Vicepresidenta de la Mesa Directiva en San Lázaro, la panista Noemí Luna recurre a una metáfora luminosa para describir lo sucedido con el plan B que deforma la legislación y descuartiza las instituciones electorales:
“No pudieron destruir la casa, entonces quieren saquearla...”.
La primera frase alude a la fracasada iniciativa de reforma constitucional, la segunda al doble atraco de querer dar vida eterna a los contlapaches de Morena, porque anulaba la voluntad de los votantes y expoliaba el dinero de los contribuyentes.
Corrosivos, los cambios originales propuestos por el presidente López Obrador a leyes y estructuras que por más de 30 años han garantizado (y cada vez con mayor eficiencia) la democracia en México tuvieron un aderezo delincuencial en su primer y acelerado paso por la Cámara de Diputados: el añadido de que, para no perder su registro por obtener menos de 3 por ciento de los sufragios, la chiquillada sobreviva de manera artificial con la tramposa transfusión de votos que le endosen sus aliados mejor votados.
Para dar idea del quebranto a las finanzas públicas, por estar registrados, tan solo este año el PT recibió de Hacienda 417 millones de pesos y el Verde 518 millones como prebenda.
Si “primero los pobres”, ¿a cuál de todos puede importarle que se tiren al excusado 935 millones de pesos?
Precisamente a ese parche se refirió López Obrador cuando lo redujo a “travesuras” de algún duende:
“Sí hicieron cambios a la iniciativa que enviamos, y Adán Augusto López va a explicar en qué consistieron esos cambios. Ya los mismos legisladores se han comprometido a quitar esos añadidos”, reconoció y anunció.
Es impensable que las marrulleras modificaciones prosperaran sin el consentimiento del secretario de Gobernación y que éste no le haya informado con oportunidad al Presidente, urgidos ambos de que el paquete de su demoledora iniciativa de reformas fuera aprobado cuanto antes.
Tan hubo acuerdo que ayer AMLO ya no fue tan categórico sobre la travesura cuando en la mañanera se le planteó:
––La puede vetar, Presidente, es su derecho...
—Sí, si lo considero, la puedo vetar, sí; si lo considero, lo puedo vetar…
¿Pues no desde la semana anterior tenía considerado que se quitarían esos “añadidos”?
Con su pronto y expedito desenlace en los tribunales constitucionales Electoral y Suprema Corte además de los laborales (por los despidos masivos en el INE), el despiadado atropello a la democracia también se volvió engrudo, y todo por el sucio arreglo politiquero (aquí sí aplica el término) del cuatroteísmo con sus compinches y la prisa que sus promotores imprimieron para salirse con la suya.
Esta bomba de tiempo deja en vilo las expectativas electorales de la ciudadanía.
Al ofrecer que consideraría si vetaba lo de la vida eterna a sus parasitarios aliados, el Presidente (“no soy omnímodo, no soy cacique”) se justificó:
“Es un asunto de principios. Lo hago porque somos demócratas auténticos, no farsantes. Lo que nos importa son los principios…”.
Carlos Marín