Debut y despedida de Villalobos
Cuando Francisco Antonio vio las luces rojas y azules entrar por la ventana de su habitación en el hospital donde “convalecía” de un accidente automovilístico, entendió que todo había terminado. En vano habían sido las argucias de su abogado para impedir lo inevitable: los policías entraron por él sin que nadie se opusiera. Salió al pasillo en bata y calcetines, despeinado, y permitió que le pusieran las esposas para llevárselo al Penal de Atlacholoaya.
Fue el final de una tragicomedia que inició en junio del 2018, cuando él mismo no podía creer lo que se anunciaba en las redes sociales: la coalición Morena-PT-PSD había ganado las elecciones en la capital morelense a pesar de que el órgano electoral descalificó de la contienda a los aspirantes Gilberto Alcalá y José Luis Borbolla, dejando a salvo los derechos del suplente. Y él era el suplente.
Sin haber hecho campaña (de hecho en las boletas aparecía “Choche” Borbolla), Francisco Antonio Villalobos Adán de repente se vio convertido en el titular del Ayuntamiento de Cuernavaca, la institución donde él había trabajado los últimos años, desde el puesto más modesto como inspector de comercio hasta una dirección de bacheo.
Algunos analistas apostábamos a que no tomaría protesta, que negociaría su renuncia por algunos millones de pesos pues él mismo sabía que no tenía la preparación ni el carácter para ocupar un cargo. Sin embargo, muy pronto se vio rodeado de gente que le ofreció ayudarlo a gobernar para ser una administración sin precedentes, lo que le hizo soñar incluso en que podía seguir los pasos de su antecesor, Cuauhtémoc Blanco, quien acababa de ganar la gubernatura.
Entre ellos su propio hermano, quien se ofreció a ser intermediario con los empresarios de la basura; su papá, quien le propuso hacerse cargo del Museo de la Ciudad a través de su amiga Lourdes Bejarano, y hasta la pareja de su mamá quiso ayudarlo. Un abogado lo convenció de que “la maña” tenía tomado el Sistema de Agua Potable, y que sólo otro grupo “de los malos” podía rescatarlo, así que le ofreció protección. A cambio, metió a toda su familia y grupo de amigos a la nómina.
También hubo quien se ofreció a presentarlo con la entonces “mujer fuerte” del morenismo a nivel nacional Yeidckol Polenvsky, quien vino a su toma de protesta para augurarle que sería “el mejor presidente municipal por su honestidad”.
Muy pronto “Toño” como le llamaban sus conocidos, o “El lobito” como le decían sus amigos, comenzó a cambiar de carácter. Al parecer sus asesores le recomendaron mostrarse enérgico con sus subordinados, pero en lugar de ello se tornó grosero y soberbio. Cada vez que podía regañaba al personal del ayuntamiento y les decía que quien no estuviera conforme podía irse.
Sin embargo, su cambio no sólo fue en el comportamiento con la gente, sino también en su modo de vida. Aquel jovencito que acostumbraba traer una motoneta para transportarse, ahora se convertió en coleccionista de motocicletas de lujo, autos, camionetas, casas y departamentos. Su familia también subió de nivel económico.
Lo peor del caso es que dio “manga ancha” para que sus funcionarios extorsionaran a cuanta gente pudieran. Cristian Luna, ex policía y ahora empresario restaurantero, quería poner un autocinema en un terreno de la colonia Vista Hermosa, por lo que acudió a pedirle su venia a Villalobos, confiado en que fueron compañeros en la Secundaria Loyola.
A decir de Cristian, el alcalde le dijo que debía “mocharse” con varias decenas de miles de pesos para poder abrir. “O te clausuro cabrón”, le advirtió.
El también propietario de “La Patrona” abrió el autocinema y Villalobos cumplió su amenaza. Le mandó a su subdirector de protección civil, Gonzalo Barquín, para exigirle el pago del dinero, pero no contaba con que Cristian ya había denunciado el intento de extorsión y elementos de la Fiscalía Anticorrupción se encontraban infiltrados entre el público.
La acusación del empresario estuvo a punto de llevar a la cárcel al alcalde, pero se salvó porque su equipo jurídico obtuvo una suspensión del Juez Leovigildo Martínez, pariente de una funcionaria del Ayuntamiento de Cuernavaca. Sólo Gonzalo Barquín estuvo unos meses tras las rejas.
Aún en esas condiciones tuvo la desfachatez de intentar reelegirse en el cargo ahora bajo las siglas del Partido del Trabajo, recibiendo el rechazo de la gente en las urnas.
Así terminó su trienio Antonio Villalobos, dejando deudas por todos lados a su sucesor, confiado en que sus familias tenían una amistad de años, además de que José Luis Urióstegui se dejó fotografiar en un par de ocasiones junto al alcalde saliente, con una enorme sonrisa, casi carcajada.
Por eso es que Villalobos estaba muy confiado en que no le harían nada, no obstante que la lista de denuncias ya sobrepasaba las tres decenas. “No me voy a ir, aquí seguiré, litigando las denuncias hasta quedar limpio”, decía a sus amigos mientras disfrutaba de su nuevo status social.
En septiembre pasado su abogado Jesús García le informó que debería comparecer una vez más ante un Juzgado para ser notificado sobre una nueva denuncia en su contra, ahora por el desvío de nueve millones de pesos del SAPAC, acusación que también pesaba sobre el ex director Fernando Blúmenkron, una ex directora administrativa, una regidora y un regidor.
Así, el pasado viernes 23 de septiembre, la Fiscalía Anticorrupción imputó a los exservidores públicos por la distracción del dinero de las aportaciones que realizaron empleados del Sistema de Agua Potable al Instituto de Crédito para los Trabajadores al Servicio del Estado. El juez Eddie Sandoval Lomé (el mismo que no lo pudo meter a la cárcel un año antes), lo emplazó para que acudiera a los juzgados de Atlacholoaya el miércoles 28 de septiembre para resolver si lo vinculaba a proceso o no.
Confiados, acudieron puntuales a la cita tanto la regidora Anayeli Rodríguez como el regidor Enrique Güemes. También llegó su abogado Jesús García, quien repentinamente cambió su semblante de triunfalista a exageradamente preocupado. Le habían pasado el “pitazo” de que el juez reclasificaría el delito de Peculado al de Ejercicio Abusivo de Funciones, que implica forzosamente su reclusión en la cárcel mientras dura el proceso.
El abogado compareció ante el Juzgado y dijo que su cliente había sufrido un accidente y que estaba en un hospital. Para probarlo, le mostró un video en el que se muestra a unos paramédicos de Capufe tratando de subir al imputado a una ambulancia, sin que se le notaran mayores lesiones.
Luego de un receso de varias horas, el juez Sandoval Lomé reinició la audiencia, comunicó que estaba reclasificando el delito y ordenó que tanto Anayeli como Enrique fueran conducidos al Penal pues estaban formalmente vinculados a un proceso.
Enseguida, ordenó a la Fiscalía Anticorrupción que acudiera al Hospital Morelos donde estaba internado el ex alcalde, y le notificará su nueva situación jurídica. Así lo hicieron, conduciéndolo hasta el Penal de Atlacholoaya, desde donde deberá dar contestación a las 33 querellas que dice haber formulado el Ayuntamiento, más las que se acumulen, una de ellas por la muerte de sus colaboradores a quienes obligó a acudir a trabajar a sabiendas de que había un brote de covid en sus oficinas.
Así terminó la corta carrera política de un joven que jamás se imaginó tener tanto poder, y ese poder lo terminó enloqueciendo.
HASTA EL LUNES.