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PRONÓSTICO DEL CLÍMAX

Pinocho Rey

 

 

El hombre creía tener el “derecho absoluto” a hacer todo cuanto quisiera en el momento en que se le antojara. Aseguraba ser una de las personas más inteligentes del mundo y saber más que cualquiera sobre cualquier tema. Argüía, por ejemplo, que los molinos de viento son cancerígenos. “¿Cómo declara uno la guerra?”, preguntó, a los pocos días de tomar posesión como presidente del país más poderoso del mundo. Más tarde se propuso “vender” Puerto Rico y “comprar” Groenlandia. Pensó asimismo en bombardear las nubes con armas nucleares, con el fin de evitar ciclones y tormentas. Tal vez fuera por eso que convirtió en insulto palabras como “globalista”, “científico” y “cosmopolita”.

The Divider (El divisor), es el nombre del thriller de más de mil cuartillas donde Susan Glasser y Peter Baker –pareja poderosa donde las haya– narran el estruendoso paso de Donald Trump por la Casa Blanca. Dice uno en estos casos que el libro se lee “como una novela”, pero en tanto ficción resulta totalmente inverosímil, como no fuera escrita por el mismo Dante.

“Todo el mundo mentía, todo el tiempo, sobre todos los temas”, coinciden funcionarios y empleados de la Casa Blanca que estuvieron allí desde el principio. Inclusive Steve Bannon reconoce que la situación comenzó a ser horrible a partir de la segunda semana, tanto durante las juntas, que a decir de más de uno iban “de peor en peor”, como en la vida diaria, donde imperaban el golpe bajo y la delación.

“¡Eres un jodido mentiroso, todo lo que sale de tu boca es una puta mentira!”, le gritó alguna vez Ivanka Trump a Steve Bannon, delante de su orondo padre, a lo cual respondióle el aludido: “¡Métete un dedo, tú no eres nada!”. Melania, por su parte, la apodaba “Princesa”.

Cinco años invirtieron Glasser y Baker entrevistando a los protagonistas de una historia en tal modo absurda y retorcida que se lee casi toda con el ceño fruncido, “allí donde mandaban el impulso y el instinto” y la supuesta fórmula del éxito se resumía en tres palabras: rabia, miedo y resentimiento.

“Me gusta el conflicto”, decía el presidente, aficionado a ver pelear a sus subordinados frente a él solamente por ganar su favor. Pero el hombre jamás escuchaba. Él y nada más que él podía transmitir información, sin recibir ni acreditar ninguna. Incluso si fingía dar por bueno cualquier otro argumento, no tardaba en volver a su primera idea. De ahí que funcionarios y asesores se preocuparan menos por hacer sus cosas que por evitar que otras sucedieran, en prevención de desastres mayores.

Nadie osaba decirle la verdad, so pena de ser víctima de inenarrables gritos y vejaciones. Hablaba mal de todos y con todos y les colgaba apodos humillantes. ¿Por qué lo soportaban? “Por cuestión de principios”, alegan aún algunos, según ellos temiendo ser luego reemplazados por gente sin escrúpulos. Por lo pronto, la regla de oro era mentirle al jefe o desobedecerle, aprovechando la confusión reinante, si bien siempre a la espera de ser despedidos por la vía de Twitter y enseguida conducidos a la calle, como era ya costumbre en la Casa Blanca. “No creo en eso de ganar-ganar, creo en ganar yo”, declaró alguna vez el jefe ante su biógrafo.

“¡Pero es no es verdad!”, reparó una mañana John Kelly, por entonces jefe de personal de la Casa Blanca, no bien escuchó a Trump sacarse de la manga un dato falso, y no debió ir muy lejos por la respuesta: “¡Pero suena bien!”. Otro día Steve Bannon lo llamó “populista”, a manera de halago, y el adulado celebró el diagnóstico. “¡Soy un popularista!”.

Glasser y Baker pintan a un hombre imposible, entre cuyos orgullos está el retrato que Jair Bolsonaro le regaló, realizado con casquillos de bala. ¿Cómo sobrevivió la Casa Blanca, el país y el mundo al cataclismo que fue Donald Trump? A juzgar por el libro, de milagro. Una vez más, lo leo y no lo creo. 

Xavier Velasco

Ámbito: 
Nacional