Las corcholatas dividen a Palacio
Claudia Sheinbaum sigue siendo a quien el presidente Andrés Manuel López Obrador quiere entregar la banda presidencial en 2024, pero la cargada que se había formado tras ella, se rompió. Moderados y radicales en el entorno de López Obrador en Palacio Nacional, donde se mide la temperatura del poder, han abandonado su respaldo por la jefa de Gobierno de la Ciudad de México que, de acuerdo con un diagnóstico para el Presidente, es la gobernadora morenista con más problemas recurrentes y la que más negativos le produce.
No significa que López Obrador esté cambiando de delfín, pero hay síntomas de que el destino manifiesto para Sheinbaum ya no existe. La molestia contra ella es que se está convirtiendo en un lastre para el Presidente, que de manera frecuente tiene que estar sacándola del atolladero. López Obrador lleva meses enviándole mensajes recriminatorios a Sheinbaum, exigiéndole que no cometa errores, con la ayuda de altos funcionarios a quienes les ha pedido que la apoyen, pero lejos de resolverlos, se incrementaron.
Los problemas en el Metro fueron un catalizador. En uno de los informes regulares que el fiscal general, Alejandro Gertz Manero, le entrega al Presidente sobre los procesos electorales –trabajo al margen de sus atribuciones–, concluyó que la justificación de “sabotaje” en los accidentes en el Metro no habían permeado, sino que ponían en evidencia su incapacidad para atender los problemas en la capital.
La tesis de los sabotajes fue abandonada, pero no ha ayudado a impedir que siga cayendo en las preferencias electorales la jefa de Gobierno, de acuerdo con encuestas internas que registran como uno de los dos principales factores –el primero fue el Metro– la sobrexposición electoral en el país y sus giras semanales por la República, que fue una idea original del Presidente, que ya redujo.
Pese a los ajustes, la molestia dentro de Palacio Nacional por su gestión está creciendo, junto con la frustración de los más cercanos al Presidente, a quienes les había pedido la acompañaran y trabajaran en paralelo con el equipo de Sheinbaum, del cual se expresa peyorativamente López Obrador. El caso más notable, por la relación simbiótica que tienen, fue un choque a finales de enero entre López Obrador y su jefe de propaganda y asesor político, Jesús Ramírez Cuevas, quien, de acuerdo con una descripción de ese momento, le expuso que Sheinbaum se ha mantenido sólo administrando crisis, con lo cual ha generado un desgaste adicional para su imagen y, por consecuencia, para el Presidente.
Ningún gobierno morenista, de acuerdo con los análisis internos presentados al Presidente, generan más conflictos que el de Sheinbaum, y tiene un patrón de controversias sistemático, a diferencia del resto de las entidades gobernadas por el partido, donde si bien permanentes, son intermitentes. Estos problemas de gestión llevaron a que el equipo presidencial en Palacio se hubiera dividido, abandonando cada vez más de ellos las preferencias y respaldos por la jefa de Gobierno.
En este río revuelto, quien ha obtenido los mejores dividendos es el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, porque consideran que está haciendo un trabajo que sí está apoyando al proyecto de López Obrador, y le están comenzando a reconocer –algo que los más radicales no hacían– que en la selección de candidato presidencial en 2012, fue leal al Presidente y no rompió la cohesión de la izquierda rechazando la encuesta que definió al abanderado de la izquierda.
La caída de las simpatías de Sheinbaum en el equipo presidencial no se trasladó prácticamente nada al secretario de Gobernación, Adán Augusto López, quien no gusta mucho en Palacio Nacional, aunque, a diferencia de Ebrard, tiene el principal apoyo, el del Presidente, que está gestionando que se incremente la promoción de su amigo de casi toda la vida, que permite la conjetura de que, si Sheinbaum llega a colapsarse, podría voltear a él como alternativa.
La señal que está saliendo de Palacio Nacional es que la candidatura presidencial de Morena no se define aún. Como resultado de la alteración de los apoyos hacia Sheinbaum, desde este mes se comenzaron a hacer dos mediciones de los gustos por esos tres precandidatos –el senador Ricardo Monreal y el diputado Gerardo Fernández Noroña, incorporados a fuerza en el grupo que llaman corcholatas, no fueron considerados en esos sondeos–. Uno se realiza dentro del equipo en Palacio Nacional y los colaboradores cercanos de López Obrador en las secretarías de Estado, y otro, sobre el impacto cuantitativo y cualitativo en los medios de comunicación de todo el país. Los resultados del primer ejercicio no se han entregado.
El objetivo busca tener una idea muy clara de cómo se están moviendo y a favor de quién los diferentes grupos y tribus políticas de Morena, y la forma como están percibiendo el trabajo de Sheinbaum, Ebrard y López, así como también evaluar cómo está siendo vista su imagen. La racional detrás de los sondeos es evitar una fractura en Morena.
Lo que está sucediendo en Palacio Nacional tiene la aprobación de López Obrador, y el trabajo que se va a estar realizando durante prácticamente todo el año apunta un método adecuado para conocer quién llega mejor posicionado dentro de Morena y entre la opinión pública, para que sea nominado a la candidatura presidencial. Pero, al mismo tiempo, este sistema de medición en busca de la mejor carta choca por completo con la esencia de López Obrador, que aunque es un devorador de encuestas, toma decisiones con base en su instinto, que no siempre coincide con los estudios demoscópicos.
Qué piensa López Obrador realmente sólo él lo sabe, y lo que razone hoy puede ser distinto a lo que traiga en la cabeza mañana. Las señales desde Palacio, sin embargo, muestran que, en este momento, la candidatura presidencial está abierta, que Sheinbaum no las trae consigo y López tiene esperanzas lejanas. Ebrard comienza a estar en el ánimo del equipo presidencial, pero hasta ahora, por lo que trasciende, todavía no en el de López Obrador.