Ahí, en medio del trajín donde preparan la cena de fin de año para agradecer a quienes han apoyado a Gastromotiva, está Janet Soto, de 41 años, quien fue alumna de la primera generación del curso de auxiliar de cocina. Soto descubrió su gusto por la cocina desde niña. Tenía nueve años cuando su mamá le dejaba indicaciones escritas de lo que debía preparar mientras ella salía a trabajar. “Mi guía era el sabor de mi mamá, lo probaba y si no sabía como el que siempre hacía mi mamá, empezaba a idear qué le hacía falta”, dice.
Al otro lado de la cocina está Marat Aguilera, de 34 años, también exalumno y ahora maestro del lugar donde una vez fue aprendiz. Tanto Soto como Aguilera enseñan. Los alumnos y alumnas les consultan, explican sus procedimientos de preparación de los alimentos y les buscan la cara para tener su aprobación. Estas son sus nuevas vidas, las que Gastromotiva, coinciden ambos, ayudó a construir.
Soto se fue de la casa de sus padres con su novio a los 17 años. “A los 18 años me embaracé y comencé una vida de mamá, de ama de casa”, cuenta. Años después, cuando su hija tenía nueve años y su hijo dos, su pareja la abandonó. “Se fue y entonces mi vida cambió radicalmente. Yo solo era ama de casa, él era el proveedor económico. Al no estar, era un caos emocional y económico para mis hijos y para mí. Unos años de depresión, de situaciones económicas complicadas”, asegura. Hubo un tiempo, incluso, que no tenía qué darle de comer a sus hijos.
Durante esos años, Soto siente que había perdido esa conexión con la cocina hasta que entró a preparar comida en comedores comunitarios y luego fue seleccionada para el curso de Gastromotiva. “Hasta la mitad del curso yo iba temerosa, sin una idea ni un propósito de qué era lo que iba a obtener. En el proyecto no solo te dan clases de cocina, técnicas de bases culinarias, trabajan contigo todo, desde la autoestima, la confianza en ti”, dice. Y fue ahí cuando sintió que algo en ella había despertado. “Me di cuenta de que cuando yo cocino aunque esté triste, cuando menos cuenta me doy ya estoy tranquila, ya me siento feliz y mis malos momentos ahí se me pasan”. Supo que para ella cocinar es una manera de amar y de transmitir.
“Me hicieron cambiar mi mentalidad y mi sentir respecto a mi vida, fue cuando me di cuenta que sí, yo era una mujer capaz de cocinar rico, que no necesitaba irme todo el día todos los días a trabajar para tener dinero y poder darle una buena calidad de vida a mis hijos”, asegura. Soto ha trabajado en varios restaurantes, estuvo durante cinco años en La Docena, un reconocido restaurante especializado en mariscos de la capital mexicana. Hoy, trabaja por cuenta propia, prepara platillos por encargo.
El fundador de Gastromotiva, David Hertz comenzó con esta idea en su casa en Brasil en 2004, con cinco personas más. “Quería democratizar la educación profesional para quien tiene muchas ganas, pero no tiene la oportunidad. Para mí la desigualdad social es una falta de oportunidad de educación”, afirma.
La historia de Marat Aguilera, uno de los más de 500 estudiantes que han pasado por estos cursos, lo representa bien. Desde niño cuenta que desarrolló un gusto por la gastronomía cuando iba con su familia materna a San Pedro Atocpan, donde se dedican a la producción de mole al sur de la Ciudad de México. “Es una de mis experiencias fundamentales para acercarme a la cocina”.
Desde joven quiso estudiar gastronomía, pero “la carrera era carísima, incosteable para mi familia”. Así que empezó a trabajar desde los 19 años preparando alimentos en cafeterías hasta llegar a ser subchef en un restaurante.
Cuando llegó a Gastromotiva, Aguilera estaba pasando por un momento complicado. Cuenta que le achacaron un robo en un transporte público que no cometió y por ello pasó tres meses en la cárcel. “Yo salí absuelto, pero aun así el proceso fue muy traumático y muy complicado en mi vida. Perdí mi trabajo, fue muy difícil encontrar trabajo en todos estos lugares que te piden no tener antecedentes. No quería ni salir a la calle, tenía miedo de salir. Esto fue como un año, entré a terapia, no encontraba un trabajo estable, fue muy difícil”, relata.
Pero en Gastromotiva, dice, encontró a una familia, un espacio donde compartir, expresarse y sentirse escuchado. “El trato siempre fue digno y entendiendo una situación compleja”, asegura. Aguilera ahora es emprendedor. Tiene una pizzería que se llama Canario Negro, al norte de la ciudad. Da empleo a otros y siempre busca practicar lo que aprendió: no desperdiciar, la trazabilidad y sustentabilidad de los alimentos.
“La idea es que no todos salgan de acá cocineros, la idea es que salgan de acá buscando lo que hacen mejor. Pueden ser meseros, trabajar en la administración de un lugar, pueden trabajar en otra área, pero la comida ayudó a que despertara su autonomía, su autoestima”, dice Hertz. Al final, lo que quieren es que cada estudiante pueda encontrarse a sí mismo a través de la cocina.