El 9 de febrero de 1913, un grupo de generales retirados afines a Porfirio Díaz se levantó en armas contra el Gobierno de Francisco I. Madero. Encabezados por Manuel Mondragón, artillero porfirista que comandó distintas ofensivas contra el maderismo y Gregorio Ruiz, militar que fungía como diputado en Veracruz, una columna formada por alumnos de la Escuela Militar de Aspirantes de Tlalpan y una facción de las tropas del cuartel de Tacubaya lanzó un primer asalto a Palacio Nacional, la sede del poder ejecutivo en México. Se trató del inicio de la Decena Trágica, el golpe de Estado que culminó con el magnicidio de Madero y marcó el inicio de la segunda etapa de la Revolución mexicana.
¿Qué pasó en la Decena Trágica?
La ofensiva golpista, planificada desde al menos cuatro meses atrás, pretendía liberar a los generales presos Félix Díaz y Bernardo Reyes, sobrino de Porfirio Díaz y antiguo gobernador de Nuevo León durante el porfiriato, respectivamente, para restablecer el régimen y frenar de lleno las aspiraciones tanto maderistas, como del ala más radical de la Revolución, una facción encabezada por villistas y zapatistas decepcionada con la llegada de Madero al poder y convencida de que las limitaciones del reformismo maderista estaban lejos de traer consigo una transformación social.
El centro de la capital se convirtió en el escenario de distintas batallas durante diez días, en los que las tropas maderistas lograron repeler los primeros ataques a pesar de haber sido superados en número. Tras un par de reveses, la ofensiva golpista se hizo fuerte en La Ciudadela, que entonces fungía como “el gran polvorín de la Ciudad de México, con ametralladoras, cañones, municiones y rifles” de acuerdo con Paco Ignacio Taibo II, historiador, escritor y director del Fondo de Cultura Económica (FCE).
La traición de Victoriano Huerta
Tras la baja de los generales oficialistas durante los primeros días, Madero encargó la defensa de Ciudad de México a Victoriano Huerta, un general de amplia trayectoria durante el porfiriato que ganó popularidad en el incipiente Gobierno maderista sofocando insurrecciones armadas. La polémica elección, discutida ampliamente por su hermano y mano derecha, Gustavo Adolfo Madero, marcó en definitiva el rumbo del conflicto: la posterior traición de Huerta, aliado de Félix Díaz y Henry Lane Wilson, embajador estadounidense que veía con recelo el nuevo Gobierno por temor a las posibles restricciones a la inversión extranjera consentida durante el porfiriato, culminó en el triunfo golpista.
El 18 de febrero de 1913, Francisco I. Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez fueron aprehendidos en Palacio Nacional. De forma simultánea, Félix Díaz y Victoriano Huerta firmaron el Pacto de la Ciudadela, un acuerdo que llamó a desconocer el Gobierno maderista y colocó a Huerta como presidente interino, en espera de la celebración de elecciones en las que Díaz sería el principal contendiente. La traición estaba consumada y con ella, la caída del primer gobierno democrático emanado de la Revolución. Cuatro días después, la noche del 22 de febrero de 1913, Madero y Pino Suárez fueron trasladados a la prisión de Lecumberri. Al momento de su llegada, los automóviles en los que viajaban recibieron la instrucción de rodear el complejo y entrar por la puerta trasera, sin embargo, fueron asesinados a tiros por Francisco Cárdenas y Rafael Pimienta, mayor y cabo de rurales, respectivamente, por órdenes de los golpistas. Su muerte fue presentada ante la prensa como un asalto y la escena del crimen se alteró con disparos posteriores a los automóviles en un intento por ganar credibilidad.
La caída de Madero
Heredero de una maquinaria política producto de tres décadas de porfiriato, el incipiente Gobierno de Francisco I. Madero mantuvo casi inalterada la estructura militar que sirvió a Díaz en aras de una transición pacífica. No obstante, tras la firma de los Tratados de Ciudad Juárez en mayo de 1911, que pretendían poner fin a la lucha armada con la dimisión de Porfirio Díaz sin trastocar las instituciones ni reformar el marco legal del porfiriato, el maderismo rompió definitivamente con la gran base popular de la Revolución, un sector que bajo la articulación villista y zapatista, combatió por la causa antirreeleccionista y encumbró a Madero al poder. Sin reforma agraria ni un mejor reparto de la riqueza, la gesta maderista estaba inconclusa. “El liberalismo de las clases medias mexicanas resultaba incompatible con la movilización que las masas trabajadoras estaban llevando a cabo, y ni como ideología ni como dirección política fue capaz de ofrecer una solución adecuada a los problemas de los trabajadores”, explicaba Arnaldo Córdova, politólogo e historiador de la Revolución mexicana al respecto.
En el otro extremo, el grupo de generales, terratenientes y la clase acomodada durante el porfiriato conjuraban para evitar el ascenso de Madero al poder. Temían una escalada de las demandas populares y la reducción de la inversión extranjera, favorecida ampliamente durante la dictadura de Díaz. En la prensa, ambos bandos representaban la supuesta incapacidad de Madero para dirigir al país en caricaturas políticas que se burlaban de su altura, las promesas incumplidas y las prácticas espiritistas que llevaba a cabo, una representación que terminó por zanjar su popularidad y consolidar una visión endeble de su Gobierno previo a la Decena Trágica.