Todos los días y a todas horas nos sentimos asediados por verdaderos sunamis de información. La gran mayoría de estas notas se nos presentan como verdades absolutas, cuyos efectos son perniciosos o lo que buscan es confundirnos o engañarnos, la gran mayoría pretenden manipularnos, seducirnos, para vendernos una idea o un producto o en el peor de los casos: mantenernos en un estado de ignorancia.
Nuestra capacidad de crítica o de análisis ha quedado sepultada en nuestra indolencia, convirtiendo nuestra atención en un simple esclavo de lo que se conoce como fake news o de todo lo que sucede en las redes sociales.
Bajo este sunami noticioso, nuestra vida transcurre en una trama de mentiras. Juan Ruiz de Alarcón percibió lo que existe en la naturaleza humana y la inmortalizo en su comedia “La verdad sospechosa”, el mensaje que contiene esta obra de la literatura universal es de carácter eminentemente moralizante, que censura el engaño y la falsedad, referida a la sociedad de los años 1618 y 1620, que chocaban con los valores de aquella época y con la importancia que se le daba a la palabra y al honor.
Hoy en día la palabra ya no cuenta y parece que se encuentra vacía de contenido y significado. Qué decir del honor. Una persona que miente todos los días ni tiene honor ni moral, podríamos decir que no es bien nacida.
Pero estamos en pleno siglo XXI, donde los valores supremos son el dinero y el poder, todo lo que se justifique para tenerlos es bien visto por la sociedad.
La gran pregunta tendría que ver ¿Sí existe la verdad? Parece que hay muchas verdades o en el mejor de los casos es relativa. Existe la verdad de los políticos y gobernantes; existe la verdad de los empresarios; existe la verdad de los banqueros; existe la verdad de los jueces; existe la verdad de los intelectuales, de los periodistas, de las religiones, de los youtuberos, de los influencer; existe la verdad de los chairos y de los fifís, en todo caso la verdad es sospechosa.
Tal vez la única verdad sea la de la ciencia, la cual no se encuentra al alcance de todos. La cuestión es no caer en nuestras propias trampas como las de Don García, del personaje central de la comedia “La verdad sospechosa”.