El entreguismo de López Obrador
Para utilizar una de las frases coloquiales que utiliza el presidente Andrés Manuel López Obrador, con Estados Unidos tiene “puro choro mareador”. Se llena la boca acusando al Departamento de Estado de intervencionismo y criticando a las agencias de seguridad e inteligencia. Se regodea con el nacionalismo rancio, que es como entiende al mundo, y presume la autonomía de México ante todas las naciones. La realidad es muy diferente. Su actitud ante Washington es medrosa cuando le levantan la voz, y dócil para acatar sus imposiciones. Pero la realidad siempre lo alcanza, como en esta ocasión, donde un libro de Mike Pompeo, secretario de Estado del presidente Donald Trump, lo deja a él y al canciller Marcelo Ebrard como simples peones en un ajedrez político que no controlan.
Pompeo acaba de sacar a la venta sus memorias, Never give an inch (Nunca hay que ceder nada), donde revela que dos semanas antes de asumir la Presidencia, López Obrador y Ebrard cedieron su independencia ante las amenazas de Trump de cerrar la frontera con México, completamente, si no aceptaban recibir a cientos de inmigrantes que buscaban asilo en Estados Unidos. La percepción de Pompeo sobre Ebrard y sus encuentros lo muestra paternalista con el canciller mexicano, pero también desnuda la forma como, aunque no le gustaba la idea, cedió fácilmente a sus pretensiones, y su reacción para minimizar el daño que le causaría al gobierno entrante fue pedir que se ocultara el acuerdo al que llegarían.
“Fui el primero en compartir formalmente nuestro plan al gobierno entrante de México en Houston, el 15 de noviembre de 2018″, escribe Pompeo refiriéndose al programa que se conoce como Permanecer en México. “Se lo describí a Marcelo Ebrard. “Dentro de dos semanas, le dije, aceptaremos solicitantes de asilo en la frontera de Estados Unidos y los regresaremos a México. Marcelo estaba visiblemente sacudido. Insistió que su gobierno no aceptaría esos términos, señalando que la gente estaría muy molesta de tener a miles de inmigrantes viviendo en el país”.
“¿Te estás oyendo?”, le respondió Pompeo. “Es exactamente (la razón por la cual) estamos estableciendo esta política”. Ebrard, cuenta, le dijo entender el objetivo, pero expresó su escepticismo sobre qué podría hacer Estados Unidos en dos semanas. “Si en 14 días no pueden regresar el Departamento de Estado y el de Seguridad Interna todos aquellos que buscan asilo”, le dijo Pompeo, “vamos a cerrar completamente la frontera. Nada se moverá. Sin duda tendrá un impacto en Estados Unidos, pero también en la migración masiva ilegal”.
El gobierno entrante de López Obrador tenía alternativas, si no para impedirlo, para neutralizarlo, y lo sabían en la Casa Blanca. Cuando analizaron la medida, en junio, unos cinco meses antes de planteárselo a Ebrard, y ver la manera como lograban que México aceptara, Kimberly Breier, que estaba en la Oficina para América Latina del Consejo Nacional de Seguridad, le dijo a Pompeo, después de una reunión: “Tengo sólo dos palabras para usted sobre aranceles: Michigan y Ohio”.
Breier se refería a las opciones que tenía México, y que habían sido utilizadas como disuasivas y de contrapresión por los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, cuando los estadounidenses quisieron imponer sus políticas. Las secretarías de Economía y de Relaciones Exteriores tenían una estrategia ante la imposición de aranceles –como fue la amenaza posterior de Trump para obligar a López Obrador a mandar a la Guardia Nacional a frenar inmigrantes centroamericanos a Chiapas–, donde México haría una retaliación con aranceles en aquellos estados y regiones que más afectaran política y electoralmente al gobierno de Estados Unidos. López Obrador no lo hizo, aunque no se sabe si por ignorancia, falta de información o por recomendación de Ebrard.
El canciller mexicano había sentido a Pompeo. En su reunión, le precisó, según escribe en sus memorias, “Marcelo, no necesitamos su permiso para hacer esto. Queremos colaborar, pero no es un requisito”. Ante tal amenaza y chantaje, Ebrard respondió de una manera que, sólo porque está escrito, se le puede dar crédito, porque no pensó en alternativas, sino cómo podrían dar a conocer en México el acuerdo, sin reconocer que había uno.
“Ebrard tenía varias dificultades”, recuerda Pompeo. “El primero era sobre política interna: tenía que proteger a su jefe de parecer que había cedido ante El Norte. En segundo lugar, no podía trabajar con su propia embajadora en Washington (Martha Bárcena, tía política de López Obrador), porque estaba radicalmente opuesta aun a pensar en un concepto como éste. Hicimos todo lo posible en nuestras discusiones para que no supiera nada”.
Dos días antes de la fecha máxima para que el gobierno entrante aceptara, Ebrard le habló a Pompeo y le dijo que tenía la solución. Lo que le planteó, lo sorprendió: México aceptaría a los inmigrantes que buscaran asilo, pero lo haría en privado, que no habría anuncio y que no se firmaría nada. Rechazaron la idea y se hizo un comunicado con un lenguaje ambiguo y que le diera una salida plausible al gobierno de López Obrador en caso de necesitar explicar algo.
El Presidente no dijo nada ayer. Ebrard sí se vio obligado a dar la cara, mediante una carta, sin membrete, a título personal cuando es un asunto de gobierno, donde desmiente sin desmentir. En ningún momento negó los diálogos que sostuvo con Pompeo, ni rechazó que quiso mantener todo en lo oscurito. Recordó, a manera de defensa, que no fue un acuerdo permanente, sino temporal. Fue relativo. Hace unas semanas, López Obrador aprobó fast track la petición del presidente Joe Biden para incrementar los permisos para buscadores de asilo en Estados Unidos.
Con Trump o Biden, México sirvió a sus intereses políticos y modificó sus políticas de asilo. Ebrard dijo ayer que su propósito y labor “es salvaguardar y proteger siempre nuestro interés nacional”. Pompeo demostró que no es así y que la decisión tomada por López Obrador, no fue ni independiente, ni soberana, ni pensando en los intereses nacionales.