Nadie está exento de incurrir en alguna idiotez, pero quien las comete todos los días (y ni siquiera se ruboriza) es irremediablemente idiota.
Por definición, todo “autoatentado” lo comete quien actúa contra sí mismo, pero en México no. Según Tartufo aquí lo pueden cometer terceros para dañarlos a él y a su gloriosa transformación. Pero después de su llanto de plañidera, como víctima eternamente ultrajada, el sultán bananero recuperó su voz de mando y su poder; dijo textualmente: “he ordenado una investigación a fondo en el caso de Ciro”.
Sus aves canoras, disfrazadas de periodistas en las mañaneras, deberían preguntarle:
1. ¿En qué ley sustentó su facultad para dar esa orden?
2. ¿Quién es él para ordenar (sí, ordenar) una investigación en un asunto criminal?
3. Si la investigación de los delitos corresponde a las fiscalías (y a éstas las suponemos autónomas) Tartufo debe decirnos a cuál de sus acémilas le mandó investigar, recordándole, seguramente, la vieja sentencia: “es deber de los súbditos callar y obedecer”.
Pero fue más allá, después de hablar de un posible “autoatentado” (“cometido por otros”), calificó de infamia si alguien imputa a su gobierno ese intento de homicidio. En otras palabras: si se culpa al gobierno, es una infamia; si él señala como presuntos sicarios a sus adversarios (“corruptos y conservadores”) ejerce su sacrosanto derecho de opinar. ¡Esa es la catadura de este tamaño sinvergüenza!
Dijo enseguida: “nosotros respetamos la libertad de información, pero no, no podemos dejarla en manos del hampa del periodismo”.
Alude, también, a “un plan desestabilizador en México”, pero ese plan lo encabeza él, sembrando todos los días odios y divisiones entre los mexicanos, para distraernos de sus fechorías y desentenderse de las calamidades nacionales. Va incendiando los pastizales por donde anda, como pirómano de alta peligrosidad.
Tuvo razón Ciro al decir: “¡allá él y sus resentimientos!”, ¡esa es la naturaleza de ese hombre!
Quien en vez de hablar vomita embustes, calumnias y sandeces de todo jaez, es repugnante. Quien está en todas partes, no está en ningún lugar; y el ajonjolí de todos los moles, termina siendo frijol con gorgojo.
Hay una verdad axiomática: los pueblos incapaces de rebelarse ante los atropellos, merecen ser atropellados. Es imperioso alzar la voz y defender a México.
La Navidad. Sana es la costumbre de anhelar para todos salud y bienestar en estas fechas, pero esos bienes nadie los regala, menos en un mundo preñado de oprobios. La justicia, el bien ser y el bien vivir nos corresponde procurarlos en lo individual, en lo familiar y en lo social. Esa tarea exige amor propio, amor al prójimo y pundonor; y el primer paso es desear sinceramente para México y el mundo: ¡Muchas felicidades y un venturoso porvenir!
Diego Fernández de Cevallos