Recibir a su homólogo pocos minutos antes del rugido imponente del Air Force One, llevando como feliz pasajero al mismísimo anfitrión (en importante gira por Medio Oriente) prueba claramente la poca consideración dada por el yanqui a su encargado del “jardín de abajo”. Sin decírselo con palabras, así acusó recibo de los muchos desplantes del insuflado pequeñuelo, autopromovido “líder de América Latina”, y le copió (diplomáticamente) su “amor con amor se paga”: vienes, hablas, tienes libre la tarde y te regresas como puedas. Fue un “¡tenga para que aprenda!”
Sí, le concedió, pacientemente, unos minutos para leer, con su conocida torpeza, las repetidas obviedades, y las impertinencias históricas, vaciadas en unos papeles arrugados, salidos de su costado izquierdo, y regresados al mismo lugar hechos rollo; y ¡sanseacabó!
Pero ¡mientras siga siendo su Sheriff, al mando de 40,000 uniformados encargados de aprehender, maltratar y repatriar migrantes, vale la pena soportarle al enano del tapanco retobos “izquierdistas” y unos minutos de sermones hipócritamente justicieros!
Ahora bien, el mundo de la diplomacia es bastante desconocido para la mayoría de los mortales. Los ciudadanos difícilmente podemos desentrañar el qué, el porqué y los alcances reales de cada gesto, actitud y pronunciamiento de quienes despachan en ese ámbito. Sus agendas públicas son propagandísticas, salvo las concertadas para temas puntuales, de interés y gravedad para ambas partes. Lo usual es observar a cada uno hablarle a su público, a sus votantes y, si es el caso, a otros entes de poder, pero no propiamente a su interlocutor del momento. Pasan a segundo término los resultados concretos, lo importante es obtener beneficios en función de intereses políticos personales o de facción. Por eso, sólo pasado un tiempo razonable, los gobernados tendremos elementos para comprobar cuáles fueron los resultados… si realmente los hubo.
Para mí, es verdad incuestionable la dada recientemente por Rafael Cardona, en el programa de José Cárdenas en Radio Fórmula: “las buenas ideas, los buenos propósitos, si no se materializan no sirven para nada”.
PD.- Sería bueno enseñarle a Tartufo a mejorar su lenguaje corporal en ceremonias importantes. Es patético verlo caminar desgarbado y arrastrando los pies; o con la corbata pasando debajo del botón de su saco para cubrirle la bragueta; o moviéndose contrahecho y despatarrado en un sillón, como si estuviera sentado sobre un hormiguero. Si discernir no es lo suyo, al menos ayúdenle a cuidar las formas. Representa a México.
Él replica: “uno debe ser auténtico, no se trata de urbanidad y buenos modales”. ¡Puf! ¿Basta con ser “auténtico” (ignorante, mugroso y barbaján)? ¡Pues, gracias por no haberse hurgado la nariz a media plática, ni rascado la entrepierna!
Diego Fernández de Cevallos