Incognitapro

POLÍTICA ZOOM

Nueve mitos sobre la impunidad

El caso es viejo, pero no por ello se ha olvidado. Justo cuando estaba por concluir la Segunda Guerra Mundial fue secuestrado en la Ciudad de México Fernando Bohigas Lomelí, un niño de dos años.

Quien haya pertenecido a su generación no olvida el episodio. El rostro del menor ocupó todos los puestos de periódicos y en la radio la voz de los padres se escuchaba incansable rogando por información.

Los niños de la época vivían aterrorizados con la idea del “robachicos” y este asunto criminal montó tan arriba en la escalera de la política que terminó siendo tema durante la campaña presidencial de Miguel Alemán Valdés.

En abril de 1946 el jefe del servicio secreto, el detective Jesús Galindo Vázquez, informó que se había recuperado al menor. Seis meses antes había sido secuestrado por una joven pareja que no podía tener hijos, la cual fue descubierta gracias a una investigación acuciosa a su cargo.

La madre, Ana María Lomelí, no dudó al afirmar que la vuelta a casa del niño se debió a un milagro de la Virgencita de Guadalupe.

¿Cuánto ha cambiado México en una sola generación? Quienes nacimos solo veinte años después habitamos un país que no se parece en nada a aquel del detective Galindo. Tenemos, sobre todo, una percepción muy distinta sobre la capacidad de las autoridades para investigar y castigar a quienes cometen delitos.

En México la definición contemporánea de impunidad fue redactada por Jaime Sabines: “aquí no pasa nada; mejor dicho, pasan tantas cosas juntas y al mismo tiempo que es mejor decir que no pasa nada”.

En efecto, el poeta fue profeta: hoy en nuestro país de cada cien delitos que se cometen, con 98 de plano no pasa nada.

Si tomáramos a la madre del niño Bohigas como referencia tendríamos que aceptar que cuanto hoy ocurre respecto a la violencia se debe a que la Virgencita de Guadalupe dejó de hacer milagros.

En esta misma lógica habríamos de hallar a un nuevo santo para rezarle. A diferencia de la generación de mi padre que, gracias a Galindo creyó en los detectives policiacos, en la mía hemos preferido a Juan soldado, un pueblo vestido de verde que también es bien milagroso.

Con Juan soldado no es realmente necesario investigar, acusar, procesar, juzgar, sentenciar, ni encarcelar. Este personaje erradicará a los robachicos de nuestros tiempos, siempre y cuando tengamos suficiente confianza en él.

Ciertamente estamos sobrados de mitos. Sin mucho reflexionar, quienes comen de dar sermones políticos han usurpado el rol del criminólogo o del criminalista profesional.

Desde hace años repiten sin cesar mitos útiles para explicar la impunidad, los cuales no han servido de nada a la hora de resolver este fenómeno tremendamente jodido.

El primero de todos los mitos es la definición que suele darse justamente de la palabra impunidad. Los discursantes repiten como loros que el término

significa “falta de castigo.”

Se quedan cortos porque no importa tanto si se imponen penas como si se consigue que el delito no vuelva a cometerse, o todavía más importante, si se le entrega justicia a la víctima del crimen.

La impunidad debería ser concebida como falta de justicia y en el centro de la actuación no habrían de colocarse a los “robachicos” sino al niño Bohigas.

El segundo mito respecto de la impunidad es el que coloca a la pobreza como la razón para que se cometan crímenes. Según esta versión remota de la realidad, si la gente tiene para comer, entonces no delinque. Tan se trata de una mentira que, parafraseando a una antigua telenovela, está comprobado que “los ricos también roban”.

El Índice Global de Impunidad (IGI, 2022), publicado esta misma semana, advierte que las personas con menores recursos económicos son, en realidad, doblemente víctimas de la impunidad porque el mal funcionamiento de la ley les hace sufrir las peores consecuencias.

Un tercer mito sobre la impunidad afirma que el problema es la corrupción de los gobernantes. Esto haría suponer, desde luego, que los servidores públicos de ahora son más corruptos en comparación con los de la época de Miguel Alemán Valdés; un argumento harto debatible.

Una alternativa a esta hipótesis llevaría a afirmar que, con el paso del tiempo, la sociedad mexicana y sus problemas crecieron en tamaño y complejidad y no así los mecanismos de control y vigilancia democráticos sobre los responsables de hacer justicia.

El cuarto mito sobre la impunidad es el que asegura que ésta se padece más en las zonas apartadas. Por tal razón es que se requiere que las tropas militares y los guardias nacionales patrullen valles, montañas y caminos rurales.

Otra falsedad. Todos los datos indican que, a mayor tamaño y densidad poblacional, más grande es la tasa de impunidad. “Las mayores concentraciones de población reflejan mayor cantidad de conflictos o delitos” que luego las instituciones son incapaces de atender (IGI, 2022).

El quinto mito afirma que subir las penas y los castigos, multiplicar las cárceles y sumar más reos mejora la posibilidad de una sociedad para alcanzar la paz. Nada confirma esta barbaridad: llevamos años haciendo todo eso y la violencia nada más no cede. Solo se conduce gente inocente a la cárcel para que ahí se eduque como criminal, mientras sus hijos y sus familias caen en la insoportable marginalidad.

El sexto mito es el que promueve la idea de que es tolerable tener a gente inocente tras las rejas, siempre y cuando caiga uno que otro culpable. Las consecuencias de esta estupidez son similares a las provocadas por el mito anterior.

El séptimo mito es el que dice que todos los ministerios públicos son corruptos, y el octavo el que afirma lo mismo respecto de los jueces. Una banalidad más. La ineficiencia de ambas funciones no se debe a que sean mayoritariamente deshonestos, sino a que en México son insuficientes los ministerios públicos y los jueces en comparación del número que sería necesario. Se trata de falta de recursos, más que de la corrupción de esos recursos.

El último mito es el que dice que los militares son mejores que los policías para enfrentar el crimen. Esto es tan mentiroso como argumentar que los policías serían mejores que Juan soldado para hacer la guerra, o que los carpinteros serían mejores herreros o los herreros mejores panaderos.

Ricardo Raphael

@ricardomraphael

Ámbito: 
Nacional