El último de los Treviño
“Todo ha vuelto a la normalidad”, dijo el presidente Andrés Manuel López Obrador el pasado 22 marzo, tras la captura en Nuevo Laredo, y la posterior extradición, de Juan Gerardo Treviño Chávez, alias El Huevo, líder del Cártel del Noreste.
La detención de Treviño Chávez —sobrino del líder histórico de los Zetas, el diabólico y sanguinario Miguel Ángel Treviño Morales, conocido como el Z-40—, desató horas de infierno en aquella ciudad fronteriza.
Tras un operativo de solo 16 minutos, comandado por el Ejército, se sucedieron los bloqueos, con vehículos incendiados, en 13 puntos de la ciudad. La Tropa del Infierno, el brazo armado del Cártel del Noreste, desató agresiones en contra de 20 bases militares y atacó seis unidades habitacionales en las que vive personal de la Sedena. Otras ocho instalaciones civiles fueron atacadas.
Treviño Chávez, apodado El Huevo por la forma de su cabeza, había heredado el mando del Cártel del Noreste en 2016, tras la captura de su hermano, Juan Francisco “Kiko” Treviño, quien por miedo a ser traicionado dirigía la organización criminal desde Houston, a través de mensajes de WhatsApp.
En ese tiempo, los antiguos Zetas se habían escindido en varios grupos criminales que no aceptaron el liderazgo de “Kiko” Treviño. Además de los Zetas Vieja Escuela, estaban los Zetas Sangre Nueva, así como la célula conocida como Sangre Zeta.
Con un numeroso grupo de leales, “Kiko” Treviño fundó el Cártel del Noreste. Echando mano del viejo método de los Zetas —la conquista de territorios a través de “estacas” o avanzadas—, la organización se extendió rápidamente hacia Coahuila, Nuevo León y Veracruz.
En 2016, a través de un infiltrado, la DEA se enteró de que “Kiko” Treviño había cruzado hacia Estados Unidos, por Nuevo Progreso, Tamaulipas, con una herida de bala. Fue aprehendido en un suburbio de Houston y condenado a dos cadenas perpetuas.
Su grupo quedó en manos de su hermano, el Huevo Treviño.
A través de la Tropa del Infierno, su brazo armado, Treviño desarrolló mecanismos de terror semejantes a los que en sus días de gloria había empleado el Z-40.
A través de cadenas de WhatsApp, entre otras cosas, amenazó de muerte a los ciudadanos que mencionaran el nombre de los líderes del Cártel: “Si los vemos jugándole al reportero les vamos a partir su madre”.
Además de la guerra intestina contra los viejos Zetas, Treviño continuó, como se sabe, la guerra histórica de este grupo en contra del Cártel del Golfo, y en contra de células criminales como la de los Metros, dirigida por César Morfín Morfín, El Primito, aliada con el Cártel Jalisco Nueva Generación.
Entre 2016 y 2021, el calendario trágico mexicano se pobló con nuevas fechas de sangre y violencia en Nuevo Laredo, Matamoros, Camargo, Miguel Alemán, Río Bravo, Díaz Ordaz, Valle Hermoso y Mier.
En junio del año pasado el país se sacudió con las imágenes, grabadas por automovilistas, de nueve cuerpos regados en la carretera Miguel Alemán-Mier. Eran los coletazos de la guerra entre grupos delincuenciales que han llevado de vuelta a Tamaulipas el horror de los enfrentamientos, de las persecuciones, de los bloqueos, de la quema de vehículos, de los secuestros, de las extorsiones, de los descuartizamientos.
Bajo el mando del Huevo, el Cártel del Noreste se volvió la tercera organización criminal con mayor presencia territorial en México.
Hoy está acusado por una corte de Texas de tráfico de drogas y lavado de dinero, entre otros ocho cargos.
El presidente afirma que en Tamaulipas todo ha vuelto a la normalidad. Y tiene razón: el Huevo fue detenido, pero la Tropa del Infierno sigue intacta, y la estructura de mandos medios del Cártel del Noreste, también. La base social que este grupo creó en los territorios que controla, tampoco ha variado.
Según autoridades federales, hoy el CDN ha quedado en manos del último de los Treviño: Juan Cisneros Treviño —un primo del Huevo, al que apodan El Juanito.
Simultáneamente —avizorando un periodo de inestabilidad y tal vez de pugnas en la cúpula del CDN—, el Cártel Jalisco Nuevo Generación y sus aliados, Los Metros, han puesto los ojos en Nuevo Laredo.
La presencia de un millar de militares en el estado podrá apagar la violencia a corto plazo. Pero el cáncer sigue corroyendo a Tamaulipas y no le tomará mucho manifestarse.
El gobierno no ha hallado la solución que prometió.