David Huerta golpea la piedra una vez, luego otra, otra y otra más: fiero, mecánico, vencido. Como si entre las manos no tuviera una botella de agua vacía sino un pico y acabara de encontrar una veda. Quizá sea un viejo hábito, un reflejo involuntario, la única forma de soltar tensión que conoce alguien que pasó 15 años arañando carbón de las entrañas de la tierra. O quizá solo sea su manera de lidiar con el nerviosismo de saber que su cuñado, Sergio Cruz, sigue ahí dentro, en el epicentro del derrumbe desde la una y media de la tarde del miércoles: sepultado en el interior del pozo tres. Junto a él, otros nueve compañeros a los que se les vino encima el túnel en la mina Las Conchas, en el pueblo de Sabinas, en el Estado de Coahuila: en territorio minero.
“Aquí hay negligencia del patrón”, reniega este viernes sentado a la sombra de un árbol en los alrededores de la mina, que ahora es un campamento improvisado con carpas, maquinaría, soldados y equipos de rescate que trabajan a contracorriente para salvar con vida a los 10 obreros atrapados desde hace tres días. Y se repite que no hay derecho, que deberían dejarles participar en las labores de salvamento a ellos: los mineros de la comunidad, que conocen mejor que nadie el subsuelo de esta tierra seca, pobre, polvorienta, castigada por el sol omnipresente del desierto, donde nada crece, donde el único empleo posible está en la profundidad de los pozos o en la miseria de las maquilas.
—Uno no más viene a apoyar moralmente, ¿qué puedes hacer? Te desesperas, te tienen amarradas las manos. Quiero entrar a ayudar y no me dejan. A lo mejor los especialistas saben mucho, pero no conocen el terreno. Trajeron a una cuadrilla de Torreón. ¿Cuánto se tarda? Es tiempo perdido, aquí un minuto es oro puro.
La cercanía del río Sabinas era una bomba de relojería a punto de estallar. La boca principal de la mina fue cerrada hace años porque estaba inundada. Pero se cavaron tres nuevas entradas a escasos metros, y volvió a funcionar a principios de año, bajo el control de la empresa Minera Río Sabinas SA de CV —vendida en noviembre de 2012 a Compañía Minera El Pinabete—. Cuando este miércoles los trabajadores picaban en busca de carbón, se encontraron de nuevo con el agua, que con la presión acumulada de tanto tiempo provocó que todo se desplomara. Los que estaban en los dos túneles más lejanos pudieron salvarse. Cinco fueron hospitalizados, dos de ellos ya han recibido el alta médica. Los 10 que se encontraban en el pozo tres, el más cercano a la explotación abandonada, no tuvieron tiempo de escapar. “Uno sabe que truena y olvídate, el agua está esperando un hueco para salir y sale”.
Cruz (41 años), el cuñado de Huerta, llevaba solo cuatro meses trabajando en el pozo tres, pero toda una vida en la minería. Había tenido otros accidentes antes. Una piedra desprendida le rebanó un pedazo de oreja hace tiempo. Pero nada se equiparaba a este derrumbe. A la incertidumbre se suma la desesperación de sentirse engañados por las autoridades. Huerta protesta porque llevan horas sin tener noticias de sus familiares: “No nos dicen nada, son puras mentiras. Cuando las cosas van bien, ellos mismos salen y dan la cara. Tienen todo el día que no salen, da mala espina”.
Huerta dejó hace ocho años la mina, “gracias a Dios”, concede. Ahora trabaja fabricando vagones de tren. “Este no es el primer accidente que he visto, se han ido parientes míos, hace poco a un primo le cayó una piedra que le reventó todo por dentro”, narra. Mira con ojos cansados al suelo, la cara parcialmente tapada por una gorra que le ayuda a ocultar la emoción. Apenas ha dormido desde el miércoles. Su hermana, Marta María, le llamó llorando para contarle la tragedia. Desde entonces, alguna siesta, alguna escapada a casa para ducharse, pero sobre todo, las horas se han pasado esperando en la mina una noticia que no termina de llegar. “Hay probabilidades de encontrarlos con vida, hay casos de mineros que se quedan ocho o nueve días atrapados y salen, pero son muy escasas”, se resigna.
—¿Vale la pena arriesgarse con un trabajo en la mina?
— Es bien difícil. Nadie de aquí terminó la preparatoria. La necesidad te hace. No hay buenos trabajos, solo pura maquiladora, pero hay crisis y se paga bien en los pozos, 3.000 o 4.000 pesos por semana (unos 150, 200 dólares). Entras a las siete de la mañana y a la una estás en casa. Por eso es que nos arriesgamos.
El suelo alrededor de la mina está tiznado de carbón, como una prueba del delito. Montones de piedras del negro mineral descansan por doquier entre los castilletes de hierro que marcan la ubicación de los tres pozos. El ruido de las máquinas industriales que escarban la tierra y drenan el agua de su interior se impone a todo: 18 bombas especializadas que han llegado de todo el país. Antes de que los equipos de rescate puedan internarse en los túneles, tienen que achicar toda el agua. El jueves el líquido todavía se encontraba a más de 30 metros. Desde entonces las cifras bailan: nadie sabe muy bien cuánto ha bajado, ni cuánto tiempo más tendrán que esperar.
Dentro de la mina las autoridades solo permiten estar a un familiar por cada minero atrapado. El resto, como Huerta, vagan por los alrededores del perímetro de seguridad custodiado por el Ejército. Se refugian del asfixiante sol en carpas blancas y miran al suelo sin ganas de hablar, masticando la impotencia en silencio. A algunos parientes sí les han permitido ayudar en el rescate como voluntarios, y trabajan junto a los soldados, sin más medidas de seguridad que un casco y un chaleco reflectante.
El derrumbe fue una tragedia anunciada. O más bien, repetida. En la región se extrae el 99% del carbón que compra la Comisión Federal de Electricidad (CFE) mexicana, uno de los pilares de la reforma eléctrica del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador. Unas 3.000 familias de la zona dependen directamente de la explotación del mineral, y otras 11.000 de empleos indirectos. Y las muertes de los mineros salen baratas en un territorio que solo es noticia cuando un pozo se viene abajo, para ser olvidado poco después. Siete trabajadores murieron en junio del año pasado. En 2006, 65 obreros murieron por una explosión de gas en Pasta de Conchos, en la que es hasta el momento la mayor tragedia minera de la historia de México. Los familiares de las víctimas denuncian que todavía no han conseguido justicia.