Un vendedor de cacahuetes en un mercado de Mombasa, en Kenia, muestra un jersey con una etiqueta de una conocida marca internacional de ropa. La utilizará para avivar el fuego con el que tuesta sus frutos secos, no porque le sobren los suéteres, sino porque está demasiado dañado como para reutilizarlo. Sin embargo, el material con el que está fabricado —“100% poliéster”, reza la etiqueta— es una fibra plástica que arde con facilidad. El jersey es uno de los millones de prendas de ropa usada que cada año llega a Kenia sin que ninguna otra persona pueda darle una segunda vida. Solo en 2021, la Unión Europea envió más de 112 millones de prendas de ropa de segunda mano a este país africano (en total, llegaron a Kenia 900 millones de prendas procedentes de todo el mundo), de las que más de 56 millones estaban sucias, “hasta con manchas de vómito y pelos de animales”, o estropeadas. De estas últimas, al menos 37 millones (70.000 procedentes de España) habían sido fabricadas con materiales sintéticos, según una investigación hecha pública este jueves realizada por Clean Up Kenya (Limpia Kenia) y Wildlight para Changing Markets Foundation, una organización que defiende la producción y el comercio sostenible.
Los autores del informe basan sus conclusiones en el análisis de 4.000 prendas de ropa usada encontradas en mercados de segunda mano de Kenia, que han contrastado con los datos de los registros aduaneros del país. Este Estado del este de África, según sostienen, “recibe un volumen muy significativo de ropa usada procedente del Reino Unido y la UE” y permite ilustrar lo que ocurre con la ropa usada que “ciudadanos bienintencionados” donan a ONG o clasifican para el reciclaje: toneladas de esta vestimenta producida por la adicción a la moda rápida terminan cada año directamente arrojadas en los vertederos de países africanos, configurando un paisaje de colosales montañas de plástico tóxico. Son lo que los kenianos denominan “fagia” o ropa basura, unos residuos que están provocando graves problemas tanto de salud como medioambientales.
El coste de la ropa en los países de la UE, como proporción del gasto doméstico, ha disminuido del 30% en la década de los cincuenta a un 5% en 2020, según datos de la consultora McKinsey & Company. Esta caída de los precios ha contribuido a que los consumidores compren un 60% más de ropa que hace 15 años —la Agencia Europea de Medioambiente estima que cada ciudadano de la UE desecha de media 15 kilos de textiles al año— y a que la conserven la mitad del tiempo. Uno de los factores que explica esta reducción de los costes es, precisamente, el aumento de materiales sintéticos, más baratos que los naturales, como el poliéster y el nailon para la fabricación de prendas: desde 1980, su uso se ha cuadruplicado y supone hoy en día el 69% del total de las fibras textiles utilizadas en la fabricación de ropa, de acuerdo con la consultora de la industria petroquímica Tecno OrbiChem.
“La exportación de ropa usada a los países pobres se ha convertido en una válvula de escape para la sobreproducción sistemática y en un sigiloso flujo de residuos que deberían ser ilegales”, denuncia Changing Markets Fundation. Según una decisión adoptada en mayo de 2019 por 187 países durante una “Conferencia de las Partes del Convenio de Basilea”, un acuerdo que versa sobre el control de los movimientos transfronterizos de los desechos peligrosos y su eliminación, los países más ricos no pueden enviar residuos plásticos no reciclables a los países menos ricos. “El comercio de ropa usada es una evidente laguna”, ya que “las empresas de reciclaje a menudo disfrazan el comercio de ropa usada como una forma de reducir el desperdicio”, advierte una portavoz de la fundación.
Un negocio lucrativo
Pero la venta de ropa de segunda humano es una industria cada vez más rentable que implica, además, a un gran número de actores. Cada tonelada de ropa usada, ya sea vendida por empresas de reciclaje o por ONG que utilizan los beneficios para financiar su trabajo humanitario, alcanza un precio que varía entre los 400 y los 1.000 euros, según detalla el informe.
Las empresas de reciclaje a menudo disfrazan el comercio de ropa usada como una forma de reducir el desperdicio
Portavoz de Changing Markets Foundation
“El negocio de la ropa de segunda mano es muy lucrativo cuando consideras el tonelaje que implica, e incluso lo es en Kenia para los importadores y los mayoristas”, afirma Betterman Simidi Musasia, fundador de Clean Up Kenya, en una entrevista con este diario. La exportación de ropa usada da trabajo en el país africano a unos dos millones de personas, según los cálculos de la investigación, entre importadores, intermediarios, vendedores, dueños de almacenes o sastres y zapateros que arreglan las prendas. Sin embargo, no todos perciben tantas ganancias. “Los pequeños comerciantes que compran los fardos son los primeros perjudicados, porque no saben lo que hay en su interior, es simplemente una lotería”, añade Simidi Musasia.
“El problema es que mucha ropa llega sucia o estropeada”, detalla una mujer que vende ropa en un mercado de Kenia, entrevistada por los investigadores. Estos tenderos adquieren paquetes con unas 200 prendas, por un precio de entre 50 y 80 euros. Según las conclusiones de Changing Markets Foundation “entre el 20% y el 50% de las prendas no se pueden aprovechar porque están dañadas, manchadas, son demasiado grandes o culturalmente inapropiadas”.
Pero la ropa inservible también tiene un valor: la fagia se puede llegar a vender a unos 0,50 euros el kilo ya que su fabricación a base de fibras plásticas permite usarla como combustible. “Es muy preocupante por los efectos tóxicos de la quema de plásticos en la salud humana y la facilidad con la que estas cenizas se depositan en los ríos y llegan a los océanos”, advierten los investigadores. Y las que no arden, según comprobaron sobre el terreno los autores del informe, acaban en vertederos como el de Dandora, junto al río Nairobi y uno de los mayores de África. Cada día, recibe unas 4.000 toneladas de basura, pese a que en 2001 las autoridades del país declararon que estaba al límite de su capacidad.
El negocio de la ropa de segunda mano es muy lucrativo cuando consideras el tonelaje que implica
Betterman Simidi Musasia, fundador de Clean Up Kenya
Sin embargo, la dimensión de la responsabilidad europea en esta exportación de residuos plásticos podría ser aún mayor, ya que los investigadores sospechan que parte de las prendas que exporta Pakistán a Kenia proceden, en su origen, de países europeos. “Pakistán es uno de los mayores importadores de ropa usada de la UE y del Reino Unido debido a los menores costos de mano de obra para la clasificación” de las prendas, afirma el informe. Según los registros de aduanas de Islamabad, entre marzo y agosto de 2022, un total de 761 toneladas de ropa usada se enviaron a Kenia. Aunque no es posible afirmar que todas esas prendas eran de origen europeo, varios importadores kenianos confirmaron a los autores del informe que parte de la ropa que vendían de Reino Unido había entrado en el país a través de empresas exportadoras paquistaníes.
“La solución no pasa por cerrar el comercio de la ropa usada, sino por transformarlo, ya que esta industria tan hedonista necesita normas y límites”, reclama George Handing-Rolls, responsable de las campañas de Changing Markets Foundation, que cree que “no se puede permitir que las empresas de reciclaje se escondan tras sus promesas vacías”. Y zanja: “Se les debería prohibir exportar ropa basura”.