La sombra detrás del Chapo
En noviembre pasado el Ejército Mexicano ubicó en Culiacán un inmueble en el que el Cártel del Pacífico había montado un laboratorio de producción de fentanilo. Cuatro bodegas más servían a los miembros del cártel como centro de acopio de la droga producida en el lugar.
A principios de ese mes, el Ejército aseguró el laboratorio, así como las cuatro bodegas. Se había dado el decomiso de fentanilo puro más grande de la historia: 118 kilos de pasta base, con un valor en el mercado nacional de más de 970 millones de pesos.
El Ejército asegura que de aquel laboratorio salían mensualmente 70 millones de pastillas de fentanilo listas para ser enviadas a los contactos del cártel en Estados Unidos.
Unos días después de aquel hallazgo, se dio a conocer que el Departamento de Estado de Estados Unidos ofrecía cinco millones de dólares por información que llevara a la captura de Aureliano Guzmán, El Guano, hermano mayor del célebre narcotraficante Joaquín Guzmán Loera, apodado El Chapo.
La Fiscalía General de Estados Unidos reclama a Aureliano Guzmán, así como a los hermanos Ruperto, José y Heriberto Salgueiro-Nevarez, como traficantes de heroína, fentanilo y cocaína, y como responsables de 63% de las 96 mil muertes por sobredosis de droga ocurridas en Estados Unidos entre marzo de 2020 y marzo de 2021.
Aureliano Guzmán, El Guano, ha sido siempre una sombra movediza, colocada varios pasos atrás de la figura de su hermano menor, El Chapo. Dentro del Cártel, sin embargo, es el verdadero señor de la sierra, dentro de la zona conocida como el Triángulo Dorado, en donde nada se mueve sin su autorización. Reportes de inteligencia lo ubican como responsable de operar los narcolaboratorios de anfetaminas del cártel y se le relaciona al menos desde 2019 con la adquisición de máquinas para producir pastillas de fentanilo.
Aunque la DEA lo pone al frente de la organización criminal desde hace varios años, disputando poder y territorios a sus propios sobrinos, Iván Archivaldo y Jesús Alfredo Guzmán Salazar, así como Ovidio y Joaquín Guzmán López —conocidos como Los Chapitos o Los Menores, por quienes se ofrecen también cinco millones de dólares por cada uno—, el gobierno mexicano apenas tiene información sobre él. El Guano acostumbra moverse en zonas en donde el primer rastro de actividad celular se encuentra a varias horas de camino.
En un libro publicado este año, “El Fixer”, editado por Aguilar, Miguel Ángel Vega, colaborador del semanario Ríodoce, afirma haberlo visto en La Tuna. Vega llegó una tarde a este poblado en compañía del director español Pablo García-Inés para filmar un documental. Pasaron a saludar a la mamá del Chapo, a quien Vega conocía por coberturas anteriores. La señora Loera los invitó a cenar.
De pronto llegaron varias camionetas con más de 30 hombres armados y rodearon la casa “en puntos estratégicos”. Al poco tiempo entró “un hombre muy parecido al Chapo”. Era El Guano.
Se sentaron a la mesa con él. “Era callado, analítico y tenía una mirada que parecía leer los más recónditos pensamientos”, escribe Vega. “No lo habían arrestado porque no le gustaba salir de la sierra, pero también porque sabía cómo moverse”, agrega.
Hablaron de cualquier cosa, pero El Guano no parecía escucharlos. Solo observaba las reacciones de los recién llegados. En un momento dado le preguntó a García-Inés si él era agente de la DEA. El cineasta respondió que no. “Ah”, dijo El Guano. Pero minutos después volvió a insistir: “De una buena vez dígame si es uno de los agentes de la DEA que quieren cazarme… Si es agente de la DEA, es mejor que me lo diga de una vez”.
A los presentes, la sangre se les fue a los pies. El Guano había sido capaz de asesinar a su medio hermano, Ernesto Guzmán Hidalgo, por la simple sospecha de que este habría filtrado información que provocó la segunda captura de El Chapo. En 2016 ordenó el asalto con calibre .50 al convoy militar que trasladaba a Julio César Ortiz Vega, El Kevin, jefe de seguridad de Los Chapitos: el saldo fue de cinco militares muertos y diez heridos. Un año más tarde había desatado una guerra por el poder, en contra de sus sobrinos, alegando: “Que esperen su turno”. El choque dejó cientos de ejecutados.
Tras el ataque al convoy militar, Ríodoce preguntó a voceros en Washington si Estados Unidos iría tras El Guano. La respuesta fue: “No vamos a decir si lo estamos buscando, menos cómo lo estaríamos buscando, pues es información confidencial, lo que sí es definitivo es que vamos tras las personas que envían enervantes a nuestro país”.
Seis años más tarde, la sombra detrás del Chapo es uno de los objetivos principales del gobierno de Estados Unidos. En el gobierno de México, mientras tanto, todo parece indicar que apenas y lo conocen.