México está atascado en sus desigualdades. El país mantiene el mismo nivel de inequidad que hace 10 años. No avanza y la pandemia lo ha recrudecido todo. La tasa de inserción laboral femenina en México es del 45%, solo los países árabes tienen cifras más bajas; hay 35 millones de mexicanos que reportan no tener acceso a ninguna cobertura sanitaria; la movilidad social entre el escalón más bajo y el más alto es del 2%; el 70% de los cánceres en el país se detecta de manera tardía por la desigualdad educativa y sanitaria, y los salarios disminuyen al paso que se precarizan las condiciones laborales. Esos son algunos de los pilares del alarmante panorama que dibuja con precisión Laura Flamand, politóloga y directora de la Red de Estudio sobre Desigualdades del Colegio de México. Flamand lleva décadas dedicada a investigar qué factores contribuyen a la construcción de un país más desigual y qué medidas pueden tomar los Gobiernos para frenarlo, porque, de algo está segura, “las desigualdades son evitables con intervenciones públicas”.
A tres años del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, y a pesar de su lema estrella “Primero los pobres”, no hay constancia de una mejora de la situación. A un lado de la balanza, Flamand aplaude medidas del presidente como la subida del salario mínimo y las pensiones para los adultos mayores, ambas “iniciativas exitosas y con efectos muy importantes”; al otro costado queda la supresión de las estancias infantiles, del seguro popular o, la más reciente, de las Escuelas a Tiempo Completo.
“Hay una visión de política social en el Gobierno de López Obrador que es preocupante: las transferencias y lo que se llama la familiarización del trabajo”, describe la investigadora, en relación a que ahora se “está devolviendo a la familia, los trabajos de cuidado que corresponderían a la sociedad y al Gobierno, y en lugar de tener servicios, tenemos transferencias”. Algunos ejemplos son la entrega de bonos económicos en vez de mantener las guarderías o las jornadas de clases por la tarde. Lo que obliga a que la responsabilidad recaiga sobre las familias. En una mayoría de los casos, sobre las mujeres.
En uno de los últimos informes de la Unesco y el Colegio de México, se reconocía que las jóvenes latinoamericanas dedican entre 15 y 30 horas más que los hombres a las tareas de cuidados. En ese dato está escondido el secreto de las desigualdades de género. “Mientras no se resuelva el tema de los cuidados, las mexicanas no pueden salir a trabajar. Es tan fuerte la inercia, que afecta incluso a mujeres con formación universitaria y de posgrado”, describe la investigadora. Las cifras hablan: en México, las mujeres representan el 38% de la fuerza laboral del país, según la OCDE, y de todas las que están en edad de emplearse solo lo hace un 45%. “Si se excluye a los países árabes, estos porcentajes de participación son de los más bajos en el mundo”, asegura la politóloga.
Por esa razón, Flamand critica el cierre de los programas que fomentan la entrada de las mujeres al mundo laboral. “Creo que el Gobierno de López Obrador nos ha dado muchas señales: con el cierre de estancias infantiles y que las familias se ocupen, con el cierre de las Escuelas a Tiempo Completo y que las familias se ocupen. Y con el tratamiento tan poco afortunado y hasta despreciativo de los movimientos feministas que el presidente ha hecho muchas veces en la mañanera y que literalmente parece que dice que las mujeres tienen que callarse y ocuparse de los trabajos de cuidado”, dice la analista, que reitera: “No solamente México, sino toda la región pierde si las mujeres están en casa”. Incluso desde un punto de vista práctico, el país necesita a las mujeres para seguir creciendo.
Otra de las batallas de la investigadora es que la sociedad se de cuenta de los efectos económicos, sociales y políticos que tiene vivir en un país tan desigual: pérdida de talento, mayor frustración y violencia, menor consolidación democrática. Sin embargo, reconoce que el mensaje todavía no ha calado. “No hemos logrado visibilizar que es un problema grave porque seguimos pensando que quien se empeña, quien trabaja mucho, independientemente de sus condiciones de inicio, puede tener una buena vida”, apunta Flamand. Es lo que ella llama la falsedad del sueño mexicano: solo dos de cada 100 personas que nacen en el escalón más bajo —sin cobertura sanitaria y educativa, sin las necesidades básicas cubiertas— llegan hasta el nivel que sí tiene estas posibilidades. En el fondo una preocupación: “El origen social de las personas en México sigue siendo su destino”.