De lo que sucedió durante la conversación entre el presidente Andrés Manuel López Obrador y el consejero especial de Estados Unidos para la Cumbre de las Américas, Christopher Dodd, sabremos muy pocos detalles por ahora, aunque todo apunta a que no fue un diálogo fácil, luego que el anuncio del presidente Andrés Manuel López Obrador de que no asistiría al encuentro en Los Ángeles, a menos de que invitaran a Cuba, Nicaragua y Venezuela, los descolocara. López Obrador no había mostrado qué traía en la cabeza, porque no lo había pensado. No trató el tema cuando habló por teléfono con el presidente Joe Biden sobre la cumbre a finales de abril, ni hace dos semanas, cuando lo hizo con el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, sobre las expectativas de esa reunión.
López Obrador, hasta donde se ha podido saber, todavía el lunes 9 de mayo tenía pensado ir a Los Ángeles, pero se enojó con Estados Unidos, por un extrañamiento del Departamento de Estado por el discurso que pronunció en La Habana, durante su visita a Cuba, donde dijo que la “perversa” estrategia del bloqueo norteamericano era un agravio “vil” y “canallesco”. No era el primer extrañamiento estadounidense por algo que hubiera dicho, y aunque no hubo amenazas veladas como en ocasiones anteriores, se le calentó la cabeza.
Reunido con sus cercanos, uno de sus principales, si no el más importante de sus asesores políticos, Rafael Barajas, El Fisgón, afamado monero de La Jornada y jefe de la escuela de cuadros de Morena, le sugirió que anunciara su ausencia de la cumbre si no eran invitados Cuba, Nicaragua y Venezuela, idea que adoptó rápidamente y la planteó al día siguiente en la mañanera. Congruente como siempre, López Obrador apretó el acelerador hacia delante cuando sintió la presión, y disparó con escopeta.
No se sabe cuánta información tenía de la posición de 14 países caribeños en el mismo sentido, ni de las dubitaciones del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, para viajar a Los Ángeles el próximo mes. En cualquier caso, como se explicó ayer en este espacio, galvanizó factores objetivos y subjetivos, y se aprovechó de los prolegómenos de un boicot a la cumbre que se venía cocinando en el Caribe. Rápidamente hubo otros de fuera de la región que también sacaron partido de la coyuntura.
El mismo 10 de mayo, el rival de Estados Unidos en la categoría de superpotencias, China, aprovechó la discusión pública que abrió López Obrador. Zhao Lijian, vocero del Ministerio del Exterior de China, declaró que el mexicano tenía un punto a su favor. Citando la Doctrina Monroe –enunciada por el presidente James Monroe en 1823, y convertida en pilar de la política exterior de su país–, Lijian dijo que por dos siglos Estados Unidos ha actuado bajo el principio de que “las Américas es casa única de Estados Unidos”, y que la cumbre en Los Ángeles no debería quedar reducida a la observancia de sus propios intereses.
Sin proponérselo, porque de hecho López Obrador ha planteado la unidad panamericana para enfrentar el desafío comercial y económico de China, sirvió a los intereses de Pekín. China ha comprado la buena voluntad de países latinoamericanos y del Caribe con 130 mil millones de dólares en créditos durante los 15 últimos años y comprado activos por 72 mil millones más en la última década, reportó el Financial Times al hablar de la cumbre este miércoles. Con la pandemia del Covid-19, agregó, realizó una diplomacia de vacunas exitosa, y ahora está promoviendo su multimillonaria iniciativa de infraestructura a la cual se han sumado 20 naciones. Aprovechando la deficiente política de Estados Unidos en la región, China ha llenado los huecos, particularmente en la construcción de cadenas de abasto fluidas, donde Washington fue omiso. Éste es uno de los puntos que van a llevar a Biden a la cumbre, si es que hay cumbre. Pero aún, pese a las diferencias entre China y México, hay una coincidencia de fondo con López Obrador, quien una semana después de Lijian, dijo este miércoles que ya no es posible seguir con la Doctrina Monroe del “América para los americanos”.
El Presidente, como en sus mejores tiempos, acomodó la realidad a su realidad. Si bien su declaración sobre la asistencia a la cumbre a cambio de que Estados Unidos invitara a Cuba, Nicaragua y Venezuela fue propiciada por el berrinche del extrañamiento de Washington, se montó muy bien en la ola de molestia latinoamericana, la debilidad del liderazgo estadounidense y el silencio de Brasil, para encabezar la revuelta contra la cumbre si se mantienen los condicionamientos de la convocatoria.
El presidente Biden está claramente preocupado. Ayer envió a su esposa Jill a un rápido viaje a Costa Rica, Panamá y Ecuador como calentamiento para la Cumbre de las Américas, y Dodd debía haber volado a México para hablar con López Obrador. Como dio positivo de Covid-19, la conversación tuvo que ser por teléfono. La plática fue, en palabras del canciller Marcelo Ebrard, “franca e interesante”, descripción poco usual, que sugiere un diálogo que no fue fácil. Normalmente esos encuentros bilaterales los caracterizan como “cordiales”, incluso “cálidos”, en ese lenguaje diplomático aséptico.
Dividida en dos, la parte sustantiva de la conversación fue lo que tiene en el umbral del colapso a la cumbre, la no invitación a las tres dictaduras. Por lo revelado por Ebrard, López Obrador no dijo nada de lo que no haya repetido desde hace meses. Lo más revelador fue que la conversación no se cerró, sino que durante los próximos días continuará un diálogo entre los dos gobiernos, para encontrar una solución que acomode a López Obrador y Biden.
No va a ser sencillo porque López Obrador, como siempre, avanzó dinamitando los puentes. Pero tampoco es algo imposible en este momento, como parecía ayer. La conversación inconclusa dejó todo abierto, en espera de creatividad en las propuestas que supere el berrinche, con el que comenzó todo.