A la memoria de Rafael Cauduro
El machismo es un difícil apostolado, lleno de trampas y riesgos. Exige los sacrificios más arduos y a menudo los recompensa con sinsabores. Aunque un varón derroche valor en las balaceras o en los pleitos a puño limpio, aunque seduzca a infinidad de mujeres y las deje en la miseria con cuatro hijos, aunque gane duelos de albures, orine fuera de la taza y haya impuesto récords mundiales de ingesta alcohólica, nunca estará seguro de haber acreditado plenamente su hombría. No faltará quien la ponga en duda, pues en eso consiste la principal obsesión de sus amigotes, dedicados de tiempo completo a enfangar reputaciones, a percibir fisuras joteriles en la armadura del compadre, a ridiculizarlo cuando un leve gesto de flaqueza deja traslucir que a lo mejor “se les hace agua la canoa”. Ante una jauría tan ruin, de nada sirve callar bocas a madrazos: es preciso reforzar el orgullo viril con los signos exteriores de una masculinidad retadora. No basta ser hombre, hay que ser hombruno por dentro y por fuera. La semiología machista, un campo de estudio inagotable, ha puesto en circulación una nueva seña de identidad: los testículos de toro para camiones.
La primera vez que los vi, cuando me tocó ir detrás de un camión materialista en un embotellamiento, pensé ingenuamente que tal vez el conductor había colgado en el eje de las llantas traseras una bolsa de plástico con tuercas y clavos divididas en dos montones, que por casualidad parecía un saco testicular. Salí de mi error al ver de nuevo el mismo adorno y tras una somera investigación resolví el misterio: se trata de una moda que los vaqueros texanos exportaron a México y ahora goza de gran aceptación en el gremio de los camioneros. De hecho, los huevos para camión están a la venta en Amazon, por la módica suma de 28 dólares. Los fabrica la empresa Original Bull’s Balls, que ha encontrado una mina de oro en el mercado mexicano, donde la testosterona tiende al exhibicionismo desde los tiempos de los aztecas. El producto se ofrece en dos presentaciones, según los gustos o las patologías del cliente: los ligeros testículos de plástico, que se balancean alegremente cuando el camión acelera, o los de fierro, con una carga simbólica más explícita, que en Mercado Libre valen 300 pesos. ¿Acaso invade las autopistas una oleada de nostalgia campirana? ¿La moda retro rinde homenaje a las bestias de carga? ¿Los camioneros evocan así a los caballos de sus ancestros, o más bien quieren proclamar la supremacía del sexo fuerte, amenazada por los embates del feminismo?
Bravucón y gandaya como pocos, el gremio de los camioneros siempre ha estado a la vanguardia de su sexo en materia de alardes machistas. Baste recordar las leyendas en las defensas traseras de los camiones (¿A que no me pasas? …a tu hermana) que Armando Jiménez antologó en Picardía mexicana. Los exponentes más psicóticos del gremio interiorizan el poderío y la reciedumbre de sus vehículos, al grado de formar con ellos un solo ser: el temible centauro de las carreteras. La experiencia de manejar un tráiler con doble semirremolque, aterrorizando a los conductores que se atreven a rebasarlos en curva, inflama a tal punto el ego de los choferes que muchos deben sentirse Juan Camaney (ese misterioso personaje del folclor popular que tal vez haya sido un engreído padrote cubano). Los enormes testículos cuelgan del camión, pero no nos engañemos: es el camionero quien se ufana de poseerlos, en abierto desafío al conductor que viene detrás: si no los tienes tan grandes como yo, ni te atrevas a tocarme el claxon.
Por supuesto, el guiño también va dirigido a las mujeres. El camionero quiere tentarlas a conocer la verdadera hombría, la del superhombre con huevos de toro que acelera en las curvas y embiste a los automovilistas pacatos. Tengo lo que tú necesitas, mi reina, no pierdas el tiempo con hombres cobardes y afeminados, que no se atreven a vivir con los tompeates a la intemperie. Yo, en cambio, los paseo en triunfo por todas las carreteras, y no es por dártelos a desear, pero ya te imaginarás cómo calzo. En España se dice que los hombres con pantalones entallados “marcan paquete”. Los camioneros mexicanos no lo marcan, pero lo prometen con la malicia de los ladinos. Tal vez logren lo contrario de lo que buscan, pues cualquier mujer experimentada sabe que esos alardes muchas veces encubren una masculinidad frágil. Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces. Bájale de huevos, dice una sabia expresión popular que le viene como anillo al dedo a estos minotauros del volante. Un aditamento automotriz no basta para construir una sólida fama de garañón. Los caminos de la vida están llenos de baches y cuanto más se ufanen de su potencia, más riesgo corren de incumplir su colgante promesa.
Enrique Serna