Cientos de miles le arrebataron la voz a López Obrador
Héctor De Mauleón
Frente a un asta sin bandera, cientos de miles de ciudadanos alzaron la voz. No la voz de uno. La suya propia
El exministro José Ramón Cossío, principal orador durante la concentración celebrada ayer en la Plaza de la Constitución en defensa del INE, se quedó a dormir en un hotel del centro para no correr el riesgo de llegar tarde a la cita.
Cossío salió de su hotel con tiempo e intentó acercarse al Zócalo. Pero hacerlo no era fácil. El torrente humano, una marea que teñía las calles de blanco y de rosa, avanzaba lentamente entre los viejos edificios históricos, coreando una consigna:
—¡México, México!
El exministro dio varias vueltas por las calles que desembocan al Zócalo. La gente avanzaba a paso de hormiga. En 20 de Noviembre cubría en su totalidad desde el Palacio del Ayuntamiento hasta Izazaga. En Madero, 5 de Mayo, Tacuba y 16 de Septiembre, los ríos de gente llegaban a Eje Central.
Con indescriptible desprecio ante los ciudadanos que caminaban hacia Palacio Nacional, desde la azotea de las oficinas del Congreso de la Ciudad de México, cerca de las 9 de la mañana, se había desplegado una megamanta que bajaba a lo largo de cuatro pisos, hacia los famosos portales. La lona rezaba: “#GarcíaLunaNoSeToca”.
En otras calles –5 de Mayo– las mismas manos habían colocado panfletos con la fotografía del exsecretario de Seguridad Pública que acaba de ser juzgado por narcotráfico en Nueva York, y que contenían la frase: “#CalderónSíSabía”.
Era la forma con que el peor oficialismo –y su dinero oscuro– recibió a los miles de ciudadanos que comenzaban a poblar el Zócalo.
Algunos de los asistentes a la concentración arrebataron a jalones la manta que colgaba sobre los portales, gritando algo que iba a escucharse innumerables veces aquella mañana: “¡México, México!”.
A cambio de la megamanta, al Zócalo lo habían despojado de la bandera nacional: un segundo insulto. Y un tercero: el Palacio Nacional había sido protegido por vallas altas, duras, soldadas, resistentes.
Una reacción desproporcionada ante la concentración, pacífica y ciudadana, que en pocos minutos iba a abarrotar, sin las trampas logísticas de rigor –vallas, los llamados “corredores de vida”, el clásico espacio robado frente a Catedral para la colocación del templete estelar–, la mejor que nunca llamada Plaza de la Constitución.
El exministro Cossío había planeado durante varios días su discurso. Tomó la decisión de escribirlo sin estridencias, con un mensaje que fuera al mismo tiempo claro para la Corte –el lugar donde él estuvo a lo largo de 20 años, 15 como ministro, 5 como secretario de Estudio y Cuenta–, y también para los ciudadanos que de manera incontestable, dejaban el Zócalo sin espacios.
Un niño, Tadeo, se extravió en medio de la multitud. Alguien pidió a los asistentes, desde el micrófono, que se hincaran para tratar de localizarlo. No hubo manera de lograrlo. Había tal concentración que hincarse a merced de aquello era humanamente imposible.
A un costado del Zócalo, José Woldenberg lucía totalmente conmovido. Las pantallas colocadas en Madero y 20 de Noviembre mostraban la plancha central repleta de personas. No se dejaba de oírse el grito: “¡México, México!
A Cossío lo había atacado el presidente López Obrador desde que supo que sería el orador principal de la jornada. Entre otras cosas, lo llamó “corruptazo”. Además del apoyo que recibió desde universidades y, de manera general, de otros organismos al tanto de su trayectoria, él, que jamás había subido a un templete, que nunca había hablado ante un auditorio mayor al de un salón de clases, se encontró un Zócalo atento y silencioso.
No había insultos, no había ataques, no había odio. Pero sí indignación. “Qué raro es esto”, dijo José Woldenberg.
Un hombre empujaba la silla de ruedas en la que iba su padre. Otro cubría con el cuerpo el avance de su madre, que caminaba apoyada en un bastón. No hubo interrupciones durante el discurso del exministro. Frente a la Suprema Corte, les dijo a los ministros, quienes tendrán que fallar el Plan “B” con que el presidente pretende mutilar al organismo que en 2018, impecablemente, lo llevó al poder:
“Queremos decirles, teniendo ante nuestros ojos el edificio en el que laboran, que confiamos en ustedes, en su talante democrático y en su capacidad de comprender la gravedad de las decisiones que tomarán para preservar la vida democrática del país. Que nuestra mirada a su casa es de respeto, de confianza y vigilante acompañamiento a su quehacer”.
Tronaron aplausos que rebotaron en las moles de cantera que rodean la Plaza de la Constitución.
El Zócalo rosa se movía: “AMLO se va. El INE se queda”, se leía en una pancarta. “No hay libertad si no hay democracia”, gritaba otra.
“¡Nos faltó Zócalo!”, era el clamor en la plaza inmensa. “¡INE, INE”, gritaban mil veces.
“La Corte tiene misión: que respete la Constitución”.
Llegaban en redes imágenes de Morelia, de Zamora, de Chihuahua, de Baja California Sur, de Barcelona, de Madrid, de Washington, de Montreal, de Génova... Llegaban imágenes de Cuernavaca, de Guerrero, de Zacatecas, de León, de Mérida… Llegaban imágenes de plazas llenas donde la gente escuchaba, aplaudía, aprobaba.
Era la gran concentración nacional a lo largo de 32 estados. “Ni gremial, ni sectorial, ni partidista: ciudadana”, diría Woldenberg.
“De manera tradicional, la gente acompaña a los partidos. Es la primera vez que veo que los partidos acompañan a la gente”, dijo Guadalupe Acosta Naranjo a varias cuadras del Zócalo.
Sonaba el grito que no se quiere escuchar: “¡El INE no se toca!”.
Frente a un asta sin bandera, cientos de miles de ciudadanos alzaron la voz. No la voz de uno. La suya propia.