La economía de México y el mundo pende de un hilo. Después de los estragos ocasionados por la pandemia de COVID-19, la guerra en Ucrania, la interrupción en las cadenas de suministros y los altos niveles de inflación, el gerente general del Banco de Pagos Internacionales, Agustín Carstens, alertó por la llegada de un “cisne verde” en las próximas semanas.
“Viene un golpe. No saben aún de qué dimensión, pero muy probablemente más grande que el COVID-19”, anunció.
Detrás de esta nueva crisis financiera, estaría un factor que a diferencia de la guerra u otros conflictos socio-políticos, no se podrá mitigar: el cambio climático.
Si bien la Secretaría de Hacienda y Crédito Público en su informe “Pre-Criterios 2023” es optimista y señala que se espera un crecimiento de la economía de 3.4 por ciento del Producto Interno Bruto para 2022 y uno de 3.5 por ciento para 2023, especialistas e indicadores internacionales señalan que es poco probable que se lleguen a esas metas.
Esto debido principalmente a la falta de una estrategia por parte del Gobierno federal para incrementar el gasto social, incentivar la inversión e invertir parte del gasto público en proyectos que ayuden al medio ambiente
En contrasentido, la actual administración le apuesta a la inversión pública de proyectos cuestionados por su impacto ambiental como la Refinería de Dos Bocas y el Tren Maya.
Tras la presentación de los “Per-Criterios 2023”, estos fueron analizados por el Centro de Estudios de las Finanzas Públicas (CEFP) del Congreso de la Unión con el objetivo de ir trabajando en el proceso presupuestario para el ejercicio fiscal 2023.
De esta manera fue como se concluyó que a pesar de la tendencia optimista de la Secretaría de Hacienda, la realidad será muy distinta, ya que la Encuesta sobre las Expectativas de los Especialistas en Economía del Sector Privado, publicada por el Banco de México (Banxico), apunta que el crecimiento real del PIB para 2022 será de 1.76 por ciento y para 2023 del 3.08 por ciento, casi la mitad de lo previsto por el Gobierno federal.
Debido a esto, señala el CEFP, las previsiones económicas deben de presentar ajustes debido a los desequilibrios de oferta y demanda derivados de la pandemia de COVID-19 como lo son los cuellos de botella y problemas logísticos en las cadenas globales de valor, la escasez de insumos industriales, el aumento en los costos de transporte y un alza en los precios internacionales de los alimentos, energéticos y otras materias primas, los cuales se han visto exacerbados por el conflicto entre Rusia y Ucrania, generando presiones inflacionarias ante la escasez de algunos insumos.
“Dadas estas circunstancias, se prevé un posible desabasto de materias primas clave para la industria manufacturera; episodios de volatilidad en los mercados financieros y una recomposición de los flujos financieros ante el traslado de las inversiones de portafolios hacia instrumentos de bajo riesgo, que responden también a las políticas monetarias más restrictivas por los bancos centrales y a la reducción de compras de activos.
“Asimismo, el cierre temporal de algunas fábricas por nuevos brotes de contagio, podrían limitar el crecimiento económico global durante el resto del año”, alertó el Centro de Estudios de las Finanzas Públicas.
Banxico aceptó que las presiones inflacionarias son mayores a lo que se habían anticipado y actualizó su pronóstico de inflación para 2022 a la alza
Crisis inflacionaria, la amenaza a la economía
El CEFP explica que debido a las presiones inflacionarias internacionales provenientes principalmente de los incrementos en los precios internacionales de los energéticos, así como el alza en el Índice Nacional de Precios al Consumidor —que se incrementó a 7.36 por ciento en diciembre de 2021— estiman que la inflación interna repunte a 5.5 por ciento para el cierre de 2022 y se prevé que para 2023 se reduzca a 3.3 por ciento.
Estas previsiones incluso podrían ser conservadoras luego de que hace unos días el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) informó en el Índice Nacional de Precios al Consumidor que la inflación en abril de este año rompió un nuevo récord ubicándose en 7.68 por ciento, un efecto que no se pudo mitigar ni con las vacaciones de Semana Santa.
La inflación subyacente, que excluye los precios más volátiles y sirve para observar la tendencia de largo plazo, se incrementó 0.78 por ciento respecto al mes anterior y alcanzó una tasa de 7.22 por ciento anual.
De acuerdo con Gabriela Siller, directora de análisis económico financiero de Banco Base, este indicador lleva 17 meses consecutivos al alza.
Los productos que tuvieron mayor incidencia en el incremento de los precios fueron el jitomate con un aumento del 20.3 por ciento, la gasolina con un 1.36 por ciento, el pollo con 2.94 por ciento, el aguacate con 13.94 por ciento y la tortilla de maíz con un 2.18 por ciento.
El alza de los precios duplicó el objetivo del Banco de México que es mantenerla en un 3 por ciento, más-menos un punto porcentual.
Además de la inflación, los analistas concluyeron que “deben de acompañar en la misma magnitud y ritmo” a la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) que históricamente a inicios de mes subió medio punto porcentual las tasas de interés para controlar la peor inflación que padece el país desde hace 40 años.