluntad presidencial, los del PRI dicen no al PRI-Mor.
Dinámica política que ya tiene un ganador claro y contundente; el Presidente López Obrador. Si el PRI se entrega en la Cámara baja, la alianza opositora poco temible ahora mismo será risible en el 2024.
Si el PRI aprueba la reforma eléctrica de López Obrador en una instancia y la rechaza en otra, el partido-partido será una caricatura que se dibuja sola. Morena absorberá vestigios e intereses que estimulan la concordia federal y algunos gobernadores tricolores serán abrazados por el poder de Palacio Nacional cuando el suyo se extinga.
Entonces el Presidente habrá transformado al partido que lo vio nacer en un ala más del que él gestó. Si el PRI milagrosamente rechaza la reforma y asume lo que venga vía auditorías y pesquisas fiscales, el Presidente esquivará todos los sinsabores futuros de una reforma de facto en el entramado energético; broncas inminentes en producción, transmisión y tarifas serán culpa de los salinistas priistas.
Si se aprueba, habrá electrocutado cualquier viso de alianza competitiva para su sucesión. Únicamente le restará ordenar a los suyos en derredor de quien se perfila como su candidata. Atemperar las chispas que brinquen cuando al diplomático y al operador les llamen a definirse, están o no conmigo.