Una película de policías
Es fácil escupirle a un policía. Hablar mal, burlarse. Tachar a todos de corruptos, iletrados y gordos. Al policía se le tiene reservado el peor asiento del teatro nacional, el del rincón que huele mal y nunca nadie barre. Y sin embargo, la sociedad mexicana les responsabiliza de proteger lo más preciado: la vida. A los menos importantes se les encomienda lo más importante. El trabajo más honroso a quienes se ha desprovisto de honor, enfundados en un uniforme que lejos de empoderarlos, los estigmatiza; que lejos de enaltecerlos, los desvalúa. Exigiendo que actúen con grandeza en los momentos difíciles, mientras se les humilla en los todos momentos cotidianos.
¿Se ha ganado la policía su mala fama? Sin duda. Pero también es cierto que el debate ha sido desigual, que se les ha dejado sin voz y sin defensa, sin hoja de ruta para recuperar el prestigio o al menos la dignidad pública.
“Una película de policías” se estrena hoy en las salas de cine y el próximo viernes estará en Netflix. Hay que verla. No porque equilibre el debate sobre la policía —que lo hace—, ni porque es importante para México —que la es—, sino sencillamente porque es una muy buena película. Es muy entretenida. Sorprende al público con giros inesperados, tiene lo mismo escenas de acción y romance, que momentos de carcajadas y reflexión. Juguetea con nuestros prejuicios tanto como con los géneros cinematográficos: ¿es un documental? ¿es una película de ficción?
No es un panfleto pro-policías, para nada. Tampoco se deja llevar por la condena fácil. La aportación de “Una película de policías” es que sofistica el debate, y en una nación que avanza trepidantemente hacia la sobresimplificación de las ideas, se agradece. En un país donde se dividen autoritariamente buenos y malos, la cinta demuestra que esos grupos no están separados como quisieran promoverlo en el discurso político.
No tengo las credenciales ni la cultura del crítico de cine. Pero me gusta mucho ir al cine. Antes de la pandemia, iba al menos una vez a la semana. Y ya estoy volviendo a agarrar ritmo. Así que hablo desde la butaca del aficionado que además ha participado intensamente en la hechura de dos documentales. Para “Una película de policías” tuve butaca de privilegio desde la que pude atestiguar su gestación y primeros pasos. Cuento orgulloso con entrañables amistades entre las mentes detrás de este proyecto.
Y puedo decir que la cinta está a la altura del tema. Los protagonistas, los policías Teresa y Montoya, enfrentando con valentía los peligros del estereotipo, seducen irremediablemente. La manufactura es, en sí misma, una investigación policiaca que incluye denuncia, seguimiento, camuflaje y hasta infiltración en las líneas enemigas. La narrativa me engañó como policía malo. Es uno de esos ejemplos raros en los que todas las piezas de la orquesta que se necesitan para hacer una película, tocan su partitura a la perfección y la música que generan —dirían los navegantes, dirían los policías— es música de sirenas.