Las 40 horas de grabaciones
A juzgar por cómo se escuchan los audios donde habla con soez desparpajo, al dirigente nacional del PRI le intervinieron el teléfono y le pusieron un micrófono en su oficina. En el gobierno dicen que tienen 40 horas de conversaciones de Alejandro “Alito” Moreno Cárdenas y como bien planeada tortura, las están soltando por goteo: cada martes, la gobernadora morenista de Campeche, Layda Sansores, revela un fragmento que muestra al líder tricolor confesar un delito diferente.
Las grabaciones son del Alito que todo mundo conoce: el que habla con la brutal franqueza del que se sabe eficaz y se siente impune. Lo primero es su gran activo, lo segundo su gran pasivo.
Cuando hace un par de años se armaron las primeras mesas para concretar la alianza opositora, varios de los asistentes coincidieron en que el pragmatismo atroz del líder priista lo posicionaba como el mejor operador electoral… pero también como el mayor peligro. Hablaba sin recato de millones de pesos, de cómo obtenerlos y cómo esconderlos; de cómo repartir las candidaturas, cómo conquistar y cómo presionar, qué puertas tocar y qué brazos torcer, a quién doblar y qué carambolas provocar; hablando sin dejar de escribir, siempre haciendo números: número de votos, número de escaños, fechas, diagramas. Es la política salvaje que se escucha en las grabaciones que ha revelado Morena.
Por goteo —con la ilegalidad que representa intervenir las conversaciones privadas— lo han ido mermando, convirtiéndolo en una suerte de “pato cojo” que no se da cuenta dónde está metido: esta semana, Alejandro Moreno propuso dotar de armas a todos los mexicanos para defenderse de los altos niveles de violencia. Nadie se tomó en serio su propuesta: quedó claro que era una patada de ahogado, un intento de poner cara de que no pasa nada… cuando pasa mucho.
Aunque en franco descenso, Alejandro Moreno no está en bancarrota política. Primero, es evidente que en la alianza opositora le están pagando el favor de su aportación en la operación política: lejos de deslindarse y condenarlo, lo han aguantado y apuntalado. Y segundo, tiene el control total de los órganos del partido y de su bancada en la Cámara de Diputados. Sus rivales aceptan que no van a lograr que renuncie. Que es una batalla perdida. Que sólo les queda seguirle subiendo el costo para ver si se rinde y negocia una salida decorosa. Alito no ha dado una sola señal de rendición.
En medio de esta disputa está el factor-gobierno: el dirigente priista puede volver a aliarse con AMLO a cambio de impunidad y embajada, como otras connotadas figuras de su partido; puede terminar de romper y enfrentar el embate a riesgo de que sea su puntilla; quizá al gobierno le convenga que se mantenga un líder débil en el PRI. Cómo saberlo. Son cálculos de política fina cuyos alcances suelen conocer sólo los protagonistas.
¿Será que en una de las reuniones alardeó con que tenía grabado al secretario de Gobernación? Eso puede ser un punto de quiebre. En un sentido o en otro.