El suplicio de una mujer que denuncia
El presidente de México, y la jefa de gobierno de la capital, han invitado a las alumnas del ITAM, así como a las militantes de Morena que fueron acosadas por el recién nombrado embajador de México en Panamá, Pedro Salmerón, a que presenten la denuncia correspondiente. Si no existe esa denuncia, ha afirmado el presidente, todo queda en golpeteo y en politiquería.
El 2 de mayo de 2021, una joven restauradora de bienes culturales, acudió al ministerio público radicado en la Alcaldía de Iztapalapa a poner una denuncia. Dolores se hallaba entonces en un proceso de separación, marcado u ocasionado por un clima de violencia sicológica.
Había acordado con su marido que, en tanto se resolvían las cosas, el hijo de ambos, hoy de 8 años de edad, pasaría una semana con cada uno. El pasado 25 de abril, se despidió por última vez del niño. A la semana siguiente, este no llegó. Dolores comenzó a llamar por teléfono, y a enviarle mensajes de texto a su marido. No respondió las llamadas, los mensajes se quedaron en visto.
Habían estado casados durante siete años. Cuando ella decidió plantear la separación, él se negó. Según Dolores, comenzó a decirle al niño que su madre quería que él se fuera de la casa. La relación entre todos se crispó. Al fin, el marido le comentó a Dolores que un abogado le sugería que dejara la casa.
Una mañana la maestra del niño le confió que el niño estaba muy triste y que había expresado a sus compañeros que sus padres iban a separarse. Le dijo, además, que habían notado que Dolores no asistía nunca a las actividades escolares.
Dolores dice que su marido (el encargado hasta entonces de llevar y recoger al pequeño), nunca le informó de estas actividades y que en cambio solía referirse a ella ante la comunidad escolar como “la señora nunca puede”. Ella era quien aportaba la mayor cantidad de recursos en la casa, y quien absorbía la mayor parte de los gastos: desde el pago de la maternidad, el día del nacimiento del niño, hasta los muebles del departamento en que habitaron.
Esa noche, Dolores fue a casa de sus suegros, en donde estaba viviendo el niño. No le abrieron. Pidió apoyo de una patrulla. Le dijeron que nada podían hacer.
Fue entonces a la alcaldía a poner una denuncia. “Una persona me preguntó qué quería. Le expliqué que el padre de mi hijo no lo había regresado y no quería dármelo. Me preguntó si estábamos separados, le comenté que estábamos en proceso, pero que por la pandemia no habíamos iniciado el juicio. Me contestó que no podía hacer nada porque era el padre y estaba en su derecho”.
Prosigue la restauradora: “Le comenté que entendía, y que deseaba levantar la denuncia para dejar registro del hecho, que mi abogado me había explicado que podía hacer eso. En aquel cuarto lleno de escritorios había tres hombres y en todo momento hacían muecas o externaban sonrisas burlonas, movían la cabeza con desaprobación”.
Al fin, uno de ellos se levantó. Le dijo a Dolores: “A ver, mamacita, entiende que él es el papá y si quiere llevárselo lo puede hacer, y si quiere llevárselo un año o lo que sea, pues te aguantas”.
El cuñado de Dolores atestiguó aquel diálogo. Dolores replicó que su abogado le había explicado que la denuncia se podía hacer.
La respuesta fue la siguiente: “Pues tráime (sic) a tu abogado para que me diga cómo debo hacer mi trabajo”.
Salió otro hombre, delgado y con traje, de una oficina contigua. Le dijo: “Entiende, ya se te explicó, y si quieres trae a tu abogado”.
El cuñado intervino. Les dijo que no podían tratarla así. Ella le pidió que se fueran.
“Salí con un sentimiento muy grande de vergüenza, de humillación, de impotencia. Un sentimiento de injusticia, encimado al sentimiento de zozobra por no saber de mi hijo”, relata Dolores. “Desde ese día lo perdí de vista y durante más de ocho meses no lo he visto. Tuve algunas videollamadas con él, vi que estaba ya en otra casa y él me dijo que habían tenido que escapar porque yo llevé a la policía a casa de su abuelo. Las últimas veces lo sentí frío. Desde el 25 de julio perdí toda comunicación. Su papá me bloqueó del celular y del chat. Llamé a casa de sus padres y me colgaron. Al niño lo cambiaron de escuela. Desde entonces no sé nada de él”.
Hoy finalmente se ha iniciado un juicio. Su marido la acusa de ejercer violencia sicológica y pide como pensión el 50% de su sueldo. Dolores siente que fue castigada por dejar una relación en la que no quería estar. Y siente también que fue humillada y avergonzada al acudir en busca de ayuda a instancias encargadas de procurar justicia. Las mismas, por cierto, a las que el presidente, y la jefa de gobierno, envían a que presenten “las pruebas” a las mujeres que fueron víctimas de acoso.
“De esto, una ¿cómo se defiende?”, pregunta Dolores.