La fuga de los Mexicles
Tenían todo pensado para lograr la fuga de Ernesto Alfredo Piñón de la Cruz, uno de los líderes de Los Mexicles, recluido en el Cereso Número 3 de Ciudad Juárez, Chihuahua, y condenado a dos siglos de prisión por homicidio, secuestro, posesión de armas, y una larga lista de delitos.
Habían logrado pasar armas largas por la aduana vehicular. Tenían todo a su favor: entre otras cosas, un centro de reclusión sin tecnología, sin recursos, sin equipamiento y con una planta de 70 personas por turno, que deben repartirse para custodiar 14 torres, diversas áreas, y a 3,962 personas ―el doble de las que permite la capacidad del Cereso.
El problema para Piñón y sus asociados era la patrulla de reacción inmediata, compuesta por nueve elementos dotados de armas largas, que se hallaba vigilando la zona conocida como “del hombre muerto”: un espacio ubicado entre los muros que marcan la salida del penal.
Los Mexicles controlan el Cereso 3 desde hace muchos años. Por corrupción o por omisión, y porque se volvió imposible de tratar más tarde, el problema se dejó crecer. Hoy las autoridades sufren para encontrar personal de custodia. Esa clase de trabajo es vista entre la gente de Juárez como una sentencia de muerte: el Cereso de aquella ciudad fronteriza forma parte de una problemática rebasada y oscura, que enchina la piel, y a la que nadie le ha querido entrar.
A la zona en donde se hallaba recluido Ernesto Alfredo Piñón de la Cruz, nadie se atrevía a entrar. Habría sido necesario un operativo compuesto por la Sedena, la Guardia Nacional y todas las corporaciones estatales y municipales, para llegar hasta la estancia del Neto.
En ese sitio fue encontrada más tarde una caja fuerte que, según se dice, contenía 1.7 millones de pesos en efectivo. Ahí hallaron las autoridades 16 kilos de marihuana, 1.5 kilos de heroína, 4 kilogramos de cristal y cuatro armas cortas. Era el pequeño hotel boutique de la prisión ―televisión, jacuzzi y el bar personal de Piñón de la Cruz— desde el que se planeó la fuga del domingo pasado.
En agosto pasado, la noticia de que El Neto sería trasladado a un penal federal desató el “jueves negro”, en el que la violencia se extendió a las calles y dejó 10 personas muertas y varios comercios incendiados. Tras aquellos sucesos, la administración de la panista Maru Campos y el gobierno federal planearon el traslado de 175 de los internos más peligrosos. La noticia se filtró, sin embargo, al crimen organizado y el proyecto se pospuso: ya una vez un comando de Los Mexicles había intentado liberar al Neto durante un traslado.
Así que el brazo armado del Cártel de Sinaloa decidió adelantarse. El Neto y sus allegados esperaron la llegada del primer día del año, en que cientos de personas se levantan temprano y hacen fila desde las siete para ver a sus familiares.
A esa hora, ya con las armas largas en las manos, los internos tomaron como rehén a uno de los custodios y le obligaron a activar el protocolo de alerta máxima.
Salvo los miembros de la patrulla de reacción, todos los custodios del Cereso poseen armas con balas de goma. A Los Mexicles no les costó mucho someterlos.
Nueve integrantes de la patrulla ingresaron al centro. Simultáneamente, cinco o seis vehículos con vidrios polarizados llegaban desde el exterior (se habían estacionado en las cercanías desde una hora antes): tirotearon al personal que se hallaba en las casetas de acceso y desataron el pánico entre quienes acudían a la visita.
Los testigos dijeron que en ese instante se oyeron detonaciones en el interior del Cereso y que la intensidad de los tiros arreció de manera intermitente. Para distraer a las autoridades, los ocupantes de varios vehículos desataban tiroteos en al menos tres colonias de la ciudad.
Dentro del Cereso número 3, los nueve miembros de la patrulla de reacción pronto se vieron rebasados. Piñón y sus hombres los sometieron, los juntaron, los amarraron y los amordazaron. Finalmente, los acabaron con saña: según testigos, con indescriptible saña.
A fines del año pasado, las autoridades penitenciarias del estado recibieron la posesión del Cefereso número 9. La idea era despresurizar el Cereso 3 mediante el traslado de 1,200 internos. Las instalaciones, sin embargo, estaban desmanteladas: carecían de agua, de luz, de gas. Las tuberías aparecieron rotas. Se calculó una inversión de 800 millones para equipar el lugar solo con los servicios básicos.
Vino el primero de enero de 2023. Un hombre condenado a 200 años está de vuelta en las calles de una de las ciudades más peligrosas de México.
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