Harold Poveda, alias El Conejo, comía fresas con crema con su novia en un restaurante al sur de Ciudad de México cuando un grupo de policías federales lo capturó. Eran las cuatro de la tarde del 4 de noviembre de 2010, pero no fue presentado ante las autoridades y los medios de comunicación hasta al día siguiente a las seis de la mañana. Antes de eso, el capo colombiano fue secuestrado, torturado y obligado a grabar un video leyendo una confesión falsa, dictada letra por letra por los agentes. “¿Eres El Conejo, hijo de tu puta madre? Porque ya te chingaste”. Así lo relató este miércoles el último testigo en el juicio contra Genaro García Luna, que declaró durante cuatro horas en la corte de Nueva York sobre el montaje policial alrededor de su detención. Aunque dijo que nunca lo conoció, el testimonio de El Conejo pudo poner en la mira del jurado uno de los pasajes más oscuros en la gestión del secretario de Seguridad Pública del Gobierno de Felipe Calderón (2006-2012): la sombra de las detenciones ilegales, las simulaciones de cara a la opinión pública y el circo mediático que se montaba después de cada golpe al narcotráfico. En el camino, Poveda contó todo tipo de detalles sobre su extravagante carrera en el hampa y no pudo contener las lágrimas al explicar cómo perdió una lujosa propiedad donde mantuvo en cautiverio a todo tipo de animales exóticos, su zoológico personal. “La prensa la llamó la mansión de la fantasía”, dijo orgulloso el antiguo integrante del Cartel de Sinaloa. “Era una casa muy bonita”.
El capo del millón de kilos de cocaína
Poveda, de 49 años, se inició en el narcotráfico a principios de los años noventa. Empezó como un vendedor callejero de cocaína, pero con el tiempo se hizo de varios clientes y dio el salto a traficar varias toneladas de droga de Colombia a México. Al principio, era un narco “independiente”, no le rendía cuentas a nadie. Su estilo temerario de mover “mercancía” por el Pacífico mexicano lo metió en problemas. Cuando Arturo Beltrán, uno de los jefes más sanguinarios del Cartel de Sinaloa, se dio cuenta de que estaba invadiendo su territorio, lo mandó a matar. “Él controlaba esa plaza, toda la costa de Acapulco hasta Ixtapa Zihuatanejo”, contó con un marcado acento vallero.
En medio del apuro, contactó a un amigo que trabajaba para Ismael El Mayo Zambada, viejo socio de Beltrán, para pedir por su vida. Finalmente, consiguió una reunión con los líderes del cartel. “El Mayo estaba súper buena onda conmigo”, dijo. No solo evitó que lo asesinaran, también consiguió un trabajo nuevo a las órdenes del capo como encargado de facilitarle embarques continuos de entre nueve y diez toneladas de cocaína colombiana. Zambada estaba contento, pero Beltrán todavía se sentía resentido. “Seguí con miedo de que me mataran”, admitió. Después de un año, era tiempo de pedir otro favor a su jefe: volver a Colombia. El hermano del capo y jefe de la organización en el aeropuerto de Ciudad de México, Jesús El Rey Zambada, arregló todo para que regresara. Ni siquiera tuvo que pasar por migración. “Él me recomendó con unos agentes de la policía, ellos guiaron el camino y me llevaron hasta la puerta del avión”, aseguró. “Fue una belleza”.
Su estancia en Sudamérica no duró mucho. En un conflicto de carteles colombianos, otro narcotraficante amenazó con matarlo y tuvo que volver a México. Pero ya no iba a trabajar con El Mayo, su jefe directo era el mismo Arturo Beltrán. “Me dijo que no iba a haber ningún problema, que estuviera tranquilo”, narró. Él y el hombre que hacía pocos meses quería matarlo se volvieron cercanos. “Hubo una relación de padre e hijo”, explicó. Ya no le tenía miedo, ahora lo llamaba “tío, de cariño”. Su relación se tradujo en ganancias de entre 300 y 400 millones de dólares para El Conejo. Al cierre de su carrera criminal se declaró culpable en Estados Unidos de haber traficado más de un millón de kilos de cocaína, 1.000 toneladas.
Las lágrimas de ‘El Conejo’
Póveda era conocido como El Conejo porque le gustaba marcar los cargamentos de droga desde Colombia con el logo del conejito de Playboy. Otras veces usaba el logotipo de Coca Cola. En realidad, no era su droga. Él era un intermediario: “Mi función era enlazar a los grandes narcos de Colombia y de México”. Ganaba entre tres y cuatro millones de dólares por cada 10 toneladas que lograba “coronar”, un 5% de lo que ganaban los líderes del cartel. Con todo, también tenía que contribuir en el pago de sobornos a funcionarios federales y estatales. “Arturo [Beltrán] me decía tienes que poner 300.000, 400.000 dólares para que paguemos al Gobierno”, aseguró. Pero valía la pena, los criminales se movían a sus anchas. “Andaba uno súper tranquilo”, afirmó. Podía atravesar sin problemas desde retenes en carretera hasta controles del alcoholímetro. ”Hasta hacían que los policías le pidieran disculpas a uno por pararlo”.
El Conejo dijo que todo cambió a partir de la guerra entre el grupo de Joaquín El Chapo Guzmán y El Mayo Zambada contra los hermanos Beltrán Leyva, a principios de 2008. Siempre según su versión, Arturo Beltrán estaba convencido de que García Luna había tomado partido por sus antiguos socios y nuevos rivales, porque la mayoría de los operativos eran en contra de ellos.
Poveda dio un ejemplo. Hubo una vez en que las autoridades intentaron detenerlo. Estaba en una fiesta en “la mansión de la fantasía”. En la propiedad tenía tigres, panteras, un chimpancé, “unas cacatúas espectaculares” y un león al que le puso Apolo. También era dueño de un bulldog inglés al que llamó Bufón y un gato persa, “espectacular también”, de nombre Perico, que era blanco como la cocaína. El capo tomó varios minutos para explicar que Perico era una referencia a la coca y, antes, para contar al jurado todo sobre su pasión sobre los animales. Tuvo casi 200 caballos finos, hipopótamos, pumas y jirafas. Cuando regresó al relato de esa noche dijo que poco después de la una de la mañana, un grupo de agentes tocó su puerta. “Hay unos policías en la puerta que quieren pasar”, le dijo uno de sus trabajadores. “Arranqué a correr para donde tenía a los tigres blancos”, recordó.
El fiscal adjunto Philip Pilmar mostró a la corte un video de un minuto y medio de un día después del operativo, en el que fueron detenidos su padre, un primo y varios empleados suyos. En las crónicas de entonces se escribió que los policías federales se quedaron para seguir la fiesta con 40 prostitutas de lujo, aunque Poveda no habló de eso en el tribunal de Nueva York. Pese a todo, él logró escapar y se lanzó a una travesía a salto de mata por el Desierto de los Leones. “Esa es la puerta que no pudieron abrir los federales”, narró. “Esa era mi discoteca”, siguió. “Esos son los jardines”. “Esa puerta la traje de la India”. Al ver las imágenes de su casa más preciada, El Conejo empezó a llorar. “Fue El Rey el que me hizo ese daño”, dijo con la voz entrecortada. El hombre que le salvó la vida era ahora su principal enemigo en el bando contrario de la guerra de carteles.
Su venganza vino días después, cuando el cartel de los Beltrán Leyva entregó información a otra corporación policíaca ajena a García Luna y capturaron al hermano de El Mayo Zambada en octubre de 2008. Según Poveda y el testimonio de otros narcos en el juicio como Sergio Villarreal El Grande y Oscar Nava Valencia El Lobo, fueron los propios miembros de los Beltrán Leyva quienes se disfrazaron de policías y lo entregaron. El Conejo también habló de que el cartel entregó dinero a un periodista para que informara de la detención y se corriera la voz, en la misma línea del relato que dio El Lobo esta semana, aunque no se mencionaron nombres. “Arturo me llamó para pedirme que, por favor, le diera 300.000 dólares urgentes para hacer llegar dinero a los miembros de comunicación para que empezaran a reportarlo y Rey no pudiera llegar a un arreglo”, aseguró.
“¿Cuánto vas a pagar por tu libertad?”
La detención de Póveda se produjo en un restaurante cerca de El Ajusco, al sur de la capital mexicana, por policías federales vestidos de civil, según su versión. Precisó cómo lo subieron a un carro, le pusieron una toalla femenina para taparle los ojos y lo empezaron a golpear hasta que el vehículo llegó a una casa de seguridad. “¿Cuánto vas a pagar por tu libertad? ¿Cuánto estás dispuesto a pagar para salir de aquí?”, le preguntaron los agentes, en sus palabras. “Me empiezan a poner agua mineral por la nariz y me cubren la boca”, dijo El Conejo, al explicar un método de tortura conocido en México como tehuacanazo. “Me vendaron los ojos”, siguió. “Me pusieron una bolsa de plástico para ahogarme”. “Me desnudaron”. “Me dieron toques eléctricos”. “Hasta que ya no pude más”, zanjó.
Los agentes lo torturaron para que les dijera dónde estaban sus casas en Ciudad de México, según su declaración. Cuando se rindió, le quitaron la venda de los ojos. “A ver, hijo de tu puta madre, no vas a ver a ningún otro lado más que a esta computadora”. Le pusieron frente a una pantalla con Google Maps y le hicieron escribir las direcciones de dos de sus propiedades “para saquearlas”. Pero no lo dejaron ir. “Volvieron y me vendaron los ojos”, aseguró. “Tócate la cara”, le ordenaron los policías. “Después me hicieron tocar varias cosas”, recordó. “Tocaba y sentía que eran balas, cargadores, armas largas, un cuerno de chivo [AK-47], un AR-15 y me hicieron tocar un kilo de cocaína”.
Después le dieron su ropa, se vistió y fue enviado a una oficina de Gobierno. “Te vamos a quitar la venda, pero solo vas a ver a la cámara. Si no, te vamos a pegar otra vez”. Cuando pudo ver otra vez, se dio cuenta de que estaba en instalaciones de la Policía Federal, la corporación dirigida por García Luna. “Te vamos a hacer unas preguntas y las vas a contestar bien”. Dijo primero cómo se llamaba y cuál era su sobre nombre. La siguiente pregunta fue a qué se dedicaba. “Comerciante”, contestó. “No, tienes que decir que eres narcotraficante”. Cuando le dijeron que explicara para quién trabajaba, dijo que seguía las órdenes de Arturo Beltrán. “No, tienes que decir que trabajas para El Chapo Guzmán”. Y entonces “confesó” que también trabajaba para el líder de los rivales, justo cuando se reclamaba a la corporación de favorecer a ese grupo.
A primera hora del día siguiente, Poveda fue presentado en un hangar de la Policía Federal en el aeropuerto de Ciudad de México. Desconcertado y vestido con una sudadera naranja, El Conejo era presentado frente a las armas y la droga que dijo que le hicieron tocar unas horas antes. Él asegura que nada de eso era suyo. Era una época en la que cada detenido era exhibido como un trofeo. La marca de la casa durante los primeros años de la guerra contra el narcotráfico y de la gestión de García Luna como funcionario del Gabinete.
Acorralado, Póveda se convirtió en testigo protegido en México hasta que fue extraditado a Estados Unidos a principios de 2012. Tras declararse culpable, el capo del millón de kilos de cocaína se enfrenta a un mínimo de 20 años de cárcel y a una pena máxima de cadena perpetua. Pasó nueve años en la cárcel en ambos países y también sobornó con “propinitas” a custodios estadounidenses para extender por más horas sus visitas conyugales. Desde mediados de 2019 se encuentra en libertad condicional, tras pagar una fianza de un millón de dólares. Su tío, Arturo Beltrán, fue abatido por la Marina en octubre de 2009. “No creo que lo hayan matado, yo creo que él se mató antes”, declaró en la audiencia. Está previsto que vuelva al estrado en la sesión del jueves para responder las preguntas de los abogados de García Luna y una nueva ronda de interrogatorios de la Fiscalía. Las autoridades tendrán el reto de vincular el testimonio de alguna forma con el exsecretario, que es acusado de tres cargos por narcotráfico, uno por delincuencia organizada y otro por dar declaraciones falsas.