He perdido la cuenta de cuántas columnas leí estas semanas sobre las marchas por la reforma del INE y a favor de AMLO, que ocurrirá este domingo. Pero no me contuve de escribir sobre el tema. Las marchas, entre algunos temas más, me permiten escribir textos más personales, como pocas veces hago.
Pasé buena parte de mi infancia en un departamento en La Habana, a pocas cuadras de la Plaza de la Revolución, donde ocurrían grandes marchas. Varias veces al año, mi barrio se llenaba de gente acalorada, que agitaba banderitas cubanas provistas por el Partido Comunista y sus organizaciones de base. Gritábamos consignas base: "Viva Fidel", "Viva la Revolución", "Abajo el imperialismo yanqui"... Se añadían, como menú de ocasión, temas de política exterior que le interesaran a Fidel Castro. En un país sin partidos de oposición, el enemigo estaba en el extranjero.
Asistir a las marchas no era opcional. Los representantes de los Comités de Defensa de la Revolución sabían quiénes vivían en cada cuadra. Tomaban nota de quién asistía. Los dirigentes del Partido en los centros de trabajo hacían lo propio. La red de vigilancia oficial se encargaba de esparcir un miedo vasto y suficiente, que obligaba a "dejarse ver" marchando y gritando "Viva Fidel".
Llegué a México en 2001, a los 14 años. Por largo tiempo me he refugiado en asistir a las marchas como reportera, no como participante. Me resulta un lujo ajeno a mi experiencia que alguien marche por algo en lo que cree. Quizá por eso he sentido una emoción genuina en las marchas sobre Tlatelolco, Ayotzinapa y el 8M, donde las consignas de verdad y justicia se centran en necesidades sociales y no en alabar o condenar a un político.
Seguí con interés la cobertura de la organización de las marchas sobre el INE. Me parecían un intento de la oposición de mostrar algo de unión en contra de Andrés Manuel López Obrador. En las columnas y redes sociales afines al obradorato se burlaban. Un columnista avizoraba que las marchas serían exiguas y desangeladas.
Después de aquel domingo de nutrida asistencia, algo cambió. AMLO pasó de ningunear las marchas a organizar una propia. Esta semana, dijo que la gente irá a su marcha no como acarreados, sino porque millones "respaldan este movimiento".
Esa frase me hizo clic. López Obrador fundó Morena, un partido que ha tenido un crecimiento meteórico de miembros, posiciones e influencia en política. Sin embargo, ante una demostración opositora mayor a sus cálculos, el Presidente elude su posición como jefe de un gigante aparato burocrático y regresa al terreno que mejor conoce, el del movimiento social. En su visión, no convoca a su marcha la maquinaria estatal que ahora encabeza, con su poder, dinero y capacidad de coerción directa o indirecta. Convoca el líder carismático de un movimiento que ha exaltado, para unir a sus fieles, problemas añejos en México, como el racismo, el clasismo y los privilegios.
Creo que su marcha tendrá muchísimos asistentes. Mostrarán, como AMLO, que hoy partido, gobierno y movimiento son casi la misma cosa. Y ahí está el problema. Los periodistas no hemos cubierto lo suficiente cómo Morena ha crecido como partido sin zafarse del modus operandi de movimiento. Morena repite esquemas de luchas internas, corrupción y traiciones que llevaron al PRD y otros partidos latinoamericanos de la meca a casi la extinción en décadas.
La lectura más simple de la marcha que viene es que el Presidente necesita mostrar que la suya es más grande, más nutrida y ferviente que las del INE. El tema de fondo es cómo ha gobernado Morena y cómo gobernará, si gana en 2024, cada vez más fracturada, haciendo más concesiones, aceptando en sus filas a políticos con peor reputación y menos escrúpulos, lidiando más y peor con los gajes de un movimiento joven con dinero y poder de aparato estatal.
Claramente, estas marchas son un signo del ambiente preelectoral. Pero su lectura entraña preguntas más interesantes sobre el futuro político de México. Dejarse ver en una o en otra marcha es un signo de una sociedad fracturada y una clase política que recicla experiencias del pasado, de otros países que admiran o admiraban, de una forma de hacer política de otro siglo que poco le sirve al México de hoy. De eso, falta mucho por contar.
@penileyramirez