Así como la fiscalía capitalina tuvo que recular de su acusación contra la señora Viviana Salgado por un imaginario ataque a las vías de comunicación perpetrado, supuestamente, con un agitador plástico de lavadora (mal descrito como “aspas”) que se le cayó a las vías del Metro, es previsible que claudicará también de la paranoide imputación de homicidio culposo y lesiones que le cuelga al conductor del tren que se impactó contra otro el 7 de enero en la Línea 3 (causando la muerte de una joven universitaria y lesiones a 106 pasajeros): Carlos Alfredo Hernández Osorio.
Para apuntalar la descocada teoría de que los “atípicos” y numerosos incidentes en el chatarrizado Metro son actos de “sabotaje”, el vocero de la fiscalía, Ulises Lara, aseguró que el choque se debió a la conjunción de dos factores deliberados: el corte y la quema de cables y la “conducción negligente” del piloto, que no habría respetado las medidas de seguridad y se excedió en la velocidad.
Ajá: para estrellar el convoy a 45 kilómetros por hora y con él en la punta para ser el primero en estamparse y terminar sometido a cirugías y quedar con insuficiencia renal aguda, ¿verdad?
La dolosa (esta sí) acusación contra el conductor obligó a éste a comparecer ante el juez para declarar en la diligencia penal en su contra… y el movimiento le causó una tercera fractura.
Se le reprocha no haber conducido en piloto automático, sino manualmente.
¿Pues qué querían si el mecánico no funcionaba?
Al quemarse los cables de señalización (semáforos) en la calle, se averió no solo el pilotaje automático, sino la intercomunicación entre el tren y el mando centralizado; la telefonía dejó de funcionar y el convoy corría por el túnel en completa oscuridad.
La perversidad de la acusación es evidente.
En las destartaladas condiciones en que opera el Sistema de Transporte Colectivo, ese tren traía un problema técnico que solo puede conocerse mediante un peritaje serio y no por una oportunista ocurrencia política.
Lo que la fiscalía no informa será porque lo ignora: el deterioro que apagó la señalización se detectó el día previo al choque. Se atendió por la noche, pero no se terminó de reponer 50 metros de cable quemado.
Aun así, sin embargo, se dio la irresponsable instrucción de circular en tales condiciones.
De serlo en verdad, El saboteador suicida es muy mal pagado por los misteriosos autores intelectuales de su atentado porque vive con su familia en un edificio de modestos departamentos en la colonia Ejército de Agua Prieta, de Iztapalapa, pero del día de la tragedia a la fecha se la ha pasado también internado en los hospitales San Ángel Inn (por las primeras fracturas en cadera y pie) y Azura Centro (para que vuelvan a repararle la cadera dañada otra vez al ser removido para enfrentar la miserable acusación).
Mal, muy mal el actuar político de la Fiscalía de CdMx que, por cierto, tampoco ha demostrado su afirmación de que la joven Ariadna Fernanda murió de “trauma múltiple por golpes…”.