Pasarela sin futuro
En una reedición de la pasarela de seis priistas presidenciables en 1987, el líder del partido, Alejandro Moreno, sacó una versión parchada llamada Diálogos por México, para abrir espacio a quienes aspiren a la candidatura para 2024. Todos, entre los más prominentes, levantaron la mano, salvo el gobernador del Estado de México, Alfredo del Mazo, cuya prudencia es interpretada de formas menos elegantes, y su cuidado para no agraviar al presidente Andrés Manuel López Obrador ni ponerse en su mira es abrumador. Pero quizá Del Mazo, aunque por razones contrarias, esté en lo correcto. Con el PRI de hoy no se irá a ninguna parte, y la pasarela lo mostró.
Políticos experimentados y de ímpetus variados transmitieron mensajes para un país que ya no existe y a una sociedad con intereses tangibles más inmediatos. Sus sueños de transcendencia carecen de aterrizaje ante un electorado que está inmerso en el choque del día con día que define la lucha política. En otros casos, los planteamientos son francamente cómicos. ¿O alguien tomó en serio a Moreno cuando dijo que quiere refrendar “su vocación aliancista” (que dinamitó), “en aras de que México recupere su grandeza y vuelva a enfilar el rumbo al desarrollo?”. ¿De qué grandeza habla? Para toda una generación, el referente es el gobierno de Enrique Peña Nieto, de quien es entenado, manchado por la corrupción y la ineficiencia.
Los priistas le hablaron a una sociedad que ya no está para escucharlos. ¿A alguien le importa hoy realmente que el PRI creó las instituciones y evolucionó al pluralismo y a la diversidad, como recordó la senadora Claudia Ruiz Massieu? Apelar a la memoria histórica es inútil, porque la única que subyace es la que todos los días machaca el presidente Andrés Manuel López Obrador sobre el daño que causaron sus gobiernos. Los priistas saben bien que pagan haber desaprovechado, entre 2012 y 2018, la oportunidad para reinventarse.
En las elecciones que los regresaron al poder en 2012, Peña Nieto logró 38.21% del voto del PRI, equivalente a 19 millones 158 mil 592 votantes. En las presidenciales de 2018, el voto priista sumó 16.40% del total, con 9 millones 289 mil 853 votos menos que seis años antes, casi la mitad. Y en las elecciones intermedias del año pasado, aunque alcanzó 17.72% del voto, en números absolutos su votación cayó a 8 millones 715 mil 899, menos de los que tuvo el PAN y la mitad de los que conquistó Morena.
¿Qué es lo que les ha estado diciendo el electorado? Que están tocados de muerte. Casi la mitad de los electores, cuando les preguntan por qué partido nunca votarían, señala al tricolor. El PRI, caracterizado por López Obrador como una lacra nacional, es el epítome de lo que no puede regresar. Por eso el Presidente tiene como única propuesta electoral el que no se regrese al pasado. En sus análisis y discursos, los priistas hablaron de lo que se tendría que hacer para mover al país en otra dirección, pero la percepción será que buscan la restauración de lo que fueron.
En el diálogo plantearon un país de leyes y eficiente, con políticas públicas sólidas, pero ¿a cuántos les importan los planteamientos de largo plazo? En su énfasis, omiten el foco. Estamos viviendo una democracia iliberal, con un político, López Obrador, que llegó a la Presidencia gracias al andamiaje democrático construido por lustros, y que desde ahí está destruyéndolo. Vivimos momentos en el mundo donde hay una tendencia en ese sentido, con populistas de derecha e izquierda que están acabando con las instituciones, pero, a la vez, populares. No es casual que Narendra Modi, el premier indio, y López Obrador, sean los de mayor respaldo de la gente en el mundo, y que Donald Trump siga siendo una figura con alas para ser candidato presidencial una vez más.
No son tiempos de los centristas, como se ubicaron en el discurso, sino de radicales y beligerantes que agitan a sus electorados y dividen a sus adversarios para perpetuarse en el poder. No es el momento de la pluralidad ni la reconciliación, sino de dogmas –como el que está planteando Xi Jinping para ser, por tercera vez, presidente de China– o exaltación de nacionalismos –con Vladímir Putin y Trump a la cabeza–, lo que predomina y gana espacios políticos en la esfera pública.
La propaganda es su aliada, pero los priistas carecen de ella, ni tienen discurso que emocione. Tampoco valor para confrontar a López Obrador, por miedo a algún expediente que los ponga en el umbral de un proceso penal. En cualquier caso, se escuchan alejados de las calles. En ello se entiende que López juegue con ellos, pese a las contradicciones de ser un Presidente conservador en lo social y lo financiero, más cercano a un líder de derecha, que de un dirigente de izquierda.
Cuatro priistas, las senadoras Beatriz Paredes y Claudia Ruiz Massieu, el diputado Ildefonso Guajardo, y Enrique de la Madrid, proyectaron un país socialdemócrata. Quieren a Keynes, del cual López Obrador abreva cuando busca que el Estado sea el rector de la economía –aunque se le olvida que, para ello, tiene que haber gasto público–, y se alejan del monetarismo que abraza el Presidente con sus programas sociales. Los priistas quieren un enfoque de izquierda parlamentario y un país de leyes, atributos de las democracias liberales que, sin embargo, están siendo aplastadas por los populistas iliberales.
La pasarela mostró que tienen buenas ideas sobre qué políticas públicas pudieran implementarse, como las de José Ángel Gurría, exsecretario de Hacienda y de Relaciones Exteriores, sobre seguridad, educación y salud, o el desarrollo regional propuesto por el gobernador de Oaxaca, Alejandro Murat. Pero el problema de los priistas es insistir en hablar a una sociedad que tiene otros motivadores. No se han dado cuenta de que la moderación no gana elecciones, y que la fórmula actual, lamentablemente, llama a la beligerancia y la confrontación, a lo que tienen aversión.