La irrupción de avances tecnológicos de uso masivo como el Internet y los celulares inteligentes, al inicio del siglo XXI, han traído cambios sustanciales en nuestra manera de entender, de comunicarnos y ver el mundo. En tiempo real o al instante nos enteramos de los grandes acontecimientos que suceden en otras naciones.
El mundo cambia aceleradamente dejando una estela de incertidumbre, para muchos resulta muy complejo entender lo que está sucediendo, pero, sobre todo, los cambios sociales, políticos y económicos, desde luego sin obviar los avances en la ciencia y la tecnología.
Es cierto que se percibe una lucha férrea y hasta atroz entre los diferentes grupos de la sociedad que se disputan un espacio de poder y de dinero.
Durante mucho tiempo ha referido Chris Bickerton “La lucha ideológica se origina en sociedades estructuradas en torno a las clases y a la identificación religiosa. Los partidos políticos funcionan como una forma de traducir los intereses de estos grupos sociales en políticas y plataformas políticas. La vida cotidiana se ve consumida por la identidad y la pertenencia política, desde el periódico que se lee hasta la elección de la escuela, el club de fútbol y el bar”. Esta lucha estuvo dominada bajo dos posiciones claramente identificables: capitalismo contra socialismo, derecha o izquierda, liberal o conservador. Pero en la actualidad estas ideologías se han desdibujado y se han vuelto porosas, se han mimetizado bajo nuevos movimientos populistas tanto de derecha como de izquierda, algunas moderadas y otras radicales.
Todo parece indicar que el populismo es un síntoma del fracaso de las ideologías y de la desconexión entre el Estado y la sociedad y de la fragmentación que caracteriza a la sociedad. Ante esta fragmentación y presión de los grupos minoritarios, el éxito en política significa apelar al conjunto, a todo el pueblo. En lugar de un conflicto entre clases sociales, tenemos una lucha entre el pueblo y la élite. Pero, desafortunadamente, los nuevos liderazgos emergente apelan a promesas inalcanzable y a un uso, casi enfermizo, de mentiras y engaños, para manipular a ese todo imaginario llamado pueblo.
La nueva política está apelando a la competencia, al carisma y a la habilidad del político para engañar, con tal de llegar al poder esta utilizando toda la tecnología a su alcance y el marketing. Por ello, resulta tan confuso entender los nuevos signos de la política.