Florestán
Para los gobernantes, una tragedia siempre tiene costos políticos, sobre todo por su manejo equivocado.
Retomo los atentados en la estación de Atocha en Madrid y varios trenes de cercanías el 11 de marzo de 2004, con un saldo de 193 muertos y mil 900 heridos, y que llevó a la derrota del Partido Popular que aventajaba ampliamente al PSOE en las elecciones presidenciales del domingo siguiente y todo porque José María Aznar corrió la versión de que había sido la ETA y no de Al Qaeda, para que no lo relacionaran con su apoyo a George W. Bush y Tony Blair en la invasión a Irak.
Estoy hablando del peor atentado terrorista en la historia de la Europa moderna, para documentar los costos políticos de estos desastres para quienes gobiernan.
Por eso enseguida buscan hacer un control de daños para evitar el costo político y desmarcarse de la crisis. Y así van al lugar de los hechos, a los hospitales, a hablar con las víctimas, con los deudos, ofrecen ayudas, hacen discursos sobre la no impunidad, aplicar la ley, caiga quien caiga, aseguran siempre, y llegar hasta el fondo del caso.
El discurso se repite no importa la tragedia, el gobierno ni el momento.
Y con esto me refiero al oficialmente llamado incidente del sábado, de nuevo en el Metro, que dejó un saldo de un muerto y 106 lesionados y que llevó la discusión pública a lo político: el oficialismo, todo, empezando por el Presidente de la República, con un solo guion en apoyo de Claudia Sheinbaum, como si ella fuera la víctima y no las decenas de personas heridas en el accidente.
Porque si la oposición politizó la tragedia, como lo hizo, ese oficialismo la disparó con sus redes, bots y manifiestos.
Se trataba de quitarle a Sheinbaum el costo político olvidando, o ignorando, que esos, los costos políticos, los cobra el tiempo, no el momento.
Y por eso se quedan siempre en lo más efímero: el angustioso plazo.
RETALES
1. AUSENCIA. Desde ayer me confirmaron que la jefa de Gobierno no participaría en la Cumbre de América del Norte. Es decir, no iría a la bienvenida, ni a la cena, ni habría entrega de llaves ni huéspedes distinguidos, ni foto. Nada;
2. CAOS. Un desastre el arribo de Justin Trudeau a su hotel en Polanco. El blindar la zona desde hace dos días no sirvió para evitar el desorden entre agentes mexicanos y canadienses, que a gritos intentaban acercar al hotel la camioneta del premier canadiense. ¡Traigo al de Canadá!, vociferaban. Costos de la ausencia del Estado Mayor Presidencial; y
3. AGENDAS. López Obrador planteó a Joe Biden iniciar una nueva etapa de integración en América, y hasta un nuevo nombre para el continente, a lo que el visitante respondió que su agenda era la crisis del fentanilo y la migración irregular. Cada uno con su tema pero, eso sí, muy cordiales.
Nos vemos mañana, pero en privado
Joaquín López-Dóriga