Ni caso le hicieron en la cumbre
Ni integración panamericana, ni sustitución de importaciones en todo el continente. Nada de pasos hacia una comunidad como la Unión Europea, sino reforzar la competitividad norteamericana. Las cadenas productivas para enfrentar a China no incorporarán a Latinoamérica, salvo a México, que jugará un papel estratégico para que sea el garante de que en el futuro no se interrumpan los procesos productivos en la región. El presidente Andrés Manuel López Obrador tuvo que guardar sus utopías y sueños de ser el líder que América Latina busca desde Simón Bolívar, porque en la cumbre con sus socios comerciales de América del Norte, ni caso le hicieron.
La inviabilidad de sus planteamientos contrastó con los compromisos que el canciller Marcelo Ebrard negoció con sus pares de Estados Unidos y Canadá, que están en las antípodas del pensamiento de López Obrador, quien, como acostumbra, los ignorará. Comenzó desde la conferencia de prensa de los tres líderes, donde negó lo que la Casa Blanca informó sobre la creación de un centro en el sur de México para facilitar la migración documentada.
No habla López Obrador el mismo lenguaje que Biden y Trudeau, y afloraron contradicciones fundamentales desde sus mensajes al término de la cumbre. Biden y Trudeau mencionaron a la clase media como principal objetivo para el desarrollo de Norteamérica; López Obrador la desprecia. Dijo que su programa Sembrando Vida ha sido fundamental para reducir la emigración de México, El Salvador y Honduras, pero Biden recordó que tienen que ordenar la migración porque los números de quienes quieren entrar a Estados Unidos son históricos.
Biden y Trudeau se mostraron entusiastas con los compromisos acordados, mientras que López Obrador prefirió enumerar de manera épica sus programas sociales y sus megaproyectos. Ciertamente, no tenía mucho espacio de maniobra ante el abanico de acuerdos que tuvo que firmar, que van en contrasentido, en las acciones que acompañan su implementación, de sus propias creencias.
En sus conversaciones bilaterales, por ejemplo, Biden y Trudeau discutieron cómo fortalecer las cadenas de suministro de minerales críticos, vehículos eléctricos y semiconductores, y desanudar el pleno potencial económico, así como tomar acciones decididas para combatir el cambio climático y transformar a Norteamérica en una poderosa fuente de energías limpias, lo que quedó plasmado en los acuerdos de la cumbre.
López Obrador, en cambio, está ideológicamente convencido de los combustibles fósiles. Cuando inauguró el esqueleto de lo que será algún día la refinería de Dos Bocas, en julio del año pasado, dijo: “No hicimos caso al canto de las sirenas, a las voces que pronosticaban, quizá de buena fe, el fin de la era del petróleo y la llegada masiva de los carros eléctricos y de las energías renovables”. No ha cambiado nada desde entonces. En aquel momento, dijo que la refinería era “un sueño hecho realidad”, lo que choca con lo acordado en la cumbre.
Entre los compromisos adquiridos se encuentra una serie de medidas “ambiciosas, rápidas y coordinadas” para construir economías que se muevan por energías limpias y que respondan al cambio climático, que incluye la reducción de las emisiones de metano, para combatir la crisis del medio ambiente, de cuando menos 15% para 2030 con respecto a los niveles de 2020, y aumentar la colaboración para mitigar los efectos contaminantes en la agricultura.
México se comprometió recientemente en la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, en Egipto, conocida como la COP27, a reducir sus emisiones de dióxido de carbono de 22%, en la actualidad, a 35%, dentro de siete años. El 22% fue ofrecido por el gobierno de Enrique Peña Nieto desde 2015, pero el actual régimen modificó los parámetros para simular que se han reducido las emisiones, anunciando que el Tren Maya y el programa Sembrando Vida ayudan a la reducción de emisiones, cuando en realidad están deforestando amplias zonas del sur del país. Ambas iniciativas de López Obrador, por cierto, las ensalzó durante la conferencia de prensa.
Los tres países acordaron profundizar su cooperación económica, promover la inversión y reforzar la competitividad y la innovación, mediante una serie de acciones que incluyen la participación del sector privado en un nuevo Proyecto Norteamericano de Movilidad Estudiantil –creado en esta cumbre–, que se monta sobre el Fondo de Innovación continental manejado por el Departamento de Estado, que expande las oportunidades para que futuros líderes puedan estudiar en el extranjero y preparen a los jóvenes para la fuerza laboral que requiere el mundo interconectado e impulsado por la tecnología del siglo 21.
A López Obrador le sale urticaria cuando se menciona la preparación en el extranjero, y continuamente critica ese tipo de educación. Él pretende, aunque no lo admita o no lo vea, la pauperización de la sociedad, al impulsar el modelo de sus universidades Benito Juárez, que no producen profesionales ni técnicos, que carecen de títulos y que no pueden trabajar en ningún lado. Tampoco le interesa la tecnología, ni la innovación, ni la inversión privada en ese campo, que considera una “ciencia neoliberal” que hay que erradicar.
Los tres líderes, de acuerdo con los documentos de los compromisos que adelantó la Casa Blanca, “reafirmaron su compromiso de trabajar juntos para alcanzar una migración humana, segura y ordenada en la región”, que implica que México le haga el trabajo sucio a Estados Unidos y que acepte albergar en su territorio a, cuando menos, 30 mil personas –adicionales a 30 mil pactadas hace algunos meses– mientras esperan que se procesen sus solicitudes de asilo. El gobierno mexicano aceptó que, para facilitar aún más la tramitología en Estados Unidos, se construirá un nuevo centro en el sur de México para ayudar a los migrantes en el proceso legal migratorio con un “fuerte” apoyo del sector privado, que anoche López Obrador desconoció.
Biden y Trudeau hablaron breve y enfocados en los acuerdos de la cumbre. López Obrador habló extenso, poco sobre los compromisos adquiridos y mucho sobre él, sus filias, y nada que tenía que ver con el encuentro trilateral.