Ante la nueva humillación de que fueron sujetos los militares que se desplazaban en caminos de Michoacán por una partida motorizada de delincuentes, el presidente López Obrador dijo ayer:
“Cuidamos a los elementos de las fuerzas armadas, de la Defensa, de la Guardia Nacional, pero también cuidamos a los integrantes de las bandas, son seres humanos…”.
Más allá de que el mandatario no fue electo para cuidar sino únicamente para que acate y haga respetar la Constitución y las leyes, y de que por esto mismo su dicho entrañe una mentira contumaz, el aserto es altamente preocupante porque es el comandante supremo de soldados como los que vimos huir de persecutores criminales, narcotraficantes que desprecian programas como jóvenes construyendo el futuro y sembrando vida porque, a cambio de mucho más dinero, prefieren cultivar la muerte y mantener a la población aterrada en amplias regiones de México.
La “causa” de su proceder es el dinero fácil y por eso ningún gobierno, jamás de los jamases, podrá “atacar las causas” de su proceder.
¿Dónde quedan hoy los principios y valores en que se forman, norman y horman los cadetes del Heroico Colegio Militar o los oficiales y mandos del Colegio de la Defensa y la Escuela Superior de Guerra, o los que se adiestran en los planteles de la Secretaría de Marina?
Avalada la graciosa huida y desdeñada la apasionada entrega, conceptos como respeto, justicia, servicio, lealtad, compromiso, responsabilidad, honestidad, disciplina, solidaridad, valor y honor se vuelven palabrería y procede, como en la canción, preguntar: “¿Y dónde está el orgullo, en dónde está el coraje…?”.
Por estas fechas, en 2019, militares fueron sometidos y desarmados por “pobladores” de la Huacana, también en Michoacán, y se obligó al comandante a devolver las armas incautadas (incluido un barret calibre 50).
Ayer no fue la primera vez que López Obrador patina y agravia a las fuerzas armadas que jefatura.
Sucedió por ejemplo en Culiacán la abortada captura de Ovidio Guzmán que él ordenó desactivar.
Instruyó entonces al general secretario de la Defensa a revelar el nombre del grupo especial que tenía en su haber más de 600 aprehensiones del crimen organizado y cuya existencia, por explicables razones, se mantuvo en secreto durante cuatro sexenios.
Peor: en la siguiente conferencia presidencial, pidió al titular de la Sedena revelar la identidad del comandante de aquel equipo, con lo cual no solo puso en peligro de muerte al jefe militar y a su familia, sino cometió la peor de las traiciones: delatar a un subordinado.
La consideración de que los delincuentes que deshonraron a las tropas “son seres humanos” es tan lógica como que se les deben respetar sus derechos, pero el gobierno no tiene por qué “cuidarlos”, sino perseguirlos para que se les instruya su debido proceso.
De lo contrario, en los planes de estudios militares debieran incorporarse las materias: sometimiento, escape, elusión, abrazos, y eliminar las prácticas de tiro para que no haya balazos.
Carlos Marín