La cumbre de los símbolos
La primera cumbre de líderes de América del Norte en cinco años estuvo llena de símbolos. En esta pista los ojos estaban puestos en el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien llegó a Washington en medio de expectativas, y con cierto morbo, por su visión etnocentrista sobre México, la política y la vida. La prensa extranjera había reflejado las vísperas la forma como se aísla del mundo y, al mismo tiempo, cómo le gusta presumir que ideas y acuerdos que toma el mundo en cónclaves internacionales, fueron inspirados en lo que él ha puesto en marcha en México. Sin embargo, era un enigma cómo se comportaría ante Joe Biden y Justin Trudeau, aunque al finalizar el día en la capital estadounidense, realmente no decepcionó. Sus discursos públicos, improvisados, fueron reiterativos, erráticos e inocuos.
López Obrador no supo, porque no quiso o no lo persuadieron de otra cosa, aprovechar el viaje a Washington. Pudo haber viajado el martes por la noche a la capital estadounidense tras inaugurar el Tianguis Turístico en Mérida, pero como no utiliza aviones oficiales, perdió todo el día porque tuvo que salir de Cancún, que no tiene vuelos directos. No se sabe cómo se fue ni por dónde llegó, pero mientras volaba, el primer ministro canadiense estuvo en el Capitolio sensibilizando a legisladores sobre el impacto negativo que tendrían algunas medidas proteccionistas que está impulsando Biden.
Trudeau fue con quien primero habló López Obrador en un encuentro bilateral, que comenzó con un discurso de bienvenida en el Centro Cultural de México en Washington, que no habló del presente sino del pasado, que no se refirió a los problemas que enfrentan ambos frente a Estados Unidos y alinearse, aunque fuera retóricamente, contra las acciones emprendidas por Biden que afectan la integración norteamericana. Trudeau no perdió el tiempo y expresó desde temprano sus objeciones a los créditos fiscales para consumidores y sindicatos propuestos por Biden para estimular la producción de autos eléctricos.
López Obrador le mostró los murales del Centro Cultural y habló de Lázaro Cárdenas y Benito Juárez. Sobre temas contenciosos de importancia para las dos naciones, ni una palabra. La forma de actuar de Trudeau en Washington llevó a que Biden elogiara la relación bilateral con Canadá y buscara públicamente limar cualquier aspereza. Cuando se reunió con López Obrador, mientras el Presidente mexicano volvía a hablar de Juárez, de Cárdenas, y a hablar históricamente de Abraham Lincoln y Franklin Delano Roosevelt, sin dar espacio para la traducción, Biden se levantaba los calcetines y escribía algunas notas ajenas.
Las dos fotografías más importantes de ese momento en la Oficina Oval fueron donde López Obrador se veía achicado en una silla dura con las manos cruzadas, y donde Biden lo tomaba un momento de la rodilla. La más reveladora del encuentro con los canadienses es donde aparece en la mesa, a la izquierda del Presidente, el embajador de México en Ottawa, Juan José Gómez Camacho, porque durante días informó a la prensa de Canadá lo que pareció ser lo único, o lo más importante, que acordaron los dos a nivel bilateral: compartir experiencias sobre cómo reivindicar y restaurar la relación con los pueblos originarios.
Para la prensa canadiense, el encuentro de Trudeau con López Obrador fue intrascendente, salvo en aquellos momentos donde los dos países resultaban afectados por las políticas de Biden, sobre las que López Obrador guardó silencio. En otros temas habló, aunque cometió errores. Uno fue señalar a Biden como el presidente estadounidense que más ha hecho por los migrantes, en apoyo a su iniciativa de ley –que aún no se aprueba– para regularizar a 11 millones de inmigrantes, 5 millones de ellos mexicanos. No sabe que el presidente Ronald Reagan sí logró que el Congreso aprobara la llamada Ley Simpson-Mazzoli en 1986, que buscaba dar amnistía a 5 millones de inmigrantes aunque, al final, sólo resultaron elegibles unos 3 millones.
Estados Unidos, Canadá y México mostraron ser asimétricos en todo. En imposiciones, como fue la agenda de la cumbre hecha a la medida de la Casa Blanca, en la personalidad y la forma de actuar de sus líderes, y en su densidad y defensa de intereses. Trudeau fue a Washington a buscar el beneficio de empresas y ciudadanos canadienses, frente a Biden, que busca la protección de empresas, sindicatos y clientelas políticas, en choque con el primer ministro. López Obrador debió haber hecho la misma defensa que esgrimió Trudeau, porque las amenazas proteccionistas demócratas son iguales, pero se perdió en la historia corta y en confusiones conceptuales.
Por ejemplo, la integración económica, donde quiere que Estados Unidos jale las economías de México y América Latina. Sobre su visualización regional, ni en lo discursivo le hicieron caso. América Latina sólo existió para que México y Canadá distribuyan en el subcontinente las vacunas anti-Covid que les da Estados Unidos. América Central sólo jugó un papel secundario cuando acordaron buscar oportunidades de empleo para un número no especificado de ellos, pero en los tres países, no sólo en Estados Unidos, como quería López Obrador, y diseñar planes de inversión productiva, no sembrando árboles. En este renglón, quien pedía una locomotora que generara la integración, quedó integrado en las políticas diseñadas por la Casa Blanca.
Todo esto no significa algo malo para México, o para su Presidente, o para los resultados de la cumbre. Al contrario. El encuentro dio más resultados concretos e inmediatos de lo que anteriores reuniones han alcanzado, y fue la placenta de lo que la vocera de la Casa Blanca, Jen Psaki, definió horas antes de la cumbre como lo más importante, reanudar el nivel de compromiso de cada uno de los líderes para con Norteamérica, que se había estancado desde 2016, durante la etapa negra de la presidencia de Donald Trump. El involucramiento activo no es negativo, aunque López Obrador, por lo que se sabe, fue un mero pasajero en el asiento de atrás y se desconoce cuántos compromisos cumplirá.