La Secretaría de Educación usará de pendejillos de indias a niñas y niños de 960 escuelas de enseñanza básica en el país para su programa piloto del nuevo plan de estudios con enfoque “descolonialista”.
En el documento difundido se afirma que la meta no es la superación, sino la creación de condiciones radicalmente diferentes de existencia.
Si usted, lector, no entiende lo que eso significa, tampoco yo.
Y menos cuando se perora:
“Es imprescindible que los estudiantes de educación preescolar, primaria y secundaria sean conscientes de que viven en un mundo globalizado que no logra ser para todos”; que “tienen acceso a él aquellas y aquellos que cuentan con los recursos económicos, tecnológicos, relaciones sociales y acceso a bienes culturales y educativos”, por lo que ahora se impone enseñar que, si bien la globalización “trae beneficios, tiene como principios la colonización y la mercantilización de la vida…”.
¡Chíngale!
En caso de que lo ignoráramos, agradezcamos que se nos ilustre con esta babosada:
“Cuando los niños empiezan a estudiar la modernidad, en realidad están estudiando los procesos de colonización y sus dominios”, que son cuatro e “impactan en el día a día de los estudiantes generando desigualdad: 1. El dominio económico, como la apropiación de la tierra y la explotación humana; 2. El dominio político, que comprende el control de las autoridades; 3. El dominio social, representado por el control del género, la clase social, la sexualidad, la condición étnica, y 4. El dominio epistémico, dedicado al control del conocimiento y las subjetividades…”.
Chíngale de nuez.
En marxoide afán (Marx Arriaga se llama uno de los perpetradores de estas tonterías) por impulsar “la revolución de las conciencias” que pregona el presidente López Obrador, el plan pretende que lo que hemos conocido como el alumnado de preescolar, primaria y secundaria cuestionen críticamente las jerarquías sociales, y su aprendizaje de química, matemáticas, historia y lengua sea reflexionado desde las perspectivas de los pueblos indígenas y afrodescendientes.
Chin chin chin.
Quienes concibieron el engendro pontifican:
“En la medida en que se impone y legitima un modelo patriarcal, colonial, científico eurocéntrico, homofóbico y racista en la educación preescolar, primaria y secundaria, se está imponiendo en los cuerpos y mentes un modelo hegemónico de ciudadano…”.
Y se prevé no reprobar a nadie ni poner calificaciones en lo que llaman “una escala arbitraria, que fija un nivel de aprobación de 6 para arriba” y clasifica escolar y socialmente a los estudiantes.
“No se trata de contabilizar las tareas que entregó el estudiante, el número de sus asistencias, el porcentaje de requisitos que cubrió ni el número de exámenes que aprobó; más bien, se trata de juzgar si lo que hizo el estudiante está bien o no”, se dice en el documento.
Ante la imposición y nacionalización de la mediocridad, adiós a Delfina pero adiós también a la superación, la competencia y la excelencia...
Carlos Marín