Contra toda probabilidad, en la misma fecha ocurren movimientos de tierra
El 19 de septiembre de 2022 arrancó, al igual que en los últimos 37 años, bajo un torrente de imágenes que sacudían, hacían temblar la memoria. Comenzaron a circular desde muy temprano en redes sociales fotos y videos ligados a la peor tragedia que ha vivido la Ciudad de México desde la macabra inundación de 1629: el terremoto de 1985.
Discurrieron por las pantallas las imágenes desoladoras de aquel maldito 19, el terremoto del “jueves negro” que redujo a ruinas y escombros la parte más querida y más referencial de la ciudad.
Encontré fotos en Twitter del Hotel Regis incendiándose, de la Avenida Juárez deshecha y humeante. Del edificio Nuevo León, en Tlatelolco; de las instalaciones de Televisa en Avenida Chapultepec, donde entre muchos otros perdió la vida El Conde Gustavo Armando Calderón y del edificio donde estuvo el café Superleche, en Eje Central, que se desplomó por completo a las 7:19 con todos sus clientes dentro y quedó rodeado de gritos, de llanto, de polvo.
“Fue horrible. Miles de muertos. El centro de la CDMX parecía bombardeo”, comentaban algunos seguidores de la cuenta @Terremoto1985.
Para quienes vimos y sobrevivimos aquello, no hay manera de olvidar el cementerio en que México quedó convertido. El olor a gas que escapaba de los tanques en los edificios caídos. El olor a muerto que llenó las calles aun semanas después del hachazo brutal del sismo. Creo que, al igual que nosotros, la ciudad no volvió a ser la misma.
Maldito 19. Porque fue un 19 de septiembre cuando otro sismo, igual de brutal, acuchilló a la ciudad por la espalda, cuando sus confiados habitantes regresaban apenas de participar en un megasimulacro contra terremotos. En un suspiro regresaron las cosas que no creímos volver a ver jamás. Aunque la cifra de muertos quedó muy lejos de la de 1985 (cuando las autoridades admitieron 13 mil), en septiembre de 2017 todo volvió a llenarse de edificios caídos, varillas retorcidas, pedazos de piedra sobre las banquetas, gritos, llantos, sirenas, muertos, helicópteros y trozos de cristal brillando sobre el asfalto.
No sé qué posibilidades hay de que un evento telúrico de más de 7 puntos de intensidad se repita dos veces en la misma fecha: 19 de septiembre.
Peor aún: ignoro cuántas posibilidades hay de que un sismo de magnitud semejante caiga por tercera vez en la misma ciudad, precisamente un 19 de septiembre (el doctor en Ciencias Matemáticas Arturo Erdély afirma que la probabilidad es de dos en 100 millones).
En todo caso, tembló por tercera vez un 19 de septiembre, justo cuando los familiares de las víctimas del desplome de 2017 celebran en el número 286 de Álvaro Obregón una ceremonia en honor de quienes ahí murieron. Y justo cuando a las afueras del Colegio Rébsamen se celebraba una misa en memoria de 19 niños y siete adultos que perdieron la vida durante el sismo del 17, y cuyos familiares debieron sobrellevar, además de la pérdida y el dolor en la memoria, el inclemente sacudimiento de la tierra.
Comenzó a temblar en la ciudad de México por tercera vez un 19 de septiembre y regresaron las escenas de llanto, las crisis de pánico, el estallar de vidrios, el bamboleo de edificios, el movimiento de postes, cables, semáforos… El hervidero de videos en redes sociales en donde se registra el desborde de emociones —en el Metro, en las oficinas, en las calles— entre quienes arrastran la herida incurable (1985, 2017) y entre quienes crecieron sabiendo —dirían Ricardo Becerra y Carlos Flores— que ¡aquí volverá a temblar!
Maldito 19. Al mismo tiempo vinieron los videos de Michoacán, donde calles y casas se sacuden y cuartean. Al mismo tiempo vino el video del sacerdote de Chavinda que ruega: “Que Dios nos proteja, nos bendiga”, mientras todos a su alrededor salen huyendo, y al mismo tiempo vinieron imágenes de los desplomes en las carreteras, de la caída de bardas, del crecimiento de las aguas en las costas. De los daños en un enorme conjunto de estados: los videos del misterio y de la maldición: los videos de un 19 de septiembre clavado como puñal en el calendario trágico de México.